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Brexitmania

El resultado del referéndum celebrado el 23 de junio de 2016 en el Reino Unido sobre la permanencia del país en la Unión Europea causó una auténtica conmoción y provocó un natural desconcierto, tanto en el ámbito comunitario como en el británico. Abrió, posteriormente, unas negociaciones duras, difíciles, muy técnicas y tortuosas en las que parece que la Comisión Europea ha llevado la batuta y la iniciativa.

Tras llegarse a un acuerdo entre ambas partes, ya solo quedaba esperar el resultado positivo de la votación del Parlamento Británico para iniciar un proceso transitorio que deberá terminar en diciembre de 2020.

El toma y daca del Parlamento Británico está siendo, como siempre, apasionante. Ya nos gustaría a algunos tener un parlamento así de vehemente, de brillante dialéctica y libre para que cada miembro tome sus propias decisiones, incluso en contra de la posición de su partido, sin que crujan los cimientos básicos de la democracia parlamentaria. Ahora se dilucidan varias cosas. Primero, si se ratifica el acuerdo. No es descartable. El problema principal radica en la frontera irlandesa y no es imposible que se llegue a una fórmula que no requiera una nueva votación de los países miembros. En el caso de que el Reino Unido no ratificara el acuerdo (el `No Deal’) también se dan varias opciones. En mi opinión, la más probable es que se plantee una prórroga. Genera algunas dificultades porque las elecciones al Parlamento Europeo del 23 al 26 de mayo pueden complicar el proceso, pero la ingeniería jurídica de la Comisión Europea ya está acostumbrada a lidiar con estos embrollos y salvar algunas paradojas, como seguir siendo miembro de la UE y no tener parlamentarios. La alternativa más radical, no descartable, pero en mi opinión, a pesar de las apariencias, la más improbable, es que no haya acuerdo y se precipite un Brexit inmediato, lo que se ha venido a denominar el Brexit `duro’.

Incluso en este caso, las cosas no son tan dramáticas como algunas noticias de prensa presagian. Por un lado, el Brexit ya se está produciendo en el día a día de la Unión Europea. La desconexión en muchos temas cotidianos ya es un hecho. Los asuntos más difíciles tienen que ver con el régimen aduanero y arancelario. En caso de una ruptura radical, el Reino Unido se convierte en un país tercero ante la Unión Europea en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esto puede crear algunas dificultades de inicio porque hay que volver a utilizar unos procedimientos que ya se tenían prácticamente olvidados que pueden ocasionar retrasos en los tiempos de entrega de las mercancías e incremento de costes administrativos. Ciertamente, las empresas pueden tardar un poco en este nuevo aprendizaje, pero seguro que lo harán. De hecho, las más afectadas ya están estableciendo planes de contingencia, apoyados desde las diferentes administraciones. Además, ambos interlocutores, la Unión Europea y el Reino Unido, ya se preocuparán de ir solucionando los problemas en interés de ambos. Quedaría el régimen arancelario con el que el Reino Unido se vincularía con la Unión Europea. A mi juicio de nuevo, queda descartado un sistema como el que regula las relaciones de Noruega con la UE, que esencialmente consiste en participar en el mercado único (con todo lo que ello implica en relación con la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales), pero sin participar en el proceso de toma de decisiones. El Reino Unido no ha hecho un viaje tan enrevesado para este resultado. Lo más probable es que se llegue a un acuerdo de libre comercio (TLC) como el que la UE tiene con Japón, Corea o Canadá.

Los medios de comunicación ya nos tienen acostumbrados a dramatizar algunas situaciones. Recordemos la catástrofe que se iba a producir con el efecto 2000, o el terremoto que se iba a desencadenar con la introducción del èuro. No voy a menospreciar las dificultades que se presentarán, pero la economía ya ha demostrado suficientes signos de flexibilidad como para adaptarse a estas situaciones en interés mutuo de todos los afectados.

No obstante, la incertidumbre no es un buen caldo de cultivo para la economía. Y llevamos unos años que estamos instalados en ella. Con un Brexit `duro’ de nuevo se plantean algunas dudas. Parece que la voluntad es mantener los derechos adquiridos de los europeos residiendo en el Reino Unido y de los británicos en Comunidad Europea. Pero habrá que leer la letra pequeña y los detalles. Se tendrían que establecer controles fitosanitarios en las aduanas. También habrá que hacerlo para que no entren, a través de Gran Bretaña, productos transgénicos o, simplemente, prohibidos procedentes de terceros países. Algunas mercancías fabricadas en la Unión, si llevan una cierta cantidad de componentes británicos, dejarían de ser europeas. Esto afecta especialmente al sector automoción y de máquina herramienta. La economía británica ya está pagando el precio de este ajuste en términos de menor crecimiento y salida de empresas.

No ayuda tampoco la tradicional esquizofrenia del Partido Laborista, ni la ambigüedad calculada de su líder. Jeremy Corbyn ha prometido un nuevo referéndum, con muy pocas posibilidades de prosperar y donde no parece que vaya incluirse en ningún caso la opción de permanecer en la UE.

Queda un último elemento, éste sí, un factor de más calado político. Con el Brexit, a mi juicio perdemos todos. Pierde la Unión Europea que queda muy tocada y pierde el antiguo imperio británico, cuya historia no puede desvincularse de la europea. Los dos se debilitan. Esto ha de apuntarse en el pasivo de aquellos políticos (después de los francamente europeístas como Kohl, Felipe González, o Delors) que no han sabido construir una Europa más unida y con más protagonismo en la geopolítica internacional. Ahora queda una nueva (y quizás última) oportunidad para los 27 países restantes. Por eso las próximas elecciones europeas de mayo son tan importantes. Nos jugamos el futuro. Desde luego, un Parlamento fragmentado, con una alta presencia de antieuropeístas puede ser, esta sí, una auténtica catástrofe.

*Juan Miguel Sans es experto en planificación y economía

El resultado del referéndum celebrado el 23 de junio de 2016 en el Reino Unido sobre la permanencia del país en la Unión Europea causó una auténtica conmoción y provocó un natural desconcierto, tanto en el ámbito comunitario como en el británico. Abrió, posteriormente, unas negociaciones duras, difíciles, muy técnicas y tortuosas en las que parece que la Comisión Europea ha llevado la batuta y la iniciativa.

Tras llegarse a un acuerdo entre ambas partes, ya solo quedaba esperar el resultado positivo de la votación del Parlamento Británico para iniciar un proceso transitorio que deberá terminar en diciembre de 2020.