Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El compromiso educativo
“El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por los que los miran sin hacer nada para impedirlo” (Albert Einstein)
Jaume Carbonell citaba al final de un reciente artículo ('Derribemos las diez barreras que impiden una educación inclusiva y compensatoria' El Diario de la Educación, 19/02/2019) estas palabras del científico alemán para insistir en la idea del compromiso, de la necesidad de personas educadoras comprometidas, que huyan de inercias e indiferencias, a la hora de trabajar por una escuela diferente. Alejarse del autoritarismo clásico, de la resistencia al cambio, del individualismo y del corporativismo debería contribuir a la construcción de esa educación en la que pensamos con cierta ansiedad, pero a la que, en demasiadas ocasiones, dedicamos escaso espíritu innovador. Y no por falta de ganas, tristemente.
Nuestra energía e intentos transformadores son diariamente debilitados a base de impulsos burocráticos, presiones curriculares y desgastes mediáticos. En demasiados momentos nos sentimos personas superadas por un entorno que parece empeñado en destruir nuestra apuesta educativa. Nos asusta diferenciarnos, con nuestras prácticas, de lo comúnmente aceptado como válido; ocultamos iniciativas, ante la duda de su conveniencia; repetimos esquemas testados por generaciones porque nos asusta la originalidad. Nos alejamos del conflicto en la creencia de que seremos derrotados por la intromisión. Llenamos discursos sobre las bondades de la convivencia democrática, pero no explicamos convincentemente que al consenso se llega tras el conflicto, tras la asunción de mínimos que han partido de la diferencia ideológica o económica de las personas.
Y es en esos instantes de debilidad, perfectamente humanos, cuando descuidamos nuestra esencia como agentes educadores: estar a la altura de las circunstancias en la injusticia reconocida, en el apoyo al débil, al diferente, en la superación del individualismo imperante. Es entonces, cuando nuestro nivel de compromiso marca la señal de entrar en la reserva.
Decía Luis García Montero (Un velero bergatín. Visor, 2015) que cualquier contrato social ha buscado siempre su raíz en un contrato pedagógico. De ahí que sea tan importante el aula, como teatro de la vinculación. “Tomarse en serio el aprendizaje, querer enseñar, querer aprender, supone una forma precisa de valorar los vínculos en una sociedad, de respetar el patrimonio y los cuidados que conforman la comunidad”. Por eso es crucial no desistir de nuestro compromiso educativo, que es mucho más que cumplir con nuestro cometido profesional de enseñar aquella materia curricular de la que seamos especialistas.
No podremos educar correctamente si no nos preguntamos día tras día lo que estamos dispuestos/as a aprender de quien tenemos al lado. De no hacerlo, posiblemente estemos enseñando, pero no educando.
Instalarnos en la soberbia de que el alumnado siempre se encuentra en un nivel educativo inferior es cerrar las puertas a la evidencia. Nunca como ahora, en pleno siglo XXI, hemos tenido a un alumnado dispuesto a discutir, cuestionar y enseñar la validez de sus creencias. Con sus aciertos y errores, con su arrogancia y debilidad. Ignorarle, verlas tan solo como personas-recipientes sobre los que volcamos nuestra sabiduría es mostrar nuestro flanco profesional más débil. Tenemos que aceptar el reto; no desde la prepotencia, sino desde el compromiso que implica estar en procesos continuos de enseñanza-aprendizaje.
¿Acaso no hemos admirado el tesón de Greta Thunberg, la joven sueca de 15 años que está reivindicando una respuesta definitiva al problema medioambiental mundial? ¿No hemos sentido una punzada de envidia del profesorado que le haya enseñado a defender en una tribuna, como el Congreso contra el Cambio Climático de Katowice, sus encendidos argumentos, ridiculizando a los líderes mundiales? ¿No disfrutábamos cada vez que les tachaba de no ser suficientemente maduros para afrontar tales problemas y por dejar que sean los jóvenes quienes asuman su defensa? Pues alguien le ha ayudado a estar ahí, a enhebrar tal discurso, a sonrojar a tantas personalidades; probablemente su familia y el conjunto de profesionales educativos que aún siguen formándola como ciudadana del mundo.
El compromiso docente también exige diálogo y firmeza en situaciones complicadas, como las sucedidas recientemente en algunos centros educativos vascos. Institutos guipuzcoanos y alguno alavés están viendo su convivencia alterada por una parte de su alumnado encrespado que, bajo aparentes reivindicaciones escolares, promueve luchas nacionales, ajenas al escenario elegido. Hay que ofrecer diálogo para reconducir situaciones de conflicto; pero hay que mostrar fortaleza cuando se sobrepasan decisiones democráticas de convivencia, adoptadas en la propia comunidad educativa, como lo ha hecho la dirección del IES Orixe, en Tolosa, por ejemplo. “La libertad –nos recordaba Luis García Montero en la inauguración del XI Congreso de la Federación de Enseñanza de CCOO- no es una selva en la que cada cual impone su ley, la del más fuerte o el más desalmado, sino la obligación de crear un marco de convivencia en el que todos los individuos puedan realizar de forma pacífica, libre y respetuosa sus propias vidas.”
Solemos defender con tesón que el éxito de nuestra profesión nunca debería ser evaluado con los criterios economicistas del mundo empresarial (“No fabricamos tornillos” es prácticamente nuestro mantra defensivo). Y es cierto. Formar personas requiere de una apuesta de la sociedad con perspectiva de años, pero, además, como profesionales educativos, nos exige evitar acomodo en la rutina y la autocomplacencia.
Concluyo con Francisco Imbernón ('Ser docente en una sociedad compleja. La difícil tarea de enseñar' Grao, 2017) recordando que está en nuestras manos, en nuestros actos y en nuestra palabra el afirmar con rotundidad, con hechos, que las cosas pueden ser de otro modo.
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