“Mi amiga tiene pareja pero siento un vínculo fuerte hacia ella, ¿mejor seguir la amistad a pesar de ello o cortarla?”
Mi amiga tiene pareja pero estoy sintiendo un vínculo fuerte hacia ella. ¿Seguir la amistad a pesar de tener estos sentimientos o cortarla para que el duelo sea menor?
Si pienso en mi niñez, y luego en mi adolescencia, me recuerdo siempre fascinada por la belleza, el ingenio y la libertad de alguna amiga. Como un pequeño paje que recibe el regalo de poder acompañar a una reina o una maga, me recuerdo cuidando los pasos para poder acercarme a ellas, acompañarlas en su aventura. Mis ganas tenían que ver con la posibilidad de llegar a hablar con mis amigas una lengua única. Fantaseaba con la intimidad de un mundo propio, sólo de las dos.
En esta entrega admirada a las amigas, también solía aguardar la 'cara b' del deseo, es decir, la posibilidad del rechazo. Un terror a descubrir lo que desde el inicio de la admiración ya era una sospecha: tal vez yo no fuera suficiente para ellas. Es principalmente la posibilidad del rechazo a lo que somos lo que genera dolor en la persona que desea con intensidad. Resulta difícil aceptar que las elecciones de las otras no dependen de nuestro valor, sino de sus tendencias, miedos y anhelos distintos. Pero si lo aceptásemos, sentir amor adquiriría sin duda un valor en sí mismo, al margen de las vidas que tomen las personas que nos encienden.
Nuestra sociedad pide una separación explícita entre la amistad y el amor romántico, pero dudo que exista una barrera tan clara como dicta la norma. Al menos, no existe para algunas de nosotras. La performatividad de la amistad y la performatividad del amor en los espacios públicos requieren de una diferenciación que sea legible. Mientras, en la amalgama de las raíces de lo emocional y lo pulsional, abajo donde el lodo y el sedimento, deseo, amor romántico y amistad se confunden en un silencio gozoso.
Nuestra sociedad pide una separación explícita entre la amistad y el amor romántico, pero dudo que exista una barrera tan clara como dicta la norma. Al menos, no existe para algunas de nosotras
La amiga, con su magnetismo, cuando nos elige nos regala un exceso de gozo, una sensación de privilegio. En su mirada sobre la nuestra está el efecto de hipnosis: la posibilidad de encuentro exclusivo y apasionado de dos, que podrían ser extrañas y, sin embargo, al juntarse fundan un espacio secreto para los demás.
En su Borrador para un diccionario de las amantes, Monique Wittig y Sande Zeig dan esta definición de la palabra hipnosis:
“Algunas dicen que la hipnosis se produce cuando, igual que a una gatita, se sostiene en el aire y por la nuca a una amiga o a una amante. Otras están convencidas de que llegan al estado de hipnosis escuchando una voz de ritmo calmo y parejo. Otras, todavía, dicen que para ellas la hipnosis se produce cuando miran a los ojos a una amiga o una amante. En este caso, es muy difícil saber quién hipnotiza a quién. Pero ateniéndonos a las informaciones reunidas acerca de este tema, ninguna parece preocupada por ello”
Wittig invita a pensar la hipnosis como un proceso de atención y de entrega que transforma nuestra disposición y conjura nuestra voluntad conjunta de forma suave y deliciosa. Lo importante aquí es que la unión rítmica que genera la hipnosis se puede dar tanto con una amiga como con una amante. Si nos fijamos en el texto, vemos que las autoras ponen énfasis en que no importa quién busca a la otra primero, sino la mutualidad que tiene lugar cuando dos se unen en un gesto. Si el estado de hipnosis ocurre después de que dos se han mirado a los ojos durante un rato, resulta muy difícil saber quién hipnotiza a quien.
Muchas amigas son amantes con las que nunca nos hemos acostado y, sin embargo, hay un eros hipnótico que nos hace relacionarnos desde una seducción amable
Las amigas nos fascinan, nos atraen y hacia ellas nos inclinamos para poder formar parte de su sensibilidad y de su mundo. Ese movimiento hacia la amiga, al margen del deseo sexual, ya es en sí deseo. Muchas amistades comienzan con un deseo que podría materializarse en un compartir sexual si se diese el espacio y el tiempo, las sincronías del momento. Muchas amigas son amantes con las que nunca nos hemos acostado y, sin embargo, hay un eros hipnótico que nos hace relacionarnos desde una seducción amable.
Las amantes son quizás quienes ya han pronunciado su deseo, se lo han comunicado la una a la otra, y han tomado juntas un camino de acción que se emprende con el cuerpo hacia la transgresión dulce del límite de la otra. Las amantes juegan a invadirse, a multiplicarse dentro avanzando como la hiedra, a dejarse sin aire para luego ceder el aliento. Cuando deseamos ¿cómo no desearlo todo? Desear llegar a todo con la otra.
Aun así, y tomando que la otra no pudiera acompañarnos en todos los caminos que desearíamos recorrer con ella, creo que es posible continuar la amistad con esos sentimientos y no a pesar de ellos. Desear es un regalo o un don sólo si conseguimos que el deseo no se convierta en una carrera del ego hacia la recompensa de una reciprocidad idéntica.
Tomando que la otra no pudiera acompañarnos en todos los caminos que desearíamos recorrer con ella, creo que es posible continuar la amistad con esos sentimientos y no a pesar de ellos
Para quienes conocemos el duelo, es difícil no temerlo. Resulta agotador imaginar el esfuerzo de desandar otra vez los caminos del apego. Pero hay caminos más suaves que otros, y los menos violentos están donde no es necesario reconstruir un ego roto tras una sensación de abandono. ¿Podemos amar la libertad de la amiga sin por ello sentirnos rechazadas?
Sí, apostar por la amistad deseante es un riesgo, pero un riesgo generoso, un riesgo bello.
P.D: Las amigas a veces son amantes y las parejas no siempre lo son. Las amantes a veces lo son sin tener sexo y las parejas que tienen sexo no siempre se desean como amantes.
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