Si algún sector productivo está sufriendo el efecto de medidas gubernamentales este es el de la cultura. Al efecto depresivo que tiene la propia crisis en todos los ámbitos, hay que añadir el que suponen medidas como la subida del IVA, especialmente brutal si la comparamos con otros sectores, la reducción de todo tipo de subvenciones o las situaciones críticas que afectan específicamente al sector, como el paso hacia el mundo digital que resulta indigesto para muchas industrias culturales.
No hay duda que el mundo de la política tiene una doble pulsión hacia la cultura. Cuando se acercan las elecciones, persigue a las llamadas personalidades de la cultura para que aporten un poco de 'glamour' a sus propuestas, mientras que durante el tempo en que controlan el poder se limitan a apoyar aquellas actividades que proporcionan un cierto prestigio social. El actual Gobierno vasco participa también de ese sentimiento de ningunear la cultura, sobre todo la que no puede controlar. Ya empezó enseñando el colmillo al degradar el Departamento de Cultura a una viceconsejería colgada del departamento de Educación. Continuó, de una forma coherente, rebajando el gasto por encima de la media. Y, por supuesto, no le ha fallado el pulso a la hora de retirar subvenciones a aquellas asociaciones o actividades culturales que no consideraba suficientemente vascas.
Uno de los hechos diferenciales del Gobierno anterior fue su política cultural, de la que ahí van algunas muestras: el impulso de lo digital, especialmente en el terreno del euskera; una pluralidad desconocida en anteriores gobiernos; el fomento del consumo cultural con la creación del bono cultura; el apoyo al club de consumo Kulturtik; desarrollo efectivo de Etxepare; impulso de Ezcenika como escuela nacional vasca de artes escénicas; ayudas a los creadores creando infraestructuras de tamaño racional, como el programa de fábricas de creación. Al tiempo, llevó a cabo una política de contención de gasto con aquellos agentes culturales que han actuado como vampiros del presupuesto del Departamento de Cultura, empezando por el Guggenheim, cortando las exigencias de la familia Chillida, parando el desarrollo de infraestructuras faraónicas, como la Tabakalera donostiarra, o reduciendo el aporte a asociaciones como la ABAO que, aunque han desarrollado durante años un buen trabajo, deben adaptarse a los condicionamientos de una situación de crisis. Ni que decir tiene que el nuevo Gobierno pasa de todo esto.
Hace unos días se ha presentado el acuerdo entre el PSE y el PNV. No hay duda de que cualquier acuerdo entre partidos cuenta de salida con la simpatía de la población, y más aún cuando estamos metidos en una situación convulsa en la que los partidos buscan más meterse con el vecino que hacer propuestas constructivas. Así que, bienvenido sea.
No quiero entrar en el análisis de lo que es su contenido principal, centrado en la promoción del empleo y la reactivación de la economía, aunque me parece curioso que en el pacto se sigan defendiendo proyectos como el del puerto de Pasajes de reputada falta de rentabilidad. Pero sí quiero señalar que en el pacto no hay referencias al mundo de la cultura, un hecho que me parece especialmente grave.
¿No es posible pactar unos mínimos de consenso en política cultural? ¿Se trata de que el PNV no quiere pactar nada en el terreno de la cultura? ¿O es que al PSE no le parecen importantes los temas culturales? ¿O bien que, dado que los montos asignados al sector cultura (dejemos aparte a la EITB) son relativamente pequeños, su importancia tampoco es grande? ¿O es que se deja intencionadamente algo fuera del pacto para poder tener materia de discusión en el debate de presupuestos?
No tengo respuesta para estas preguntas, pues muchas veces no resultan evidentes las intenciones de los políticos. Sí tengo claro, sin embargo, la importancia de impulsar un sector cultural alejado de dependencias políticas y que pueda estabilizarse económicamente. Una característica de los anteriores gobiernos del PNV (recuerdo especialmente la etapa 'ibarretxiana') fue su sectarismo en el apoyo a los creadores y a la difusión de la cultura. El Gobierno del PSE corrigió en alguna medida esta deriva, aunque mucha gente piensa que lo hizo con demasiada timidez.
Hay quien piensa que si “uno no quiere, dos nunca se arreglan”. No niego la certeza de esta frase, pero también creo en aquello de que “el que la sigue la consigue”. También hay gentes en el mundo nacionalista que no desean fracturas sociales y a las que les asusta el talibanismo 'bildutarra'.
Buena parte del futuro de Euskadi se juega en el terreno de la cultura. Es necesario el fortalecimiento de una cultura pluralista que rompa trincheras, que elimine las tendencias localistas y aislacionistas. Pensemos en lo que ocurre en Cataluña, donde los posicionamientos culturales han sido una fuerza importante en la deriva de parte de la sociedad catalana hacia el independentismo.
'Primun vivere deinde philosophare' parece que es el criterio de muchos políticos que pretenden, seguramente con sinceridad, superar la crisis en la que estamos inmersos. Pero en momentos de crisis es cuando hay que pensar más, es cuando se mueven más rápidamente los paradigmas sociales. Para bien y para mal. Apoyar la cultura no es un gasto, es una inversión.
Si algún sector productivo está sufriendo el efecto de medidas gubernamentales este es el de la cultura. Al efecto depresivo que tiene la propia crisis en todos los ámbitos, hay que añadir el que suponen medidas como la subida del IVA, especialmente brutal si la comparamos con otros sectores, la reducción de todo tipo de subvenciones o las situaciones críticas que afectan específicamente al sector, como el paso hacia el mundo digital que resulta indigesto para muchas industrias culturales.
No hay duda que el mundo de la política tiene una doble pulsión hacia la cultura. Cuando se acercan las elecciones, persigue a las llamadas personalidades de la cultura para que aporten un poco de 'glamour' a sus propuestas, mientras que durante el tempo en que controlan el poder se limitan a apoyar aquellas actividades que proporcionan un cierto prestigio social. El actual Gobierno vasco participa también de ese sentimiento de ningunear la cultura, sobre todo la que no puede controlar. Ya empezó enseñando el colmillo al degradar el Departamento de Cultura a una viceconsejería colgada del departamento de Educación. Continuó, de una forma coherente, rebajando el gasto por encima de la media. Y, por supuesto, no le ha fallado el pulso a la hora de retirar subvenciones a aquellas asociaciones o actividades culturales que no consideraba suficientemente vascas.