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Poner la vida en el centro

Jabier Sáenz Sánchez y Tinixara Guanche Suárez

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La crisis que atravesamos hace que al sistema en el que vivimos le salten las costuras. Y le saltan como el patrón de un pantalón apenas hilvanado en que metemos una pierna con demasiada fuerza.

En Euskadi, llevamos desde el año 2008 con una ley reguladora del derecho de la ciudadanía a contar con unos servicios sociales universales que nos atiendan y contengan a todas en situación de necesidad. Necesidades diversas que tienen que ver con la dependencia y la vejez, pero que también tienen que ver con las diversidades (físicas, mentales o sexuales), con la exclusión social, con la infancia y con la igualdad entre mujeres y hombres (y en especial con la derivada prevención y atención sobre la violencia contra las mujeres).

Y sin embargo, ante tiempos de confinamiento, excepcionalidad y otras muchas situaciones de precariedad derivadas de esta pandemia mundial que es el COVID-19, vemos cómo se le abren las costuras a un sistema que se demuestra insuficiente, ineficaz y estrecho, demasiado para la pierna que tiene que entrar en ese pantalón con unos hilos que apenas sujetan las partes que lo conforman.

Se supone, como decíamos, que desde el año 2008 todas las personas podemos y debemos tener garantizado nuestro derecho a acceder a los servicios sociales en condiciones de igualdad, primando la prevención, la atención personalizada y el desarrollo comunitario. Un sistema que desde el año 2016 puede reclamarse por la vía judicial si no atiende las necesidades que tenemos pero que hoy, finales de marzo en tiempos de confinamiento, está dejando a mucha gente atrás.

Hemos oído a los gobiernos atender urgentemente a las empresas para que no paren su actividad productiva, y para que si la tienen que parar, las consecuencias económicas las paguemos entre todas, como, en menor medida, se plantea la atención a las personas que quedan en desempleo y hemos visto y oído cientos de medidas relativas al sistema sanitario al tiempo, que confinan en polideportivos a las personas que no tienen casa para aislarse o hacen que sea posible una palabra clave para que las mujeres confinadas ahora con su agresor 24 horas al día, tengan una forma discreta y segura para pedir ayuda. ¿Pero qué pasa con el sistema de servicios sociales?

Creemos que hoy por hoy nadie tiene duda de que sin un sistema fuerte de atención pública a la salud, no saldremos de esta. Y sin embargo, de nuevo, la atención a la salud social de la sociedad, no se pone en valor. Y no se pone en valor porque nuestro sistema de protección social es tremendamente frágil pero, sobre todo, porque sobre los servicios sociales existe un estigma que nos dice que solo la gente que está en los márgenes puede usarlos como última red de protección, como apoyo a quien se ha salido “del buen camino”. En el fondo, sobre el sistema de servicios sociales sigue pesando la idea de la caridad y de que, quien los utiliza, es quien no tiene mecanismos para valerse por sí mismo. Y si salimos de esta crisis con esa idea aún arraigada, no habremos aprendido nada.

Una de las cosas más claras que deja este COVID-19 es precisamente la idea de que si no lo hacemos juntas, si no lo hacemos reforzando el sentido de comunidad e interdependencia, la sociedad a la que saldremos de este confinamiento, no merecerá la pena ser vivida, o al menos, no lo hará para la gran mayoría. Es por eso que ahora es el tiempo de aprovechar esta crisis que señala que los servicios sociales son esenciales para el sostenimiento de nuestra vida en común pero también, fuera de simbolismos o retóricas, para salvar vidas. Y eso pasa por invertir y pasa también por prevenir. Entendemos y sabemos que nadie tiene soluciones mágicas para atender a todo lo que este confinamiento está suponiendo pero...¿son dignos los espacios de atención a personas en situación de exclusión social severa? ¿estamos cuidando a las trabajadoras y trabajadores del sector? ¿estamos atendiendo a todas las necesidades o solo a las que hacen que los hilos salten por los aires? ¿qué consecuencias va a tener dejar los hilos flojos en una estructura que, cuando acabe el confinamiento, va a tener que soportar muchísima más presión que la que soportaba hasta ahora?

En nuestra opinión, es imprescindible:

  • Poner en el mismo valor a todas las personas. Sean personas dependientes, con diversidad funcional o simplemente personas pobres, si necesitan apoyo o cuidado, los servicios públicos tienen la obligación de proveerlo. Y deben hacerlo en condiciones de dignidad. Los polideportivos no son un camino adecuado y la contención no puede ser el objetivo de los dispositivos que se implementan, por ejemplo, para las personas sin hogar. El sostenimiento de las vidas, también de las precarias, debe de estar en el centro.
  • Dignificar el sistema de servicios sociales y a sus personas trabajadoras. Porque sin todas aquellas que somos el valor último de estos servicios, sin las que proveemos de relaciones, una de las misiones principales de este ámbito de trabajo, el sistema no es nada. Y eso es independiente de ser una contrata, una trabajadora pública, una ONG o trabajadoras de servicios de limpieza o cuidados. Es una buena noticia que se nos considere un servicio esencial, sin duda, pero eso debe de ir acompañado de sistemas de protección y prevención, de herramientas que eviten abusos sobre nosotras y de servicios dignos para las personas para las que trabajamos.
  • Pensar a medio plazo y tomarse en serio la protección social como una medida de salud social pero sobre todo, como un camino imprescindible para curar las heridas tras la pandemia. Y esto quiere decir dejar de poner excusas y meter las manos al barro. Desarrollar de una vez por todas la implementación de los servicios sociales vascos sin excusas competenciales o presupuestarias, dignificar a colectivos de trabajadoras esenciales como por ejemplo, los tan discutidos ratios de residencias o los servicios a disposición de las personas en situación de sin hogarismo, garantizar medios de vida durante este tiempo y en el tiempo de recuperación al conjunto de la población y poner medios de verdad, para el bien común más allá del eslogan fácil.

Y todo ello supone también escuchar y ver a las responsables de todo esto, que parecen estar escondidas hasta que pase el chaparrón, fiándolo todo a la buena voluntad de quienes trabajamos en el sector. Queremos ver las propuestas que garanticen de verdad la prevención, la inclusión y el cuidado de toda la sociedad, porque no dejar a nadie atrás, también es tener un fuerte sistema de servicios sociales.

*Jabier Sáenz Sánchez y Tinixara Guanche Suárez son trabajadoras de los servicios sociales y militantes de ESK

La crisis que atravesamos hace que al sistema en el que vivimos le salten las costuras. Y le saltan como el patrón de un pantalón apenas hilvanado en que metemos una pierna con demasiada fuerza.

En Euskadi, llevamos desde el año 2008 con una ley reguladora del derecho de la ciudadanía a contar con unos servicios sociales universales que nos atiendan y contengan a todas en situación de necesidad. Necesidades diversas que tienen que ver con la dependencia y la vejez, pero que también tienen que ver con las diversidades (físicas, mentales o sexuales), con la exclusión social, con la infancia y con la igualdad entre mujeres y hombres (y en especial con la derivada prevención y atención sobre la violencia contra las mujeres).