Si no ves este contenido puede deberse a la carga en tu dispositivo móvil. Haz clic aquí para recargar la página.
Tener miedo a las enfermedades o a la muerte es, hasta cierto punto, normal. Sin embargo, hay un problema cuando ese miedo se torna exagerado, a punto tal que afecta y limita la vida cotidiana. Es lo que sucede con la cardiofobia, el miedo irracional a sufrir un infarto u otro grave problema cardíaco.
Al igual que como ocurre con otras fobias, este temor no se resuelve con datos objetivos, como una revisión médica que demuestre que el corazón no presenta inconvenientes o anormalidades, ni tampoco con estadísticas y probabilidades.
De hecho, en este caso hablar de números puede ser contraproducente, pues las enfermedades del sistema circulatorio son la primera causa de muerte en España. En 2020, murieron por causa cardiovascular 119.853 personas, el 24,3% del total de defunciones, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) analizados por la Sociedad Española de Cardiología (SEC) y la Fundación Española del Corazón (FEC).
La cardiofobia es un tipo de patofobia, un trastorno parecido a la hipocondría pero con una diferencia fundamental: mientras las personas hipocondríacas tienen más miedo a padecer una enfermedad de progresión lenta, como un cáncer o un mal degenerativo, las patofóbicas temen algo más fulminante y repentino, como un infarto o un ictus.
La taquicardia y un círculo vicioso
Una persona con cardiofobia está obsesionada con la idea de que padece alguna alteración cardíaca que derive en un infarto u otro episodio de consecuencias graves o mortales, explica Rosa Soria, psicóloga del Centro de Terapia Breve Estratégica, con sede en Barcelona. La menor sospecha de estar padeciendo algún problema en el corazón puede disparar, en esos casos, una crisis de ansiedad.
Tal crisis acarreará las consecuencias típicas de la ansiedad, como mareos, sudoración, hiperventilación, temblores y taquicardia. El agravante, en este caso, radica en el hecho de que la taquicardia es precisamente uno de los síntomas más temidos. Por lo tanto, la ansiedad puede aumentar la fobia, conformando un círculo vicioso.
Así, la persona pone cada vez más atención a cualquier alteración del ritmo cardíaco y lo verá como una señal de alerta. Se mide la presión con mucha frecuencia, sin necesidad aparente, y sentirá deseos de consultar a un médico (o peor: de buscar en Google) ante cualquier molestia que intreprete como un posible síntoma.
Poco a poco, además, dejará de realizar las actividades que alteran su ritmo cardíaco. Esto incluye cualquier esfuerzo físico y toda forma de deporte -incluso caminar rápido-, la ingesta de ciertas comidas y bebidas excitantes y las relaciones sexuales. Desde luego, la calidad de vida resulta severamente afectada.
Causas y tratamiento de la cardiofobia
¿Cuál es el origen de la cardiofobia? A menudo, tal como sucede con la mayoría de las fobias, no es fácil determinar por qué alguien padece este problema. En ocasiones existe un episodio traumático -un ser querido muerto o que ha sufrido mucho a causa de un evento cardíaco- que dispara el miedo irracional.
En otros casos, sin que haya habido una experiencia directa, puede que el entorno familiar o social derive en una atención exagerada hacia las cardiopatías y sus riesgos, y que con el tiempo esa atención y los miedos que genera terminen por convertirse en una fobia.
Lo cierto es que, más allá de cómo se origine, si la cardiofobia aparece, conviene tomar medidas contra ella lo antes posible, para evitar que afecte la vida cotidiana de las formas que se han descripto. Lo adecuado es acudir en busca de ayuda psicológica.
La terapia cognitivo conductual suele emplear la llamada técnica de exposición, que consiste en hacer que la persona se enfrente de manera gradual a la situación temida para, de esa manera, ir habituándose a ella y logre reducir poco a poco la ansiedad que le genera.
En el caso concreto de la cardiofobia, se trata de que el paciente realice distintas actividades que aumenten su frecuencia cardíaca y pueda comprobar que eso no supone un riesgo. Este ejercicio debe realizarse con mucha precaución: de lo contrario, la persona podría asustarse más y el resultado sería justo el opuesto al pretendido.
El “diario del corazón” como herramienta contra la cardiofobia
Muchos profesionales trabajan también con una técnica conocida como “diario del corazón”, propuesta en la década de 1990 por los expertos Giorgio Nardone y Paul Watzlawick como parte de su terapia breve estratégica.
El “diario del corazón” consiste en lo siguiente: varias veces cada día, el paciente deberá dejar lo que está haciendo, contar de forma manual los latidos de su corazón y apuntar el número de latidos durante un lapso que puede ser de 20 o 30 segundos. La medida debe repetirse tres veces, con intervalos de un minuto entre cada una.
En su libro El miedo a la enfermedad, Nardone explica que tal reiteración es importante debido a que “el latido cardíaco es particularmente sensible a las respuestas vegetativas: basta un sobresalto, una emoción, un estado de ansiedad o la simple idea de tener que medirla para que la frecuencia se altere inmediatamente”.
Nardone destaca también la importancia de que esa medición se realice de forma manual, sin la ayuda de ningún dispositivo: “Sabemos que el paciente cardiofóbico se sobresalta cuando escucha su corazón, tiene dificultad para mantenerse escuchándolo de manera prolongada, en definitiva: huye de las palpitaciones”.
De acuerdo con este especialista, la exigencia de sentir el ritmo cardíaco con las yemas de los dedos apoyados sobre la arteria radial del otro brazo permitirá al paciente “escucharlo realmente, entrar en contacto táctil y propioceptivo con el propio corazón”.
Incluso es muy probable que el paciente nunca se haya medido el ritmo cardíaco de esa manera. El proceso de aprendizaje de cómo hacerlo “produce ya una profunda experiencia emocional correctiva y un cambio terapéutico”, añade Nardone.
A través de sus propios apuntes y registros, el paciente comprobará que -a diferencia de lo que pensaba- el ritmo de su corazón es normal. En general, para personas adultas, se considera normal tener entre 60 y 100 latidos por minuto.
El terapeuta, en una instancia posterior, puede pedir al paciente que continúe su “diario del corazón” pero no en situación de reposo sino tras realizar algún esfuerzo, como subir una escalera, caminar o montar en bicicleta. De este modo, podrá habituarse también a otras cifras y a asumir que tampoco esto representa un peligro. Y, de esa manera, acercarse al objetivo final de dejar el problema atrás.
En cualquier caso, no está de más recordar que -aunque las causas cardiovasculares sean la principal causa de muerte en España- “tenemos en nuestra mano un gran arma para luchar contra estas enfermedades: la prevención”, según ha puntualizado Carlos Macaya, presidente de la FEC.
El experto añadió que, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “el 80% de los infartos de miocardio y de los accidentes cerebrovasculares prematuros son prevenibles con hábitos de vida saludables que incluyen una alimentación variada y equilibrada, ejercicio físico de intensidad moderada de forma regular y el abandono del hábito tabáquico”.
Si no te quieres perder ninguno de nuestros artículos, suscríbete a nuestros boletines