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Aberri Eguna: noventa años de celebración
Este domingo 17 la Plaza Nueva de Bilbao se llenará. La gente, tras dos años de secano, quiere verse, saludarse, escuchar, sentirse parte de un proyecto y luego tomar un txakolí con unas rabas o, como ha organizado el PNV, una comida popular ante el Arriaga. Bildu lo hará en otro lugar y los periódicos del lunes dirán que una vez más los nacionalistas han celebrado el día de la Patria Vasca desunidos. Es un clásico sin deparar que es mejor celebrarlo cada uno por su lado, cada oveja con su pareja, que no celebrarlo como harán el PP y el PSE-EE.
No era lo que hacía el PSE cuando lo celebró desde 1937 a 1978 pero la alusión a la Patria Vasca, acercándose al poder en la España de la transición, no les parecía procedente, aunque hubieran desfilado por las calles de Bilbao pidiendo la autodeterminación Rubial, Benegas y Redondo, y aprovecharon la intensificación de las acciones de ETA para clausurar su celebración hasta el punto que no pudo consagrarse como fiesta de los vascos en el Estatuto de Gernika en 1979. Hoy es el día en el que no tenemos una fiesta de la comunidad.
Recuerdo con especial dolor el Aberri Eguna de 1976. El Gobierno vasco, entonces en el exilio, socialistas incluidos, convocó en Iruña el Aberri Eguna. Franco había fallecido cinco meses antes y aquel Aberri Eguna iba a ser el gran pulso de todas las fuerzas de la oposición, socialistas, comunistas, republicanos, nacionalistas, todos, al Gobierno de Arias Navarro. ¿Qué pasó? ETA secuestró y mató al empresario Ángel Berazadi y el Gobierno vasco suspendió la celebración. De haberse celebrado hoy ese acto hubiera estado en los anales de la historia y seguramente el PSE seguiría celebrándolo. ETA lo malogró diciéndonos que, a pesar de la muerte de Franco, iba a continuar con la lucha armada. Eso es lo que tenemos que agradecer a este mundo.
Fue en 1932 hace 90 años. Un 27 de marzo. Sesenta y cinco mil nacionalistas se concentraron en Bilbao. Al desfilar por la Gran Vía de Don Diego López de Haro, la mayoría de los balcones de la arteria urbana bilbaína permanecieron herméticamente cerrados. El diario 'Euzkadi' escribía: “Los barrios aristocráticos católicos —que es el modo menos humano de ser católico— permanecieron mudos, insensibles, huraños, ciegos”, terminaba el artículo proponiendo que se le denominara a la Gran Vía 'Gran Vía de los Agotes'.
Así fue el primer Aberri Eguna. En aquel 1932 con una República recién estrenada, a sólo unos días de celebrar su primer cumpleaños. En medio de una fuerte crisis económica, con la abierta hostilidad de una derecha fuerte, y con una violenta actividad obrera en la calle.
La primera idea de la convocatoria masiva fue presentada como la celebración de las “bodas de oro del nacionalismo”. Se contó el cincuentenario, no a partir de la fundación del PNV, sino tomando como punto de referencia “la conversión al nacionalismo de Sabino Arana, gracias a las conversaciones sostenidas con su hermano Luis”. Se eligió el Domingo de Resurrección. Seguramente siguiendo el ejemplo de los nacionalistas irlandeses, que consagraron ese día en recuerdo de la gran revuelta del día de Pascua de Resurrección de 1916. Antes de que llegara el día fijado, se le denominó 'Aberri Eguna', Día de la Patria. Y se acordó institucionalizarla en una conmemoración anual del despertar patriótico de un pueblo. Y, desde entonces, en paz o en guerra, en tiempos de libertad o de clandestinidad, ha habido vascos, en todas las partes del mundo, que conmemoraron la afirmación y la esperanza en una Patria Vasca en cada Primavera, en cada fiesta de Pascua de Resurrección.
Sucede muchas veces en la vida que algo brota o se consolida más allá de la intención de quien lo impulsa. Así aconteció también con esta fiesta de Aberri Eguna. El verdadero motivo de aquella gran concentración, enorme si se consideran las condiciones del transporte en aquella época, fue una necesidad coyuntural.
Reunificado el nacionalismo vasco de su larga división en Aberri y Comunión, se inició, con el advenimiento de la República, una febril reorganización; creación de nuevos batzokis, fomento de 'Juventud Vasca' y de 'Emakume Abertzale Batza' y del 'Euskeltzale Bazkuna' para la enseñanza del euskera a los niños. La fuerza del nacionalismo era indudable.
Pero Don Luis Arana, presidente a la sazón del Euzkadi Buru Batzar, miraba con recelo a la nueva disidencia de cierta progresía nacionalista que cuajó en un nuevo partido laico, de simpatías republicanas y de cierto aire social que se llamó Acción Nacionalista Vasca.
Ya un año antes, tras la retirada de los Diputados nacionalistas del Congreso, sintió el EBB la necesidad de un recuento público de fuerzas. Y organizó una gran concentración, a celebrar en Donostia, para el 25 de octubre, en conmemoración de la Ley de 1839. Pero el Gobierno Azaña prohibió el acto, aplicando la Ley de Defensa de la República que se había aprobado unos días antes. Curiosamente, la celebración se conmemoró en el Centro Vasco de Barcelona, donde se hallaban, con ocasión de su visita al president Maciá, los diputados Aguirre, Leizaola y Eguilior.
Otro intento de gran concentración nacionalista en Iruña al mes siguiente fue también impedido, en aplicación de nuevo de la Ley de Defensa de la República. Pero la necesidad persistía. También el languideciente campo carlista se reorganizaba. Se habían unido jaimistas e integristas. Y, como demostración de fuerza, celebraron un gran mitin en el frontón Euskalduna de Bilbao, con asistencia de unas 15.000 personas, buena parte de ellas en la calle por falta de espacio. Y en la calle sucedieron hechos sangrientos, provocados por el choque de los tradicionalistas con comunistas y el ala radical del socialismo qué entendieron el mitin del Euskalduna como una provocación de la derecha reaccionaria. Aquel encontronazo dejó cadáveres de ambos bandos sobre el asfalto.
La concentración tradicionalista agudizó la necesidad de los nacionalistas de medir sus fuerzas. Al fin y al cabo habían acudido a las elecciones constituyentes en candidatura conjunta con los tradicionalistas. Aguirre, por ejemplo, había conseguido dos actas de diputado, una por Bizkaia y otra por Navarra, quedándose con la última y renunciando a la primera. Era, pues, necesario deslindar campos, tanto frente a la Comunión Tradicionalista como ante Acción Nacionalista.
La concentración de Bilbao del 27 de marzo de 1932 respondía, pues, a esta necesidad. Aparte del impresionante desfile por la 'Gran Vía de los Agotes', no hubo un acto político, si se exceptúan los discursos de la comida de hermandad celebrada en el Casino de Archanda. Hubo actos folklóricos, para dar a la concentración un aire más pacifico evitando exasperar al Gobierno de la República, que había expresado repetidamente su recelo frente al nacionalismo vasco, recelo que iba siendo azuzado por Acción Nacionalista Vasca. Pero la denominación de 'Aberri Eguna' hizo que la concentración y el día se convirtieran en una conmemoración anual.
Al año siguiente se celebró en Donostia, en 1934 en Gasteiz y en 1935 en la plaza de toros de Iruña. En 1936, en medio de la radicalización frente populista, por un lado, y de la derecha que se preparaba para una inminente toma del poder por las armas, se convocó el Aberri Eguna para el 31 de Mayo. Dada la gravedad de la situación se desistió de celebrar una gran concentración. Se celebraron actos en todos los pueblos de Euzkadi. La dirección del partido pidió que se abstuvieran de gritos y de manifestaciones de cualquier clase. Al mes y medio de aquel Aberri Eguna estallaba la sublevación militar.
Vinieron los Aberri Eguna de las trincheras, de la cárcel, del exilio y de los hogares a puerta cerrada. Los de los mensajes del Lendakari Aguirre desde el París de la postguerra. Los de la ilusión de la próxima caída de Franco. Los de la desesperanza por la traición aliada y la consolidación del régimen dictatorial.
Hasta que comenzaron de nuevo las concentraciones. La aventura anual de burlar los controles y romper el cerco policial de la localidad elegida cada año para la celebración del Aberri Eguna. Las entradas desde la víspera o antevíspera para estar presentes, el dormir en los pasillos de las casas abarrotadas de familias , las carreras, las ikurriñas furtivas y espectaculares lanzadas en paracaídas, los mil trucos de nacionalistas en Gernika, en Donostia o en Gasteiz, en Iruña o en Bergara... Eran una minoría. La mayoría no podía o no se atrevía. El miedo, el puesto o la posición económica conseguida, la prohibición a los hijos. O la oposición táctica de aquellos 'eladios' que creían inoportunas las concentraciones, manifestaciones o huelgas...
Hoy no existe el miedo. Hay una concentración de Aberri Eguna por cada partido abertzale. Muchos nacionalistas ya no se quedan en casa por miedo, se van de vacaciones. Cada tiempo tiene su dificultad. Para muchos la Resurrección carece de sentido tanto religioso como patriótico. Pero entonces como ahora, bajo el miedo o en el pasotismo, miles de hombres y de mujeres proclamarán el Domingo de Resurrección su fe en una Patria, su empeño personal en la construcción de una Nación libre y dueña de sus destinos.
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