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Esto no es Venezuela

31 de mayo de 2021 21:51 h

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Ya han pasado tres años. Miro hacia atrás y tan pronto me parece que ha pasado una vida como siento que fue ayer mismo cuando me reunía con tres anestesistas para que me contaran las intrigas palaciegas de las pruebas de acceso a funcionario de nuestro sistema público de Salud. Años atrás, cuando ni siquiera había pasado por mi cabeza entrar en política, siempre había anhelado como ciudadana ser escuchada por una clase política cada vez más alejada de su sociedad. La política en las instituciones es una puesta en escena constante con muchos focos y cada vez menos frutos.

Aquel día, Rober, Marta y Manoel entraron por primera vez en mi despacho. Llevaban años trabajando como anestesistas en Osakidetza sin tener plaza fija. Pero lo más desesperante era que habían desistido de estudiar para sacar la oposición. Las plazas de especialistas hospitalarios están adjudicadas antes incluso de redactarse los exámenes me explicaron. La verdad es que la historia me sonaba a república bananera. No es que me costara creerles, es que en realidad no quería creer aquello que me decían que sucedía en el acceso al empleo público en Euskadi. Todo el mundo lo sabe en Osakidetza y nadie se atreve a denunciarlo por temor a represalias y porque, además, no hay forma de probarlo: lo tienen bien montado y con el amparo de los de arriba.

Tenía que haber una forma de desmontar aquello. Quienes ocupaban el tribunal de la OPE de cada especialidad era quienes 'colocaban' a los suyos. ¿Cómo? Pues facilitándoles las respuestas del examen. ¿Y por qué tenían los miembros del tribunal el examen? Porque eran quienes los confeccionaban.

En fechas en las que se produjo la reunión con los tres anestesistas ya era público quienes formaban los tribunales de las diferentes especialidades por lo cual no sería difícil adivinar quiénes iban a ser las personas opositoras que sacaran mejor nota y, por consiguiente, plaza fija por ser allegadas a los miembros del tribunal. Pero, si lo hacíamos público, era evidente que se hubieran cambiado los planes y no hubiéramos podido demostrar nada. De manera que, recurrí a las 'artes adivinatorias' e hicimos un acta ante notario mediante la cual manifestábamos quiénes iban a ser las personas con mejores notas en dos de las especialidades, traumatología y anestesiología. Ahora sólo había que esperar a que se hicieran las pruebas y saliesen los resultados.

En los primeros días de junio ya podíamos sacar una de las actas, así que convocamos a la prensa a una rueda de prensa el lunes 4. Los lunes suelen ser días tranquilos a nivel informativo y nos permitiría poner el foco en un escándalo que ya duraba demasiado tiempo oculto entre las bambalinas de Osakidetza. Sin embargo, el viernes anterior 'saltó la liebre' y un miembro de tribunal de la especialidad de cardiología denunciaba públicamente que algo raro pasaba en las OPE. El motivo de salir a airear los trapos sucios pudo ser que no consiguiera meter a los suyos entre los primero para que alcanzaran una de las plazas a concurso, pero supuso el inicio de las 'Opes dopadas'.

Tras un fin de semana en el que Osakidetza se había colado en la agenda informativa, llegó el momento de hacer pública el acta con el 'pleno al quince'. La sala de prensa era un hervidero. Apenas había pasado año y medio desde que me había convertido en parlamentaria vasca y enfrentarme a todos aquellos y aquellas periodistas me producía un vértigo que solo conseguía controlar pensando que aquello era el inicio del final del clientelismo enquistado en nuestro Servicio Vasco de Salud.

El acta acertaba con nombre y apellidos las personas que alcanzaban las mejores notas y, por lo tanto, se aseguraban una plaza fija. El golpe de efecto había provocado una herida de muerte en quienes hasta entonces estaban al frente del Departamento de Salud del Gobierno vasco y de Osakidetza. Llegados a este punto, he de decir que ése no era ni mucho menos el objetivo. La meta era conseguir un modelo de oposición que garantizara la igualdad de oportunidades para todas las personas que se presentaban cada año a las pruebas de especialistas hospitalarios y dejar atrás las corruptelas y el clientelismo que se había generado entono a estas.

Sin embargo, el Departamento de Jon Darpón optó por ponerse a la defensiva y negarlo todo señalándome a mí y a mi grupo como los culpables de que se produjeran estas anomalías en Osakidetza por no denunciarlo previo a la realización de la prueba, o lo que es lo mismo, no haber dado la voz de alerta para que no se les hubiera podido pillar. El consejero y las personas de mayor responsabilidad del Departamento de Salud y de Osakidetza eran conocedoras de que los procesos llevaban años siendo amañados, pero aceptarlo suponía autoinculparse. Así que optaron por la peor de las estrategias, la del ataque con la única munición que tenían a su alcance, la de mentir y descalificar.

Un mes después, de manera extraordinaria, se celebró una comisión en el Parlamento Vasco para que Darpón y su equipo comparecieran a dar explicaciones. Fueron ocho horas de comisión. Era evidente lo que nos iban a contar, así que yo elaboré los discursos de mis tres turnos de intervención de los cuales no tuve que mover ni una coma. Fui la diana de todos los ataques del consejero, primero mencionando Venezuela, luego la piscina y el chalet de Pablo Iglesias y, finalmente, intentando ridiculizarme por leer mis discursos, mientras él mismo no levantaba cabeza de los papeles que sus asesores le hacían llegar.

La comisión solo sirvió para evidenciar la necesidad de una comisión de investigación que diera luz al escándalo de las 'Opes dopadas'. Pese a ello, cuando llegó el momento de votar en el pleno, la iniciativa consiguió únicamente el respaldo de EH Bildu y Elkarrekin Podemos. Mientras los sindicatos hacían su trabajo y la Fiscalía comenzaba a investigar, no sin dificultades para acceder a diferente documentación en manos de Osakidetza, desde el Parlamento intentábamos acceder a toda esa documentación no sin dificultades que obstaculizaban nuestra labor como parlamentarias.

Para acceder a todo aquel ingente material solo se podía hacer con papel y boli en mano. No había posibilidad alguna de que nos fotocopiaran la información o hacer fotografías de todas aquellas actas que evidenciaban manipulación en los resultados pese a encontrarnos párrafos enteros cubiertos con cinta correctora.

Nunca fue fácil investigar acerca del 'modus operandi' de quienes durante años habían convertido Osakidetza en un reino de taifas. Pero era tan burda la forma de obrar, que junto con otras denuncias que se produjeron por parte de miembros de los tribunales y el estudio psicométrico de los resultados de más de veinte especialidades, no había manera de mantener aquel buque de la vergüenza a flote. Era el momento de reprobar a un consejero que con la boca “llena de rigor, prudencia y transparencia” se había quedado 'desnudo' ante la evidencia y la dimisión de parte de sus colaboradores.

Aquella iniciativa no llegó a debatirse, unos días antes de que llegara al pleno, Jon Darpón presentaba su renuncia al lehendakari. En la comparecencia en rueda de prensa para dar mi parecer al respecto, se me interpeló acerca de si pensaba que aquello era un triunfo para Elkarrekin Podemos. No pude ser más clara, era el triunfo de todas aquellas personas opositoras que merecían igualdad de oportunidades en el acceso a la función pública, pero sobre todo era el triunfo de tres personas valientes, Rober, Marta y Manoel, que se atrevieron a denunciarlo sabiendo que aquello les iba a pasar factura.

Hoy, tres años después, solo espero que a quienes ahora corresponde, consigan culminar aquel trabajo y mejoren un modelo de OPE, que aún mantiene agujeros para que quienes tiene padrino puedan colarse. El resto queda en manos de la justicia. Una justicia que, según leo en prensa, sigue a la espera de que Osakidetza le aporte la documentación que lleva años esperando.

Ya han pasado tres años. Miro hacia atrás y tan pronto me parece que ha pasado una vida como siento que fue ayer mismo cuando me reunía con tres anestesistas para que me contaran las intrigas palaciegas de las pruebas de acceso a funcionario de nuestro sistema público de Salud. Años atrás, cuando ni siquiera había pasado por mi cabeza entrar en política, siempre había anhelado como ciudadana ser escuchada por una clase política cada vez más alejada de su sociedad. La política en las instituciones es una puesta en escena constante con muchos focos y cada vez menos frutos.

Aquel día, Rober, Marta y Manoel entraron por primera vez en mi despacho. Llevaban años trabajando como anestesistas en Osakidetza sin tener plaza fija. Pero lo más desesperante era que habían desistido de estudiar para sacar la oposición. Las plazas de especialistas hospitalarios están adjudicadas antes incluso de redactarse los exámenes me explicaron. La verdad es que la historia me sonaba a república bananera. No es que me costara creerles, es que en realidad no quería creer aquello que me decían que sucedía en el acceso al empleo público en Euskadi. Todo el mundo lo sabe en Osakidetza y nadie se atreve a denunciarlo por temor a represalias y porque, además, no hay forma de probarlo: lo tienen bien montado y con el amparo de los de arriba.