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Paranoia

Juan Bas

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Estoy pillando últimamente cierta paranoia con el correo electrónico. Me explico. Cuando descubrí este maravilloso avance tecnológico fui consciente de que era la herramienta laboral soñada. Soy del año en que Castro entró en La Habana y en mis primeros tiempos de guionista me servía de una máquina de escribir Lexicon forjada con el mismo hierro que la armadura de Viriato, el 'tippex', la fotocopia y el correo certificado ─lo más cargante; las oficinas de Correos solían ser como de guión de Azcona─. El fax mejoró mucho las cosas, pero no servía para mandar trabajos largos. El correo electrónico lo resolvió todo con la prodigiosa magia de la ventanita de enviar: miles de páginas en segundos; hasta novelas históricas de densidad granítica se echa a la espalda sin parpadear el servidor de correo.

Pero desde hace un tiempo, sobre todo en cuestiones relacionadas con el festival La Risa de Bilbao, he cogido miedo al 'email', a contestar cartas de personas desconocidas y darles explicaciones por cortesía ─no volveré a incurrir en ese error─. Sucede demasiado a menudo algo muy parecido al típico gag de la chica maciza que hace autoestop. El conductor pardillo para encantado, sonríe a la ninfa de oreja a oreja y le abre la puerta del coche. Entonces, la chica pega un silbido y aparecen sus acompañantes ocultos: un grupo con pinta a ser Los Ángeles del Infierno sin moto. Porque ahora, detrás de cada persona está su blog ─los blogs son ya como los culos o las opiniones, todo el mundo tiene uno; incluso esta sección de El Diario Norte en la que escribo se encuadra en un apartado de blogs─, o pertenece a alguna asociación de 'letraheridos' o 'comiqueros' con criterio de comisario político que lanzan sus dardos desde una web. Total, que la carta que has respondido creyendo que va a quedar en el ámbito del intercambio privado, te la encuentras publicada en Internet en uno de esos blogs o webs.

Pero esto ─por algo así gané un juicio por vulneración de la privacidad a una revista de cuyo nombre no quiero acordarme─ no es lo peor. Tras la carta publicada sin permiso llegan los comentarios a la misma, hechos por gente que excluye su identidad con un ingenioso pseudónimo y una fotito, por ejemplo de una guillotina o una picadora de carne, para dar rienda suelta con impunidad al resentimiento y la ferocidad. Abunda en esos comentarios la mala hostia, el rencor, la dureza, la descalificación y el insulto, demostrando que el patriotismo no es el único refugio de los canallas.

A Kafka, con su sentido literario de la paranoia y la manía persecutoria, le habría encantado esta dimensión de Internet. Es muy probable que le hubiera servido para un capítulo de 'El castillo' o 'El proceso'. Ya que es un tema un poquitín monstruoso que da algo de miedo.

Estoy pillando últimamente cierta paranoia con el correo electrónico. Me explico. Cuando descubrí este maravilloso avance tecnológico fui consciente de que era la herramienta laboral soñada. Soy del año en que Castro entró en La Habana y en mis primeros tiempos de guionista me servía de una máquina de escribir Lexicon forjada con el mismo hierro que la armadura de Viriato, el 'tippex', la fotocopia y el correo certificado ─lo más cargante; las oficinas de Correos solían ser como de guión de Azcona─. El fax mejoró mucho las cosas, pero no servía para mandar trabajos largos. El correo electrónico lo resolvió todo con la prodigiosa magia de la ventanita de enviar: miles de páginas en segundos; hasta novelas históricas de densidad granítica se echa a la espalda sin parpadear el servidor de correo.

Pero desde hace un tiempo, sobre todo en cuestiones relacionadas con el festival La Risa de Bilbao, he cogido miedo al 'email', a contestar cartas de personas desconocidas y darles explicaciones por cortesía ─no volveré a incurrir en ese error─. Sucede demasiado a menudo algo muy parecido al típico gag de la chica maciza que hace autoestop. El conductor pardillo para encantado, sonríe a la ninfa de oreja a oreja y le abre la puerta del coche. Entonces, la chica pega un silbido y aparecen sus acompañantes ocultos: un grupo con pinta a ser Los Ángeles del Infierno sin moto. Porque ahora, detrás de cada persona está su blog ─los blogs son ya como los culos o las opiniones, todo el mundo tiene uno; incluso esta sección de El Diario Norte en la que escribo se encuadra en un apartado de blogs─, o pertenece a alguna asociación de 'letraheridos' o 'comiqueros' con criterio de comisario político que lanzan sus dardos desde una web. Total, que la carta que has respondido creyendo que va a quedar en el ámbito del intercambio privado, te la encuentras publicada en Internet en uno de esos blogs o webs.