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La desigualdad de género en la educación

Desde su acceso a la formación reglada, niños y niñas irán percibiendo los síntomas de la interpretación utilitarista y mercantilista que es la educación actual: en su etapa infantil tendrán una maestra –y no un maestro- que continúa el papel materno del cuidado; en la medida en que van creciendo y, por tanto, aprendiendo cosas 'más importantes', irán teniendo más profesores varones, identificando lo importante, lo valioso, con lo masculino; lo que aprenderán en la escuela no tendrá nada que ver con el trabajo que se hace en casa, que no entra en el currículo académico porque no es importante; verán que los hombres son los que han construido el mundo, han hecho las guerras y han ganado las batallas, han inventado cosas, han escrito, han descubierto continentes.., mientras que las mujeres… no están, simplemente, ni en sus libros de texto, ni en el contenido de lo que los profesores y profesoras les transmiten (salvo cuando les hablan de quién les cuida); se incorporarán a un discurso que oculta sistemáticamente a las mujeres… Y a lo largo de su escolarización, a través de sus profesores y profesoras –lo que conocemos como currículo oculto- irán reforzando el estereotipo sexista que insiste en el diferente reparto de roles sociales según el sexo.

Con esta rotunda claridad se expresa el Proyecto Orienta (Federaciones de Industria y Enseñanza de CCOO. Diciembre, 2017) en la justificación de motivos del informe. Un trabajo que además de explicar la situación de segregación laboral en la que se encuentra la mujer en España, especialmente en el sector industrial- busca las razones de tal desigualdad en el sistema educativo actual.

Es cierto que las generalizaciones oscurecen el trabajo ejemplar que muchas escuelas y una parte de ese profesorado comprometido realizan diariamente, contraviniendo en la mayoría de las ocasiones el currículo oficial; pero, la escuela aún, en su conjunto, persiste en este tipo de enseñanza. “Las cosas han cambiado, pero no lo suficiente” expresa la socióloga Marina Subirats en un libro de lectura obligatoria para cuantos/as deseen una educación transformadora (Forjar un hombre. Moldear una mujer. Aresta, 2013). Y así, lo que empieza condicionado por las costumbres ancladas en la sociedad a la hora de atribuir cualidades distintas al niño (bueno) y a la niña (guapa), continúa filtrándose en los años siguientes (superhéroe/hada) hasta consolidarse en los años centrales de la adolescencia (ella, identificada con la naturaleza; él con la necesidad de domar, de dominar).

Así se gesta una férrea barrera de estereotipos sociales ante los que la escuela debe luchar denodadamente, a través de socializaciones intencionadas, derribos de clichés démodés y construcción de modelos más libres y completos que ayuden a construir un mundo mejor. De ahí la importancia de que el sistema educativo dé pasos ineludibles hacia la transformación de las desigualdades y de abandono de reproducción de tópicos de género.

Pero no es tarea fácil, tal y como resulta del análisis realizado por el Proyecto Orienta citado. Así, pese a los intentos por hacer de la escuela un lugar de encuentro sin distinción de género –algunos aún recordamos las escuelas nacionales franquistas de aulas monocordes y las facultades universitarias mayoritariamente masculinas, donde la mujer quedaba relegada a estudios medios considerados “propios de su sexo”, es decir, de carácter administrativo o sanitario)- la educación española sigue presentando lagunas importantes.

Como ejemplo, un dato que aporta el estudio señalado: la orientación académica y profesional que recibe el alumnado en la Enseñanza Secundaria genera escasez de demanda en algunos casos y saturación en otros. Veamos, tras la ESO las chicas se inclinan mayoritariamente por el Bachillerato, en todas las opciones, salvo en la modalidad de Ciencias y Tecnología. Esta situación se repite en el caso universitario, salvo en la rama de grados de Ingeniería y Arquitectura, donde es mayoría el alumnado masculino.

En el caso de la Formación Profesional, ocurre una situación similar: en general, en el curso 2014-15, un 9,38% de los estudiantes eran varones en la familia profesional de Imagen Personal, mientras que solo un 2,37% eran mujeres en la familia de Electricidad y Electrónica, un 1,93% en la de Transporte y Mantenimiento de vehículos y un 6,29% en la de Madera, Mueble y Corcho, según datos del Ministerio de Educación.

Si miramos hacia la CAPV, los resultados no mejoran: en ese mismo curso señalado, las familias profesionales que contaron con alumnado femenino superior al 50% fueron escasas y vinculadas a salidas laborales relacionadas con la imagen personal (Imagen personal), el comercio (Comercio y Marketing, Hostelería y Turismo) industrias auxiliares (Textil, Confección y Piel, Industrias Alimentarias, Química) y servicios sociales (Servicios Socioculturales y a la Comunidad).

Una de las propuestas planteadas en el Proyecto de CCOO no por original resulta novedosa, pues ya se encontraba estipulada en la LOE, aunque nunca llegó a ponerse en vigor: que todos los Consejos Escolares de los centros educativos designen a una persona para impulsar medidas educativas que fomenten la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres. Así, se generarían acciones de sensibilización y formación para el alumnado, el profesorado, el resto de trabajadores y trabajadoras del centro y las propias familias que fomenten la perspectiva de género y eliminen estereotipos sexistas.

Y mientras esta propuesta se asume, el sistema educativo debe modificar esas tendencias sociales con las herramientas que están a su alcance, con los equipos de orientación y las tutorías. Ambas, cada una en su campo de trabajo, pero ambas colaborando asiduamente, deben ser puntas de lanza contra los mecanismos que encaminan a chicas y chicos hacia elecciones estereotipadas. Basta ya de condicionamientos que magnifican la elección masculina como la responsable de aportar el salario de la futura familia y empequeñecen la femenina en profesiones complementarias. Es interesante en este sentido, iniciativas como la que ha puesto en marcha el País Valenciá –citada en Orienta- que mantiene becas de ayuda para las chicas que eligen un ciclo formativo masculinizado, o que han implantado un ciclo de FP de grado superior de igualdad de género. Se trata de ir dando pasos que demuestren que el cambio de tendencia hacia unos estudios en igualdad de oportunidades de género es asumido por los equipos de gobierno con responsabilidades en materia educativa.

Porque de lo que no caben dudas es de que cuando la mujer tiene oportunidades de formación, las aprovecha. Así queda explícito en los datos aportados por Emakunde: en su conjunto, el 13,7% de las mujeres de la CAE entre 25 y 64 años habría participado en 2015 en alguna actividad formativa de educación o formación permanente. Esta tasa de participación se encuentra por encima de la media estatal de las mujeres (10,7%), y de la tasa de participación de los hombres de la CAE (12,1%). También supera la tasa de participación de la UE28 (10,7%), aunque se encuentra todavía lejos del objetivo de referencia del 15% (ET 2020).

Concluyo diciendo que tenemos un tiempo de espera largo para conocer si el sistema educativo actual genera los cambios necesarios para convertir la desigualdad de género en una pesadilla del pasado. Mientras tanto, acabemos con las sabias palabras de Subirats:

En relación al asunto de los géneros, el momento actual se caracterizaría por: los géneros están cambiando, ya no son moldes rígidos que aprisionan y mutilan a las personas; que este cambio no está siendo al mismo ritmo; más acelerado en el género femenino, mucho más lento y relativamente rígido el masculino. De ahí que se escuche con cierta frecuencia la frase “Los hombres buscan unas mujeres que ya no existen; las mujeres, unos hombres que todavía no existen”.

¿Quién se atreve a pronosticar la fecha de defunción de esta última frase?

Desde su acceso a la formación reglada, niños y niñas irán percibiendo los síntomas de la interpretación utilitarista y mercantilista que es la educación actual: en su etapa infantil tendrán una maestra –y no un maestro- que continúa el papel materno del cuidado; en la medida en que van creciendo y, por tanto, aprendiendo cosas 'más importantes', irán teniendo más profesores varones, identificando lo importante, lo valioso, con lo masculino; lo que aprenderán en la escuela no tendrá nada que ver con el trabajo que se hace en casa, que no entra en el currículo académico porque no es importante; verán que los hombres son los que han construido el mundo, han hecho las guerras y han ganado las batallas, han inventado cosas, han escrito, han descubierto continentes.., mientras que las mujeres… no están, simplemente, ni en sus libros de texto, ni en el contenido de lo que los profesores y profesoras les transmiten (salvo cuando les hablan de quién les cuida); se incorporarán a un discurso que oculta sistemáticamente a las mujeres… Y a lo largo de su escolarización, a través de sus profesores y profesoras –lo que conocemos como currículo oculto- irán reforzando el estereotipo sexista que insiste en el diferente reparto de roles sociales según el sexo.

Con esta rotunda claridad se expresa el Proyecto Orienta (Federaciones de Industria y Enseñanza de CCOO. Diciembre, 2017) en la justificación de motivos del informe. Un trabajo que además de explicar la situación de segregación laboral en la que se encuentra la mujer en España, especialmente en el sector industrial- busca las razones de tal desigualdad en el sistema educativo actual.