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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Europa, más cerca

Un profesor, en una clase vacía de un colegio de Aranda de Duero (Burgos)

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Ocurre con relativa frecuencia: los medios de comunicación colocan el foco de interés en personas, lugares o hechos por unos días y consiguen oscurecer todo lo demás, sean o no noticias de alcance. Durante ese tiempo, las conversaciones familiares, tertulias y hasta los comentarios vecinales están guiados por esta máxima comunicativa. Nada escapa al ojo informativo, si éste cuenta con el beneplácito de las grandes multinacionales de la comunicación.

Uno de estos focos informativos permanentes está localizado desde hace tiempo en Europa. Primero fueron las oleadas intermitentes de personas migrantes que huyendo de la tragedia bélica de Siria buscaban acomodo en tierras más prósperas y- engañosamente- más solidarias. El objetivo europeo no era tanto gestionar el flujo de esas llegadas, sino encontrar espacios (países) que frenaran las avalanchas, a cambio de suculentas ayudas económicas.

Posteriormente, el Brexit y la negociación o no de un acuerdo de salida de Reino Unido de la Unión Europea centró las informaciones y un sentimiento proeuropeo, incluso entre los que nunca se habían identificado de tal manera, pareció inundar las conversaciones. Había que mostrar a las y los británicos lo confundidas/os que estaban por la decisión adoptada. Incluso alguien llegaría a preguntarse, en ese empacho de eurofilia, por qué no estaba reflejado su país con una estrella propia en la bandera oficial de la UE.

Prácticamente en ese mismo tiempo “brexiano” nos acorraló la COVID-19 con los cierres de fronteras, confinamiento y luchas nacionales por conseguir prontamente artículos sanitarios. Afortunadamente, en aquel megamercado desproporcionado e incontrolado se impuso la cordura y las instituciones europeas consiguieron hablar con una sola voz en la negociación de los intercambios de protección y en la concreción de las ayudas poscovid para unos estados diezmados y temerosos de lo que se les había venido encima —veremos si por única vez o con ánimo de haber aprendido bien la lección—.

Pero la tragedia sanitaria inconclusa se avivó en Europa con la invasión de Ucrania por Rusia. Millones de personas asistimos estupefactas a un conflicto que desmontaba nuestro visionado de las innumerables películas bélicas, hasta demostrar que la realidad es aún más increíble, por cruenta, que la ficción de Hollywood. La desesperación de los seres refugiados, la vileza del ejército invasor, la discrepancia de los gobiernos europeos en los distintos bloqueos a la economía rusa mantenía, una vez más, el foco mediático en las instituciones comunitarias.

Parece absolutamente indisoluble el binomio Unión Europea-fuente de desgracias, pero no es así. Los casi 450 millones de habitantes de ese proyecto común que nació hace casi treinta años (Maastricht, 1993) y setenta y dos desde que R. Schuman presentó el núcleo de colaboración franco-alemán con la creación de la CECA, nos merecemos mirar al futuro con algo más de optimismo. Dicho de otro modo, nos gustaría poder leer noticias y artículos en los que las referencias europeas fuesen más optimistas, o, cuando menos, más inspiradoras.

Así lo hemos sentido las y los participantes en las jornadas que la Universidad de Oviedo y la Consejería de Educación del Principado han realizado recientemente en Gijón, bajo el título “La Unión Europea en la Escuela. La Educación y su papel en la formación de ciudadanos europeos”. En un interesante y participativo fin de semana un centenar de personas nos hemos reunido para buscar caminos de encuentro, valorar la aportación de la educación en el proyecto y reflexionar sobre la necesidad de caminar hacia políticas educativas comunes que, naciendo de experiencias pedagógicas de aula, puedan extenderse a través de la nueva LOMLOE.

Y la primera conclusión extraída es rotunda: desconocemos Europa. La Comisión Europea está preocupada por la falta de información que tiene la ciudadanía europea sobre sus propias instituciones comunitarias, y ha creado el programa Jean Monnet, precisamente con ese objetivo, hacerlas más reconocibles. Y es que no corren buenos tiempos para asentar la democracia en esta parte del mundo, que, por ende, es la más respetuosa con esta mejorable forma de gobierno participativo. El acoso inmisericorde de los populismos de diversa y perniciosa índole, el aumento exponencial de la xenofobia y el peligroso crecimiento de las noticias falsas están contribuyendo a extender sobre el alumnado europeo una sombra persistente de incredulidad y distanciamiento de la democracia y de los valores europeos de solidaridad, justicia social e igualdad de oportunidades.

Cuando se pregunta a la ciudadanía (española, por ejemplo) sobre las ventajas de sentirse europeo, más allá de la moneda y pasaporte común, un tercio de los/as encuestadas se considera neutral; ni frío ni calor. Si se pregunta por los grupos humanos del mundo, el menos reconocible resulta ser el europeo (por los propios europeos, como lo demuestra la última encuesta de Valores europeos, 2017).

Falta sentimiento, identidad europea, porque falta ciudadanía europea, tal y como quedó expuesto en las jornadas aludidas. De ahí que sea importante el que el mundo educativo se preocupe de cuestiones como estas que ayuden a transformar la actual situación. Y hasta ahí sólo se puede llegar si desde las propias instituciones europeas, conscientes de este déficit, riegan con abundante presupuesto las iniciativas que con este fin se emprendan.

Así, programas como “Vivir Europa” (patrocinado por la Comisión Europea, a través del programa Jean Monnet) que en la comunidad asturiana cumple su cuarta edición, llevan a las aulas de los centros en Educación Primaria y Secundaria iniciativas para conocer sus instituciones, reflexionar sobre sus principios y conocer otras culturas integrantes de la Unión. Otro programa reseñable es Europa en la Escuela, fomentado por ese grupo de jóvenes proeuropeos entusiastas (Equipo Escuela) que recorren las aulas mostrando las ventajas de intercambios culturales, como los que proporciona Erasmus+ o las “Escuelas Embajadoras”.

Y es que en el fondo se trata de eso, de cultura europea, de extenderla a modo de magma contagioso por la educación europea, como explicó el profesor Javier Velle en su interesante conferencia. Conocer el aporte griego (filosofía, democracia), romano (latín, jurisprudencia), el crisol judeo-cristiano (valores solidarios y de justicia social), el pensamiento humanista, el racionalismo científico y los valores intrínsecos de la Revolución Francesa son los mimbres que hemos necesitado para llegar a representar una idea actual de ciudadanía europea.

De esta misma opinión es Carlos Espaliú Berdú (1): “Ser europeo o europea es ser heredero o heredera de un gran legado, del tesoro formado por siglos de aportaciones jurídicas, culturales, económicas, políticas y espirituales de un inusitado valor, aunque ese tesoro esté manchado, también, por la sangre derramada en demasiadas guerras y por la sangre de los esclavos, entre otras cosas, que no todo ha sido luz en nuestra historia (…) Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”.

La jornada de Gijón también sirvió para conocer el trabajo de centros educativos y Comunidades Autónomas que han decidido apostar de forma activa por la inclusión de Europa en sus currículos, más allá de lo que oficialmente las leyes educativas señalan. Así, la Comunidad de Madrid, a través de su Consejería de Educación, ha elaborado dos asignaturas específicas que se ofrecen como optativas en los cursos de 3º y 4º de ESO. A su vez, el Departamento de Educación del Principado de Asturias, en colaboración con la Universidad de Oviedo y la Unión Europea, fomentan entre los centros escolares de Educación Primaria, Secundaria y Formación Profesional la elaboración de unidades didácticas, encuentros e intercambios entre escolares de distintos países miembros. También CCOO, a través de su IEES (Instituto de Estudios Educativos y Sindicales) aprovechó el evento asturiano para anunciar la próxima publicación de un informe que llevará por título “La identidad europea en la educación española”, una colaboración de una veintena de profesionales que reflexionan sobre lo conseguido y lo necesario para la introducción de Europa en las aulas.

De momento, las propuestas de las administraciones acaban aquí; una pena, cuando hay tantas necesidades educativas que cubrir en este campo. Nadie, ningún/a docente que se precie, puede seguir ignorando la mergencia climática, el avance de la ideología de extrema derecha (presente en los parlamentos de 17 países de la Unión y en los gobiernos de Austria, Italia, Dinamarca, Finlandia, Eslovaquia y Polonia, además del cogobierno en la Comunidad de Castilla y León), o la brecha digital y los cambios en hábitos, costumbres y conciencia social que se precisan para afrontarlos. De ahí la necesidad formativa urgente que, tanto profesionales como alumnado, requieren y el apremio para que más administraciones se involucren en esta tarea.

Hay que insistir en esa cultura europea, transnacional, que supondría indagar más en los colectivos invisibilizados, marginalizados (la mujer, las clases populares…), que hable de episodios de paz sobre los de guerra (tres veces más citados los bélicos en los libros de texto de Ciencias Sociales de 4º de ESO, según un estudio de 2017) que fomente la pluralidad étnica como valor y oportunidad de diversidad educativa.

En ocasiones, y desde estas mismas páginas, hemos criticado el papel excesivamente mercantilista que la UE traslada (la Europa radical de mercaderes) cuando unas veces parece contentarse con venderse al mejor postor, y otras con ejercer desde posiciones ventajosas actitudes prepotentes hacia países económicamente más necesitados. Daniel Innerarity (2) lo expresa con claridad: “¿Qué nos queda, entonces, que pueda funcionar como elemento movilizador de la voluntad de los ciudadanos? Solo disponemos de la promesa social -siempre presente en el proyecto de integración, insuficientemente cumplida y actualmente rota- si queremos promover a las instituciones europeas de la legitimidad y aceptación sin las cuales no puede abordar los desafíos a los que se enfrenta en el futuro (…) Solo una Europa en la que estado y mercado -mejor política y economía- no estuvieran desacoplados permitiría la activación de los elementos de protección social propios del Estado del bienestar a nivel europeo. Si Europa ofreciera eso, entonces fracasarían los llamamientos nacionalistas a fortalecer los estados, ya que tras esta apelación hay, a mi juicio, más componentes sociales que nacionales”.

Sin embargo, la UE también representa la protección de los derechos civiles -de ciudadanía -y sociales –de las y los trabajadores-. Y en ese terreno debemos seguir insistiendo. Cerrar el paso a la privatización y comercialización de los sistemas educativos, en auge desde que se dejó barra libre desde 2008. Únicamente desde un planteamiento europeo común, que haga prevalecer el bien general sobre el particular, que restrinja la voracidad privada en beneficio del servicio público conseguiremos salir con la cabeza alta como sociedades. Sólo necesitamos voluntad personal y colectiva; voluntad de los gobiernos por sentir Europa más cerca, como la sentimos quienes compartimos las jornadas de Gijón.

  1. Espaliú Berdud, Carlos(2019): “Identidad europea: raíces y alcance”, 'Cuadernos Europeos de Deusto'.
  2. “La promesa social europea”, en '¿Dónde vas Europa?' Herder, 2017.

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