Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.
¡Que nieva, que nieva!
Escribo estas líneas mientras la ciudad se cubre de gruesos copos sobre una gruesa capa de hielo. La nieve, por fin, ha llegado a Vitoria y todos hacemos palmas con las orejas, para bien y para mal. Porque la nieve saca lo mejor de nosotros mismos y nos sumerge en un estado de nerviosismo que nos convierte en una clase de párvulos el día antes de las vacaciones. Es decir, en seres felices, o exagerados, o un punto histéricos o, en el peor de los casos, insoportables.
Yo a la nieve prefiero solo verle ventajas. Por ejemplo, nos permite ir por la calle totalmente tapados sin que un Ertzaina nos pida que nos descubramos “por seguridad”. También nos invita a iniciar conversaciones en bucle con los vecinos, los compañeros de trabajo o los parroquianos que se toman en café en el bar y con los que nunca jamás hablaríamos de nada. Nos anima a hacer trabajos en comunidad, como limpiar nuestro portal y nuestra parcela de acera. Bueno, eso quien lo haga, porque hay quien piensa que ya paga suficiente al Ayuntamiento como para tener a un operario en todos y cada uno de los portales de la ciudad limpiando el pavimento y colocando una alfombra roja, por qué no. Siendo sinceros en este sentido, también desvela cuáles son los barrios más mimados por los quitanieves en la ciudad y cuáles están sumidos en el olvido blanco y helado.
Con la nieve recibimos mensajes virales en los que algún/a iluminado/a nos advierte del apocalipsis y nos empuja a llenar la despensa para soportar un encierro que nunca llega. Consumimos mucha más información de los medios de comunicación que, ávidos de noticias interesantes, se esfuerzan por hacer un despliegue que cubra meteorología, carreteras y todo lo que puedan imaginarse. Porque les aseguro que la nieve a los medios locales les pone... creativos, dejémoslo ahí. Esos titulares catastrofistas, esos encabezados tipo “ola de frío polar”, esos reportajes sobre resbalones y caídas, esas fotos de portada con el muñeco de nieve en Zabalgana, minutos y minutos de radio, hojas y hojas de información… ¡hasta columnas como ésta! Lo más.
La nieve nos vuelve súper valientes. Porque, a pesar de que nos recomienden por activa y por pasiva que dejemos el coche en casa por precaución hay quienes, de pronto, porque yo lo valgo, echan de menos esas pinzas para la ropa que tienen que comprar con urgencia, como si les fuera la vida en ello, y protagonizan el artículo de prensa en el que se habla del accidente que han tenido en la rotonda, del atasco que han provocado en el túnel que va hacia el centro comercial… La nieve colapsa las urgencias a cuenta de las caídas por el hielo, a veces (desgraciadamente) accidentales y a veces acaecidas por empeñarnos en salir de casa con el zapato italiano de suela lisa o los stilettos de tacón de 14 centímetros que compramos en las rebajas. También agudiza el ingenio de nuestros vástagos adolescentes (y no tanto) quienes, con certera puntería, la emprenden a bolazos contra la cristalera del tranvía y los urbanos. Divino.
Y, lo más importante, pone alerta a las autoridades que, después del soponcio que se pegaron hace tres años cuando el nevadón nos pilló por sorpresa y la ciudad se colapsó, ahora previenen la nevada casi desde agosto y están preparadísimos para lo que pueda suceder, que no hay mal que por bien no venga. Algunos flecos quedan sueltos por ahí, como esos accesos a nuestra ciudad a ciertas horas cuajados de nieve y hielo que provocan que los buses que llegan de otros destinos tarden más en alcanzar la estación de Los Herrán que en llegar por la carretera.
Después de la nieve, suele sucederse otro ritual. La temperatura sube repentinamente, se pone a llover, la nieve y el hielo se deshacen rápidamente y nuestros embalses tienen que aliviar enormes cantidades de agua para no desbordarse, anegando todo lo que tienen alrededor. Afortunadamente, esto ocurre cada vez menos gracias a las zonas de alivio del caudal del río diseñadas en torno al Anillo Verde. Sin embargo, se suma otro problemilla. Podríamos desembalsar antes para paliar las inundaciones, pero el gabinete de crisis alavés suele tener que darse de tortas con el Consorcio de Aguas de Bilbao y con Iberdrola, dueña de nuestros pantanos. Si amiguitos: ¡el agua tiene dueño y se apellida Sanchez Galán! Ambas entidades priman los intereses de la generación eléctrica y de los bilbaínos (a quienes damos de beber) sobre los de los habitantes del territorio que, todo hay que decirlo, también tuvieron la estúpida manía de edificar casas y fábricas sobre el cauce de un río. Un río que siempre reivindica sus antiguos dominios, caiga quien caiga. Total, que se monta un pochocho de mil pares.
Esperando que esto no suceda, yo disfruto de la nieve porque me encanta. Y porque, si lo que dicen esos locos que vaticinan el cambio climático es cierto, muchas más nevadas no veremos en el futuro. Así que la veo desde la ventana con un té bien caliente, me tiro en plancha para hacer el ángel y me aguanto cuando me toca esperar al bus bajo ella. Porque, la verdad, al menos la nieve nos saca de esa rutina diaria tan vitoriana y tan gris. Les invito a que hagan lo mismo y se desfoguen con una buena guerra de bolas. Igual hasta salen en la portada del periódico.
Sobre este blog
Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.
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