“Mi pareja es viuda, su marido falleció tras 33 años juntos. Cuando llega un aniversario me aleja. ¿Cómo ayudarla a superar su duelo?”
Mi actual pareja es viuda, su marido falleció después de 33 años juntos. Cuando llega un aniversario me aleja, sufre. Lleva puesta una alianza con las coordenadas de donde están las cenizas de su marido. ¿Cómo la puedo ayudar a superar su duelo?
Vir/ginia Cano, en su libro Dar (el) duelo: Notas para septiembre, escribe para capturar la naturaleza compleja y cíclica del duelo por su hermano mayor, que falleció en 1993 cuando tenía 20 años y la autorx 14. El libro presta especial atención al evento anual del aniversario de la pérdida, una fecha que nunca pasa inadvertida, pues tiene efectos inesperados en el cuerpo y en el ánimo de la autorx. Sobre la llegada del aniversario de una muerte, pariente extraño de los cumpleaños, Vir escribe:
“Es increíble que un número –que no es número– pueda agitar así la sensibilidad de una herida. Cada año, con la posibilidad de medir lo incalculable del duelo, algo (me) pasa. Como esa noche en la que me hice tan grande de golpe y en la que a todxs la muerte nos cambió la vida, como sucedería tantas veces más. Los números son como las puntadas en el tiempo del recuerdo, una marcación en lo siempre in/extenso de un duelo que es solitario y compartido a la vez, esa medida sin medida que retorna siempre distinta para imprimir su huella en una cicatriz que se resiste a quedarse quieta”.
El aniversario de una pérdida es una marca en la memoria que recupera el momento donde lo incontrolable se impuso sobre nuestro amor y nuestra voluntad. Es también el recuerdo de un estado sensorial excepcional, recordamos quienes éramos en la sensibilidad aguda del dolor, todo lo que fuimos capaces de sentir, una versión del yo mismo agujereada, abierta al mundo, recibiendo señales que en la tranquilidad de los días comunes raramente recibimos. Hay algo más, aunque lleve el nombre y las señas de aquella que murió, el aniversario no sólo señala una partida, sino que también celebra esa fiera capacidad de supervivencia que nos hizo persistir a pesar de un dolor que en algún momento pareció incompatible con nuestro seguir adelante.
El aniversario no sólo señala una partida, sino que también celebra esa fiera capacidad de supervivencia que nos hizo persistir a pesar de un dolor que en algún momento pareció incompatible con nuestro seguir adelante
Retraimiento, ensoñación, deseo, dolor corporal, angustia, también urgencia, apertura, vitalismo. El cuerpo en duelo es un cuerpo apasionado que mantiene una relación íntima con algo que ha perdido. Si bien lo perdido ya no está en el mundo oficial, en la realidad de los demás, sigue vivo y presente en su mundo. Es constitutivo para su identidad y su vida. Presencia fantasmática que aporta matices y significado. Si bien el estado de duelo no es un estado elegido, lo que ocurre en su intimidad sí es deseado y necesario para hacer justicia a la importancia que la persona que se ha ido tuvo y tiene en el modo de ser y de sentir de quien aún vive. Estar en duelo es reconocer nuestra naturaleza relacional y no renunciar al vínculo, es decir, no renunciar a lo que amamos ni a lo que somos a través de lo que amamos.
Porque no hemos olvidado; estamos en duelo. Algunos matices, sí, comenzarán a abandonarnos. Algunos días la presencia de lo ausente se relajará en su existir como entidad aparte y se amalgamará con lo que somos. Algunos días no habrá susto ni sorpresa ante la falta, y esos días serán dulces, pero no necesariamente significará que hemos “superado” el duelo.
A pesar de que la expresión “superar un duelo” es de uso común, tal vez conviene intentar pensarla de forma crítica. Si entendemos el duelo no como un periodo oscuro que hemos de dejar atrás, sino como un tiempo indeterminado de relación íntima con lo perdido, podemos empezar a valorar el duelo en la belleza y la potencia que éste ofrece. Creo que las personas que hemos perdido un vínculo fundamental no necesitamos superar el duelo, buscar el tiempo de después como estado más deseable. No obstante, sí será bueno para nosotras encontrar formas de habitar ese estado desde la vitalidad y la ternura, alejando cada vez más emociones como el miedo, la ira o la angustia.
Si bien el estado de duelo no es un estado elegido, lo que ocurre en su intimidad sí es deseado y necesario para hacer justicia a la importancia que la persona que se ha ido tuvo y tiene en el modo de ser y de sentir de quien aún vive
Pensar más allá de la educación sentimental monógama es también comprender que en duelo por un amor todavía podemos entregarnos enormemente a otro, con celebración del encuentro y conciencia de la finitud. Aun así, importante reconocer que no es fácil acompañar a un cuerpo en duelo cuando el nuestro no lo está, ya que supone una asincronía. Cuando amamos a alguien que perdió y aún ama, con una intensidad viva, normal es que sintamos una distancia, una especie de barrera infranqueable que protege una intimidad a la que no tenemos acceso. Duele, pero está bien que sea así, que no todos los lugares del otro tengan que acondicionarse para nuestra presencia en ellos.
A algunas personas, abiertas y con tendencia a la comunicación constante, nos resulta especialmente difícil aceptar que el otro tiene parcelas de su identidad y de su afectividad que no va a compartir con nosotras. Nos resulta complicado responder con aceptación, y no con angustia, al hecho de que una pareja está formada por dos vidas que se acompañan, pero cuyas diferencias son innegables y cuyas temporalidades no siempre estarán en sincronía. A veces necesitamos ayuda, y desde luego esfuerzo, para vivir con calma las pasiones inaccesibles de las otras, sobre todo si dirigimos nuestra pasión en exclusivo hacia una persona que a veces se muestra ausente, su imaginación en otros mundos de los que no formamos parte.
Pensar más allá de la educación sentimental monógama es también comprender que en duelo por un amor todavía podemos entregarnos enormemente a otro, con celebración del encuentro y conciencia de la finitud
¿Cómo protegernos? ¿Cómo proteger lo que nos une? Tal vez sólo sin prisa, comprendiendo los pliegues extraños del tiempo, el rumbo cíclico del duelo. Y cuando nuestros amores no nos miran, porque su mirada está vuelta hacia otra parte… tratando de suspender la demanda, aunque sea unos minutos, abriendo un libro, mirando las flores, contando una historia intermedia, que no sea la tuya ni la mía… un tercer tiempo donde poder encontrarnos.
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