Miedo a volar: ¿se puede superar?
Algunas fobias resultan un problema importante para muchas personas. En la actualidad, cuando el avión se ha convertido en un medio de transporte habitual, sobre todo en el mundo desarrollado, padecer aerofobia -el miedo irracional a volar-puede derivar en inconvenientes que van desde lo laboral hasta la vida social, ya que es posible que la autoestima e incluso las relaciones personales sufran las consecuencias.
Una de cada cuatro personas experimenta algún tipo de malestar cuando debe viajar en avión. Sin embargo, las que “cumplirían los criterios de severidad e interferencia para el diagnóstico de fobia específica situacional o de todo trastorno fóbico” son menos: entre el 3 %, según las estimaciones más estrictas, y poco más del 10 %, de acuerdo con las más laxas. Así lo señala un artículo del psicólogo Miquel Tortella-Feliu y del psiquiatra Miguel Fullana, quienes han investigado a fondo esta cuestión.
En cualquier caso, la fobia a viajar en avión “es muy superior a la exhibida ante otros medios de transporte, y se trata de uno de los miedos específicos más frecuentes y de los que motiva con mayor frecuencia atención especializada”, indican los mismos especialistas. Y aunque la prevalencia sea la mínima estimada -un 3 %-, se trata de mucha gente. Cada día viajan en avión casi 12 millones de personas.
Volar es seguro, pero el miedo es irracional
Al igual que cualquier otra fobia, la aerofobia es un temor irracional. No basta con informar a quienes la padecen de algunas cifras contundentes, como las que indican que es mucho más probable sufrir un accidente fatal al viajar en coche que en avión. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año mueren alrededor de 1,35 millones de personas a causa de accidentes automovilísticos, mientras que la media anual de víctimas mortales en vuelos en el periodo 2013-2018 es de 282,5 personas (así lo señala la Asociación Internacional de Transporte Aéreo).
Para enfatizarlo más aún: en promedio, se produce un accidente cada 740.000 vuelos. Esto quiere decir que, en términos probabilísticos, una persona debería tomar un avión cada día durante 241 años para participar en un accidente que produjera víctimas fatales. No obstante, todos esos datos -que ofrecen tranquilidad a la mayoría de los pasajeros- no funcionan con los aerofóbicos.
Estas personas experimentan muchos de los síntomas que también son típicos de otras fobias: sudoración excesiva, aumento del ritmo cardiaco y respiratorio, náuseas, mareos, sequedad en la boca, dolor de cabeza, malestar general. En los casos extremos, el miedo puede llevar a quien lo sufre a ataques de pánico y ansiedad, a perder el control y hacer pedidos irracionales, como que detengan el vuelo o que el avión aterrice de inmediato.
Causas de la fobia a volar
A menudo se señala que una causa común de este trastorno es algún episodio traumático relacionado con aviones. No necesariamente un accidente aéreo, que como ya se ha señalado son muy infrecuentes. La fobia puede ser consecuencia de un vuelo con fuertes turbulencias, un aterrizaje de emergencia, un cambio de aviones por problemas mecánicos, etc. La sensación de que la vida estuvo en riesgo en esas situaciones puede activar el temor.
Pero además de las “experiencias aversivas directas”, Tortella-Feliu y Fullana explican que la fobia a volar puede adquirirse por vías indirectas, como la transmisión de información (leer o escuchar historias sobre accidentes, fallas en los motores, riesgos hipotéticos, etc.) o el llamado “aprendizaje vicario”, es decir, por la observación de la conducta de otras personas. Esta última, según los mismos autores, parece ser el factor de menor relevancia.
Sin embargo, también hay muchos casos en los que la fobia aparece sin ningún desencadenante claro. Esto suele producirse -apuntan Tortella-Feliu y Fullana- “en períodos en que el sujeto se ha visto expuesto a condiciones estresógenas no específicas (problemas laborales, familiares, etc.) que podrían estar actuando como favorecedoras de la deshabituación y reinstauración de miedos evolutivos”. En otras palabras, el estrés derivado de otros ámbitos de la vida puede llevar a que se desarrolle una aerofobia.
Por otra parte, hay que señalar que esta fobia no es un “miedo unitario”, como lo destacan los mismos autores en otro estudio, sino que se compone de uno o -en la mayoría de los casos- varios temores independientes. Además del miedo irracional a los accidentes aéreos, que es el principal, también aparecen otros, como el miedo a los espacios cerrados (claustrofobia), a no tener el control de la situación, a sufrir un ataque de pánico (agorafobia), a las alturas (acrofobia), a la inestabilidad o a experimentar sensaciones físicas desagradables.
Todos estos posibles componentes de la aerofobia dan cuenta de “la heterogeneidad de las posibles manifestaciones del trastorno”, añaden los citados especialistas. Como contrapartida, destacan un aspecto positivo: no es frecuente que esta alteración esté asociada con el riesgo de un trastorno depresivo mayor o de otros trastornos de ansiedad.
Tratar y superar el miedo a viajar en avión
Por fortuna, existen tratamientos para superar el miedo a volar. Son, básicamente, de dos clases: psicológicos y farmacológicos. Los primeros son los más recomendados en la mayoría de los casos, sobre todo la terapia cognitivo-conductual. En particular, son muy valorados los tratamientos que contemplan como herramienta principal la exposición en vivo: el contacto directo con el avión y la realización de vuelos, de manera gradual, siguiendo la idea de que la mejor manera de vencer un temor en enfrentarse a aquello que lo produce.
Es claro que pueden existir dificultades de orden práctico y económico para realizar esta exposición en vivo. Pero los tratamientos asistidos por ordenador y mediante realidad virtual “parecen tener -informan Tortella-Feliu y Fullana- la misma eficacia que la exposición en vivo, tanto al final de la intervención como en los seguimientos posteriores”. En general, de esta manera se logra una reducción significativa del miedo fóbico. El 85 % de los pacientes que terminan el tratamiento consiguen viajar en avión con posterioridad.
Los tratamiento farmacológicos, por su parte, han demostrado la eficacia de algunas sustancias como atenolol y alprazolam para reducir los síntomas fisiológicos de la fobia a volar, pero los científicos carecen de certezas acerca de sus posibles efectos a largo plazo, como pueda ser la adicción a las benzodiazepinas.
De todos modos, el tratamiento con fármacos -que implican ingerir una medicación cada vez que la persona ha de viajar en avión- podría ser conveniente en términos de costo y beneficio para personas que no utilizan con demasiada frecuenciaeste medio de transporte. En cambio, para personas que deben viajar en avión con regularidad -las cuales, por ese mismo motivo, son quienes más sufren las consecuencias de la aerofobia- lo más apropiado es evitar la ingesta crónica de psicofármacos y optar por un tratamiento psicológico que, como se ha señalado, resuelve el problema en la mayoría de los casos.