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Duelo, verdad y justicia en Zaldibar
Fue como un resorte activado por el miedo, la pena y la indignación. Tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar, mucha gente de Ermua y Eibar se echó a la calle para reclamar a las instituciones respuestas y responsabilidades por la catástrofe, y por sus consecuencias humanas y sanitarias. La peor de ellas, sin duda, la desaparición de dos de los trabajadores, cuya búsqueda ha sido una exigencia ciudadana unánime durante estos seis meses.
El hallazgo este pasado domingo de unos huesos humanos en el vertedero augura que el rescate toca a su fin, pero no un final feliz. Sin quitar al Gobierno Vasco el mérito de perseverar en la búsqueda de los cuerpos de Alberto y Joaquín, no cabe duda de que la incansable presión social ha contribuido a que esos trabajos no hayan decaído durante este convulso tiempo de pandemia. Encontrar sus restos es un gran consuelo para sus familias, pero también es un alivio para una comarca que ha vivido este desastre de una forma traumática.
Cerrar bien el duelo es el primer paso para poder pasar página, pero lo siguiente es conocer la verdad y hacer justicia. Con el derrumbe del vertedero también se ha venido abajo la confianza de mucha gente en la capacidad de las instituciones para controlar los riesgos que comportan los vertederos, incineradoras y otras instalaciones que escondemos en el patio trasero de nuestro insostenible sistema económico. La ciudadanía quiere respuestas, porque ahora se hacen preguntas que antes no se planteaban. Y lo que han visto y oído en los últimos meses no les gusta.
Escribió Baltasar Gracián que es más difícil decir la verdad que ocultarla. Las instituciones vascas llevan décadas jugando de farol con los residuos, haciéndonos creer que las basuras desaparecen por arte de magia, que basta con poner incineradoras para arreglar uno de los problemas más peliagudos a los que se enfrenta la sociedad vasca. Mientras tanto, nos han ocultado que la actual gestión de estos residuos es un negocio redondo para unos pocos. Poner un vertedero y forrarse no es difícil si tienes un terreno discreto y las influencias adecuadas. Interesante juego, el quién es quién de la política ambiental vasca.
La verdad llega tarde, es cierto, pero va llegando. Hace unas semanas la Ertzaintza detuvo a los presuntos responsables del derrumbe. Llama la atención que esas detenciones se hayan producido casi un mes después de que la propia Ertzaintza entregase un informe en el que reconocía la existencia de “indicios de criminalidad” en la gestión del vertedero. También es chocante que la jueza instructora no emitiese la orden de detención de inmediato. ¿Hubiera actuado igual ante cualquier otro delito que haya causado la muerte de dos personas? El medio ambiente sigue siendo el patito feo para la Justicia de este país, por eso es tan sencillo destruirlo o contaminarlo. Sea como fuere, bienvenida sea la detención si al final va acompañada de la imputación. Porque, sin un juicio oral a los responsables de esta catástrofe, la verdad quedaría sepultada entre los papeles del sumario y la sociedad vasca no tendría la oportunidad de conocerla.
En medio del duelo y la exigencia de respuestas, también hemos vivido una convocatoria electoral tras la cual ha salido reelegido como parlamentario autonómico Iñaki Arriola. En su calidad de Consejero de Medio Ambiente, Arriola es el principal responsable político de no haber controlado adecuadamente la actividad del vertedero de Verter Recycling durante la pasada legislatura. ¿Volverá a ser nombrado consejero? Todo puede pasar, pero el lehendakari Urkullu debería sopesar desde ahora mismo la importancia de las informaciones que relacionan a Arriola con el dueño del vertedero José Ignacio Barinaga, uno de los detenidos. A veces la verdad está oculta y te salpica cuando menos lo esperas. Confiemos en que la fiscalía haga bien su trabajo.
Siguiendo con las elecciones, en plena campaña electoral tanto EQUO Berdeak como otras formaciones políticas anunciamos la creación de una Comisión de Investigación en el nuevo Parlamento. Una Comisión para conocer la verdad de lo sucedido, que aclare las responsabilidades políticas derivadas de la mala gestión del vertedero, que investigue el deficiente control por parte del Gobierno Vasco y que arroje luz sobre las relaciones entre los propietarios y la cúpula socialista que ha dirigido el Departamento de Medio Ambiente.
Veremos si esta iniciativa sale adelante o no, pero dependerá de la actitud de PNV y PSE. Si defienden la transparencia y la búsqueda de la verdad, deberían votar sí a la creación de esa comisión, porque las heridas siguen abiertas en Zaldibar y en toda la comarca. Sin verdad y sin justicia, el duelo queda incompleto y la puerta del olvido queda entreabierta. O, quizás mejor, mal cerrada. Zaldibar puede ser un acicate para mejorar nuestra política de residuos o un símbolo del derrumbe y decadencia de nuestro sistema económico.
Fue como un resorte activado por el miedo, la pena y la indignación. Tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar, mucha gente de Ermua y Eibar se echó a la calle para reclamar a las instituciones respuestas y responsabilidades por la catástrofe, y por sus consecuencias humanas y sanitarias. La peor de ellas, sin duda, la desaparición de dos de los trabajadores, cuya búsqueda ha sido una exigencia ciudadana unánime durante estos seis meses.
El hallazgo este pasado domingo de unos huesos humanos en el vertedero augura que el rescate toca a su fin, pero no un final feliz. Sin quitar al Gobierno Vasco el mérito de perseverar en la búsqueda de los cuerpos de Alberto y Joaquín, no cabe duda de que la incansable presión social ha contribuido a que esos trabajos no hayan decaído durante este convulso tiempo de pandemia. Encontrar sus restos es un gran consuelo para sus familias, pero también es un alivio para una comarca que ha vivido este desastre de una forma traumática.