La dislexia es un problema bastante conocido, que produce dificultades para reconocer, leer y deletrear las palabras escritas. En cambio, tiene mucha menos fama un trastorno similar pero que, en vez de generar complicaciones con las letras, lo hace con los números. Su nombre es discalculia.
Esta discalculia (llamada a menudo “la dislexia de los números”) es una dificultad específica del aprendizaje que, según los estudios, afecta a entre el 3,5% y 6,5% de la población escolar. Un porcentaje similar al de otros trastornos del aprendizaje, como por ejemplo la propia dislexia.
Las personas con discalculia tienen problemas para la correcta adquisición de habilidades matemáticas. No solo para interpretar y entender los números escritos, sino también para aplicar ciertos conceptos matemáticos en la vida cotidiana.
Detectar la discalculia
En general, estas dificultades se manifiestan desde los primeros años de vida. Algunas señales de la discalculia en los niños pequeños, según un artículo de La Asociación Dislexia, con sede en el Reino Unido, son los problemas para las siguientes tareas:
- Aprender a contar.
- Relacionar números con cantidades. Por ejemplo, comprender que el número 4 corresponde a grupos de cosas, como cuatro patas o cuatro galletas.
- Reconocer patrones, como el orden del más pequeño al más grande, o del más bajo al más alto.
Cuando llegan a la escuela primaria, los niños con discalculia suelen tener problemas con actividades como las siguientes:
- Aprender signos y operaciones básicas, como sumas y restas. A menudo siguen usando los dedos para realizar cálculos sencillos cuando ya no deberían hacerlo.
- Incorporar conceptos como la propiedad conmutativa (por ejemplo, que 1 + 2 es lo mismo que 2 + 1) o para determinar el resultado de operaciones simples (como 3 + 26 - 26) sin calcular.
- Entender el valor posicional de cada cifra. Por ejemplo, darse cuenta de que el 5 tiene un valor muy distinto en el número 50 que en el 500.
- Idear un plan para resolver un problema matemático, llevar la cuenta de la puntuación de forma correcta durante un juego, calcular cuánto dinero cuesta un producto y no saber si alcanza o no el dinero, etc.
Todo esto genera inconvenientes no solo en el rendimiento académico, por supuesto, sino también en la vida cotidiana: al tener que coger un autobús, leer la hora de un reloj, etc. Así lo explica Hiwet Costa, doctora en psicología educativa y responsable de la web Discalculia.com, quien agrega que “las matemáticas están en todas partes”.
Síntomas en adolescentes y adultos
La etapa de la escuela secundaria tiene para las personas con discalculia nuevas dificultades. Algunas de las más importantes se presentan en tareas como estas:
- Interpretar la información incluida en tablas y gráficos.
- Encontrar distintos enfoques para un mismo problema. Por ejemplo, les cuesta comprender que, para calcular el perímetro de un rectángulo, pueden sumar el largo y el ancho y luego multiplicarlo por dos (en lugar de sumar la longitud de cada uno de sus lados).
- Medir elementos como líquidos en una botella o ingredientes para una receta de cocina.
- Realizar cálculos de distancias, direcciones, velocidad, etc. Pueden perderse con facilidad.
- Calcular el cambio exacto u otras operaciones matemáticas relacionadas con el dinero.
¿Y qué pasa en la vida adulta?
La discalculia -como señala Hiwet Costa- es un trastorno no solo poco conocido, sino también poco estudiado. Esto lleva a que la mayoría de las personas que la padecen no tienen diagnóstico; y así llegan a la adultez, período durante el cual los síntomas típicos son los siguientes:
- Lentitud para realizar cálculos y escasa habilidad para las operaciones aritméticas mentales.
- Dificultades para comprender el valor posicional de los números, para contar hacia atrás, incluso problemas para la memoria general.
- Altos niveles de ansiedad cuando se debe afrontar alguna operación matemática, lo que puede dar lugar a aritmofobia: el pánico irracional a tener que hacer cuentas.
¿Cuáles son las causas de la discalculia?
La discalculia tiene un origen neurobiológico. “Se produce por anomalías en algunas estructuras del cerebro que apoyan la representación y el procesamiento de informaciones numéricas”, explica Hiwet Costa.
Esas anomalías cerebrales que generan la aparición de este trastorno específico del aprendizaje con dificultad matemática -tal el nombre con el que la discalculia aparece en el ‘Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales’ (DSM-5)- tienen un importante componente genético.
De hecho, una persona que tiene un hermano con discalculia tiene hasta diez veces más probabilidades de padecerla que alguien que no lo tiene. Pero, además, un estudio apunta que el trastorno “puede ocurrir como consecuencia de la prematuridad y el bajo peso al nacer”.
Además -añade el mismo trabajo, desarrollado por un científico de Israel- la discalculia “se encuentra con frecuencia en una variedad de trastornos neurológicos, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno del desarrollo del lenguaje, la epilepsia y el síndrome del cromosoma X frágil”.
Diagnóstico y tratamiento
¿Qué hacer ante la sospecha de discalculia? En primer lugar, hay que tener en cuenta que un bajo rendimiento o malas notas en matemáticas no siempre son, desde luego, una señal de la existencia de este trastorno. Muchas personas tienen ciertas dificultades con esta materia, pero no sufren de ninguna patología al respecto.
Por eso, lo primordial es tratar de obtener un diagnóstico correcto. La empresa Smartick, en colaboración con la Universidad de Málaga y la Universidad de Valladolid, desarrolló un test en línea para niños de entre seis y diez años, que es la edad más apropiada para detectar el problema.
Completar el test lleva unos quince minutos. Se evalúan habilidades como la identificación de números, comparación y reconocimiento de cantidades y cálculos de aritmética.
Es una herramienta para valorar el posible riesgo de discalculia, aunque, por supuesto, no arroja un diagnóstico: si el resultado indica que ese riesgo existe, lo indicado es acudir a un especialista para que analice el caso concreto.
Si el diagnóstico se confirma, corresponde “una intervención específica, integral, que incluya un trabajo con un especialista en trastornos de aprendizaje, la implicación de la familia y adaptaciones curriculares”, explica Hiwet Costa.
Los tratamientos no son solo para niños o adolescentes: los adultos con discalculia también pueden iniciar una terapia psicológica que, con la ayuda de programas por ordenador, puede ayudar a asentar conocimientos matemáticos que nunca fueron correctamente asimilados. Y también a superar la aritmofobia o la ansiedad ante las matemáticas que la discalculia puede haber propiciado a lo largo de la vida.
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