Ha pasado una década. Lo recuerdo como si fuera ayer. Todo empezó con un pequeño manifiesto, que publicamos en la que luego sería nuestra web.
“Os anunciamos el próximo lanzamiento de elDiario.es (...) Queremos dar voz a tantos ciudadanos en España que se ahogan ante una oferta informativa cada vez menos plural, cada día más monocorde y asfixiante. Creemos en un periodismo objetivo, pero también honesto. Estamos con la libertad, con la justicia, con la solidaridad, con el progreso sostenible de la sociedad y con el interés general de los ciudadanos. Defendemos los derechos humanos, la igualdad y una democracia mejor, más transparente y abierta”.
Firmamos aquel anuncio una veintena de personas, algunos de los primeros impulsores del periódico que somos hoy. Juanlu Sánchez, Olga Rodríguez, Rosa María Artal, Isaac Rosa, Carlos Elordi, Manel Fontdevila, Iñigo Sáenz de Ugarte, Andrés Gil, Gonzalo Cortizo, Ana Requena, Belén Carreño, José Sanclemente, Joan Checa, Ignacio Escolar…
Aquel manifiesto terminaba así: “Nuestro proyecto apuesta exclusivamente por la Red porque es el mejor medio para lanzar un periódico independiente y económicamente sostenible que garantice la libertad de expresión, entendida desde el derecho de la sociedad a la información veraz y no como el privilegio de los medios para la calumnia y el tráfico de favores”.
Este texto con el que presentamos elDiario.es también incluía una frase, que entonces me repetía sin cesar y que resumía el trauma que nos había llevado hasta allí. “Desde que existe Internet, solo pierden su voz aquellos que se resignan a estar callados”.
El año 2012 no había empezado demasiado bien. El periódico para el que colaboraba como columnista y del que había sido primer director, el diario Público, se había declarado en concurso de acreedores; despidieron al 85% de la plantilla. Los que tenían un contrato laboral acabaron en el Fogasa, el fondo público de garantía salarial. La mayoría de los colaboradores, como entonces era mi caso, nos quedamos sin cobrar.
Yo tenía entonces 36 años, un hijo de tres y una hipoteca por pagar. Con todo, era un privilegiado. Contaba con algunos ahorros: la indemnización que Público me había pagado en 2009, cuando el dueño me despidió como director. Y también tenía algunas ofertas para trabajar en otros periódicos, algo muy raro en esos momentos.
En el año 2012, prácticamente todos los grandes medios de comunicación españoles habían puesto en marcha despidos masivos. La crisis de esos años, todos lo recordamos, fue brutal. Pero la prensa no solo pagó una factura económica. Con la crisis, la libertad de los periodistas también se hundió. La independencia editorial es un lujo caro. Y los medios, arruinados y endeudados, se volvieron esclavos de cualquiera que les financiara: con créditos o publicidad.
En aquellas circunstancias, lanzar un nuevo periódico solo podía calificarse como una temeridad. Rechazar una nómina y gastarme los ahorros en esa aventura era una locura aún mayor. Recuerdo perfectamente los motivos de mi decisión y el apoyo de mi familia. “Solo pierden su voz aquellos que se resignan a estar callados”. Y no me resigné.
Recuerdo otra frase, que también me repetía esos días. Un viejo lema de la izquierda: “Mis manos son mi capital”. Porque no teníamos mucho más.
Tenía ofertas de trabajo, pero realmente no tenía adónde ir. Porque aquella crisis económica había destrozado la libertad de los grandes medios de comunicación. Y por eso en aquel 2012, los periodistas que fundamos elDiario.es llegamos a la conclusión de que la única manera de ser libres, la única manera de ejercer el periodismo en el que creíamos, pasaba por lanzar un nuevo periódico que no dependiera del capricho o los intereses de un editor multimillonario, de un banco o de un fondo de inversión. Un diario donde los periodistas tuviéramos la última palabra, también en la gestión. Porque lo que estaba en crisis en ese año 2012 no era el periodismo, ni la función de la prensa, ni qué es una noticia, ni cuáles deben ser las reglas y la ética de este oficio. Lo que estaba en crisis era otra cosa: cómo pagar un sueldo a los periodistas sin hipotecar su libertad; cómo lograr la independencia económica que permitiera la independencia editorial.
La respuesta hoy parece obvia, pero entonces no lo era tanto: la libertad nos la darían los lectores. Y apostamos por un nuevo modelo que después han replicado otros medios, pero que entonces parecía otra locura aún mayor: convencer a los lectores de que pagaran por un periódico que podían leer gratis. Apoyarnos en los socios y socias, en esas personas comprometidas que nos respaldáis.
Al proyecto inicial –apenas un manifiesto– se fueron sumando más amigos y familiares, que nos dejaron algo más de dinero para arrancar. Empezamos cuatro personas en una mesa alquilada en otra oficina: Juanlu Sánchez, Iñigo Sáenz de Ugarte, Andrés Gil y yo. Más tarde nos mudamos a una primera redacción ‘de verdad’: una oficina de 70 metros, con un solo baño. Nacimos como un diario de juguete, porque teníamos claro que nadie iba a ayudarnos a pagar las nóminas si el proyecto nos salía mal. El 18 de septiembre de 2012, el día de nuestro lanzamiento, elDiario.es era poco más que un blog: doce personas en la redacción. Los periódicos con los que competíamos tenían las mismas manos, o más, solo en la sección que cubría el Real Madrid. Pero nosotros contábamos con una gran ventaja: nuestra libertad.
No teníamos créditos, ni tampoco a bancos entre nuestros accionistas. Y por eso fuimos el primer periódico que pudo hablar de los desahucios. No debíamos favores a los partidos, y por eso pudimos contar el fin del bipartidismo con libertad, y denunciar las operaciones de acoso y derribo contra esa nueva izquierda que, poco después, empezó a despuntar. No dependíamos del capricho o la agenda oculta de un gran empresario con otros negocios, de esos que cambian cromos con el poder. Y por estas razones empezamos a publicar noticias que nadie más podía contar. No éramos ni mejores ni peores periodistas. Solo éramos más libres que los demás.
Hoy elDiario.es ya no es un pequeño periódico. Cada euro extra que nos han dado los lectores lo hemos reinvertido en contratar a más periodistas para mejorar. Nos hemos convertido en uno de los medios más leídos en España. Seguimos contando con menos presupuesto que los grandes periódicos con los que competimos, pero ya no somos un medio irrelevante y marginal.
El apoyo de decenas de miles de socios y socias ha tenido impacto en la historia reciente de España. Fue elDiario.es el periódico que destapó las tarjetas black, que acabaron con el todopoderoso Rodrigo Rato en prisión. Fue elDiario.es quien desveló el escándalo de los títulos de máster regalados de la Universidad Rey Juan Carlos, que forzó la caída de Cristina Cifuentes y de la ministra Carmen Montón. Ha sido elDiario.es, más recientemente, el medio que destapó los negocios del hermano de Isabel Díaz Ayuso con la Comunidad de Madrid y sus pelotazos con las mascarillas. Todo eso ha ocurrido por el apoyo de nuestra comunidad. Y en el futuro estoy seguro de que elDiario.es seguirá demostrando a sus socios y socias que merece la pena apoyar a un medio que dependa de los lectores y logre un gran impacto social.
Ha pasado una década. Hoy trabajan en elDiario.es y en nuestros medios asociados más de 200 personas. Nos hemos hecho grandes, pero esa fue siempre nuestra intención. Nunca quisimos construir un medio pequeño e irrelevante. Nuestro sueño era construir un diario que jugara en primera división, porque solo así se pueden lograr nuestros objetivos. Siguen siendo los del primer día: “Defender el interés general de los ciudadanos, construir una democracia mejor”.
Hemos crecido, pero no nos hemos desviado de nuestro plan. No tenemos créditos, ni debemos favores inconfesables, ni somos propiedad de un millonario, de un banco o de un fondo de inversión. Seguimos siendo los mismos al frente del timón: un grupo de periodistas que no nos resignábamos a estar callados, que queríamos hacer las cosas de otra manera, que pedimos ayuda a los lectores para comprar nuestra libertad.
Ha pasado una década. Con la ayuda de los socios, los mejores años de elDiario.es aún están por llegar.
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