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Cañete no puede ser Comisario Europeo de Energía y Acción Climática

Eva Joly, Yannick Jadot, Michèle Rivasi, José Bové, Karima Delli, Pascal Durand, eurodiputados de Europe Écologie-Les Verts, Florent Marcellesi, portavoz de EQUO en el Parlamento Europeo y miembro de Primavera Europea

La ética es en política una exigencia permanente y Europa no puede ser una excepción. El avance de la extrema derecha y de determinados populismos en varios países de la Unión Europea es una prueba de ello. La crisis democrática se acentúa y somos cada vez más conscientes de que corremos el riesgo de fracasar. Difícil, cada día más, devolverle la ilusión en una Europa distinta a millones de hombres y mujeres que miran con recelo las instituciones europeas. Aquellos que actúan como si no estuviera pasando nada no comprenden el sentido de estos tiempos. No comprenden que el creciente descrédito de la clase política abre la puerta a todo tipo de aventuras de destino más que incierto.

La connivencia entre los lobbies, sobre todo el energético, y una parte de la clase política se hace cada vez más evidente e insoportable para la ciudadanía. El mantenimiento de una política de austeridad y la desafección entre la ciudadanía y sus políticos es un cóctel explosivo. Un juego del que se benefician mayoritariamente los que propagan un discurso de odio y de rechazo del otro.

En este contexto político, el nombramiento del Miguel Arias Cañete como Comisario de Acción Climática y Energía supone una advertencia. La carta de los tratados europeos es sin embargo clara: “Los miembros de la Comisión son elegidos por razón de sus competencias generales y su compromiso europeísta, entre personalidades capaces de ofrecer las máximas garantías de independencia”.

¿Tienen sentido los reproches que está recibiendo el nombramiento de este peso pesado de la derecha española? Más allá de los comentarios sexistas inaceptables que tristemente colorean su carrera política y pasando por encima del hecho de que forme parte de uno de los gobiernos europeos más hostiles a las energías renovables, la candidatura del Sr. Cañete incorpora unos más que posibles y muy serios conflictos de intereses. En el centro de las sospechas, las conexiones con dos compañías petrolíferas fundadas por el propio cuñado de Miguel Arias Cañete, Petrolífera Dúcar y Petrologis Canarias.

La ambición ecologista de la Comisión de Juncker era ya bastante débil, pero es a fecha de hoy cuando su independencia genera mayores dudas. En efecto, aunque el Sr. Cañete, y parece ser también su mujer y su hijo vendieron el 18 de septiembre las acciones que poseían en ambas compañías, las sospechas de que el conflicto de intereses no se ha resuelto cobran cada día más peso. Nada más ni nada menos que dos de sus cuñados controlan ambas compañías.

Existe además la sospecha de la ocultación de intereses personales y de su familia, vía montajes fiscales, hacia una sociedad pantalla, la sociedad Havorad BV, con sede en los Países Bajos. A través de esta empresa pantalla, según ha aparecido reflejado en la prensa en esta última semana, la familia más próxima del Sr. Cañete posee más de un tercio de la filial de CEPSA en Panamá, un gigante del petróleo español.

Llegados a este punto, si nada confirma el carácter ilegal de estas actividades, las dudas se acumulan. ¿Qué ingresos obtiene su familia con estas participaciones? ¿por qué se han utilizado montajes empresariales opacos? ¿a quién han vendido sus acciones el Sr. Cañete, su mujer y su hijo? ¿ha existido voluntad de defraudar a la Hacienda Española? ¿es posible que una persona estrechamente ligada al sector petrolífero desde hace tantos años tenga a bien luchar contra el cambio climático en nombre de la Unión Europea? Teniendo en cuenta que la carta de “buena conducta” de los comisarios señala explícitamente que los “intereses familiares” generan conflictos de intereses, ¿puede el Sr. Cañete ofrecer las garantías de independencia necesarias para el puesto?

Estas preguntas, entre otras muchas, son tan evidentes, como legítimas y deben encontrar respuesta. Ningún acuerdo entre conservadores europeos (PPE) y socialistas europeos (S&D) pueden justificar la protección al Sr. Cañete. Nada justifica que el Sr. Juncker y la derecha europea sean soporte incondicional de esta persona. Nada, ni siquiera lo que este último haya podido jurarles, mirándole directamente a los ojos, como hace no tanto hiciera el entonces ministro de economía francés Jérôme Cahuzac, con François Hollande, prometiendo que no tenía cuentas en Suiza (como luego se demostraría). ¡Europa no tiene ninguna necesidad de un nuevo Cahuzac!

La ética es en política una exigencia permanente y Europa no puede ser una excepción. El avance de la extrema derecha y de determinados populismos en varios países de la Unión Europea es una prueba de ello. La crisis democrática se acentúa y somos cada vez más conscientes de que corremos el riesgo de fracasar. Difícil, cada día más, devolverle la ilusión en una Europa distinta a millones de hombres y mujeres que miran con recelo las instituciones europeas. Aquellos que actúan como si no estuviera pasando nada no comprenden el sentido de estos tiempos. No comprenden que el creciente descrédito de la clase política abre la puerta a todo tipo de aventuras de destino más que incierto.