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Sobre este blog

Filólogo y periodista, pero poco, ha ejercido como profesor, traductor y escribidor para terceros. Actualmente dirige e ilustra ÇhøpSuëy Fanzine On The Rocks y prepara la segunda oleada de su Diccionario para entender a los humanos.

¡Vociferen, se rueda!

Josean Blanco

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Sobre este blog

Filólogo y periodista, pero poco, ha ejercido como profesor, traductor y escribidor para terceros. Actualmente dirige e ilustra ÇhøpSuëy Fanzine On The Rocks y prepara la segunda oleada de su Diccionario para entender a los humanos.

La retransmisión televisiva de los debates parlamentarios (o de los plenos municipales), en contra de lo que sostienen los falsos ingenuos, no ha dado como resultado una «mayor transparencia». Nos decían que introduciendo cámaras y micrófonos en los hemiciclos podríamos acceder a la esencia de la política y veríamos cómo se negocia, como se «transacciona» la voluntad popular. En realidad, llevar las cámaras a los debates políticos ha tenido el mismo efecto que introducir el caballo de madera en Troya: ha entrado el enemigo.

El resultado de las retransmisiones televisivas ha sido nefasto. Exactamente el mismo que se ha producido al introducir la cámara del Gran Hermano en la «vida real», en la conversación de una pareja, en un debate ciudadano sobre la emigración o en una tertulia sobre la poesía renacentista: ha convertido a todos los participantes en actores que representan un papel ante un público. Pero con la diferencia de que pretenden hacernos pasar por real lo que no es sino una representación: es decir, se han convertido en farsantes.

En política, los integristas de todo tipo sostienen que los principios no son negociables y ven mal cualquier acuerdo en el que deban rebajar sus programas de máximos. Quieren introducir cámaras y mostrar en vivo una negociación para evidenciar que la voluntad popular se «traiciona» cada vez que se negocia, porque hay que ceder. A ciertos líderes, depositarios de una verdad trascendente, no es difícil imaginarlos en el escaño portando las Tablas de la Ley. Pero esta reclamación sobreactuada de pureza acaba condicionando los discursos y al final todos actúan como si negociar fuera perverso y como si todos, salvo el que habla, estuvieran contaminados de una podredumbre moral inherente al cargo. Da un poco de grima ver a personas que perdieron su virginidad cuando los dinosaurios dominaban la Tierra actuar como si se hubieran reencarnado ayer en Juana de Arco.