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¿La primera manifestación contra ETA?

En una escena memorable de una memorable película, Charles Chaplin recoge del suelo la bandera que acaba de caer de un camión en marcha y, agitándola, trata de alertar al conductor para que se detenga. Su gesto, realizado en el centro de la calzada, tiene, sin embargo, un efecto inesperado: obreros saltan a la calle en lo que toman por la señal para iniciar una reivindicación sindicalista. La multitud envuelve a Chaplin, convertido en desencadenante involuntario de la manifestación. El pasaje pertenece a 'Tiempos modernos' (1936), clásico del cine dedicado a las consecuencias sociales de la industrialización, donde se reflejan las duras condiciones laborales en las fábricas, lo que los marxistas llamaron la “alienación de las masas” y, por ende, la naturalidad con la que aquellas gentes explotadas respondieron ante lo que interpretaron que era una llamada a reclamar sus derechos.

Sociólogos como Sidney Tarrow, David Snow o Robert Benford han elaborado rimbombantes términos para analizar fenómenos como el descrito: “factores precipitantes de la acción colectiva”, “marcos dominantes de protesta”. Tratan así de condensar en pocas palabras una parcela de la compleja realidad. Apelan a la capacidad que tienen ciertas demandas de aglutinar movimientos sociales en el tiempo y en el espacio, en lo que, siguiendo con expresiones del gusto de los científicos sociales, se ha dado en llamar “ciclos de protesta”.

La transición española presenció un ciclo de protesta cuyo pico se prolongó hasta 1977. Sus raíces se hundían en la recta final de la dictadura, en los movimientos obreros, vecinales y estudiantiles que salieron a la palestra en aquel tiempo oscuro para intentar abrir parcelas de libertad. El País Vasco fue una de las regiones en las que más movilización social hubo, junto a otras áreas, generalmente industrializadas, como Madrid o Barcelona. Hasta 1976 el marco dominante de la protesta había sido el antifranquismo. Desde esas fechas ya no existía un enemigo común tan nítido como el régimen dictatorial. Conquistadas las libertades básicas, las protestas fueron sectorializándose y decreciendo. Salvo en Euskadi, donde la calle siguió hirviendo bajo un nuevo marco dominante: el antirrepresivo. El protagonismo callejero de la izquierda abertzale iba siendo cada vez más acusado.

Ahora prestemos atención a la fotografía que acompaña estas líneas. Corresponde al 28 de junio de 1978, en Portugalete. Un pequeño grupo de personas, la mayoría varones adultos, marcha en silencio tras una pancarta que dice: “Estamos hartos de violencia y asesinatos. Askatasuna eta bakea (libertad y paz)”. Junto al lema figura una ikurriña con crespón negro. Desde una ventana alguien observa el acto, convocado por el Partido Comunista de Euskadi. A poca distancia, esa mañana ETA militar había acabado con la vida del periodista José María Portell, director de la Hoja del Lunes de Bilbao.

Coloquialmente suele decirse que las comparaciones son odiosas. Este es otro buen momento para huir de las frases hechas. Llama poderosamente la atención que entonces las calles bulleran por diversos motivos, muchos de ellos sin duda razonables, y que esa fuera la exigua respuesta colectiva ante un asesinato. El funeral por Portell fue masivo y el día 30 la prensa vizcaína no editó ningún diario en señal de luto y protesta. Pero aquí hablamos de colocarse tras una pancarta, de movilizaciones. Intuimos las razones por las que estas últimas fueran escasas en torno a las víctimas de ETA en aquellas fechas: el miedo a represalias; el confundir, recién salidos de una represiva dictadura, el rechazo público hacia ETA con el apoyo a la Policía; el desacuerdo con los medios pero la simpatía con los fines y, en su extremo, el respaldo explícito a la banda. De hecho, hubo jóvenes que se concentraron ante aquellos comunistas de Portugalete para gritar, desafiantes, “Gora ETA”.

Al PCE su postura nítida contra ETA no le resultó políticamente rentable. Fue de aúpa la bronca que se montó en uno de sus mítines de la campaña para las generales de 1977, cuando el secretario general de la federación de Euskadi, Ramón Ormazábal, realizó, en presencia de Dolores Ibárruri, una encendida denuncia del terrorismo. El historiador José Antonio Pérez ha relatado que seguramente el escándalo fue mayor porque una parte del público, abertzale radical, había acudido al acto a ver a un mito viviente como 'la Pasionaria'.

Claro que hubo un surtido de motivos que desarbolaron al PCE en la transición, cuyo análisis no viene ahora al caso. Lo que sí procede es reconocer que al PCE le corresponde haber organizado la primera movilización en democracia contra un asesinato de ETA, que, además, no fue un episodio aislado; sirvió como precedente para la realización en los meses siguientes de marchas allá donde la banda terrorista fue dejando su particular rastro macabro y los comunistas tenían capacidad de convocatoria.

¿Qué hubo antes de lo de Portugalete a este respecto? Hasta 1975, en dictadura, se celebraron varias concentraciones para mayor gloria del régimen, que utilizaba a las víctimas de los atentados mortales de ETA para tratar de legitimarse públicamente y justificar su desbocada represión. Muerto Franco, en 1976 y 1977 se dieron, como recoge Kepa Pérez, de la Asociación para la Defensa de la Dignidad Humana, algunas pequeñas protestas espontáneas tras funerales por víctimas de ETA. ¿Qué hubo poco después de lo de Portugalete? Una manifestación, en este caso masiva, organizada por el PNV en octubre de 1978, “por una Euskadi libre y en paz”, de la que los jeltzales excluyeron a la UCD por considerarla corresponsable del clima de violencia que se vivía en Euskadi.

Lo interesante no es tanto constatar que el PNV no convocó la primera manifestación contra ETA, que también, sino preguntarse por qué algunos de sus dirigentes ahora lo sostienen. ¿Por arte de qué conversión semántica una manifestación “por una Euskadi libre y en paz” acaba siendo “contra ETA”? Entonces, en torno a la delicada cuestión de la violencia, prendían demandas genéricas y ambiguas como las mencionadas, acompañadas por un reparto de culpas también a la UCD, planteando, así, una equidistancia entre un partido político y una banda armada. Hoy resulta claro que ETA ha sido la principal responsable del terrorismo en Euskadi, dada su prolongada trayectoria, su número de víctimas y su grado de apoyo y comprensión social. Podemos felicitarnos de que se haya dado esta evolución en la percepción pública, aunque queda mucha tarea para evitar la equiparación de las memorias de los victimarios con las de las fuerzas democráticas. Pero si Chaplin hubiese recogido del suelo aquella bandera en 1978, coincidiendo con un atentado concreto cometido por una organización concreta, o sea, en la gran mayoría de los casos ya entonces, por ETA, solo se habrían sentido interpelados para saltar a la calzada un puñado de dignos ciudadanos como los que aparecen en la fotografía.

En una escena memorable de una memorable película, Charles Chaplin recoge del suelo la bandera que acaba de caer de un camión en marcha y, agitándola, trata de alertar al conductor para que se detenga. Su gesto, realizado en el centro de la calzada, tiene, sin embargo, un efecto inesperado: obreros saltan a la calle en lo que toman por la señal para iniciar una reivindicación sindicalista. La multitud envuelve a Chaplin, convertido en desencadenante involuntario de la manifestación. El pasaje pertenece a 'Tiempos modernos' (1936), clásico del cine dedicado a las consecuencias sociales de la industrialización, donde se reflejan las duras condiciones laborales en las fábricas, lo que los marxistas llamaron la “alienación de las masas” y, por ende, la naturalidad con la que aquellas gentes explotadas respondieron ante lo que interpretaron que era una llamada a reclamar sus derechos.

Sociólogos como Sidney Tarrow, David Snow o Robert Benford han elaborado rimbombantes términos para analizar fenómenos como el descrito: “factores precipitantes de la acción colectiva”, “marcos dominantes de protesta”. Tratan así de condensar en pocas palabras una parcela de la compleja realidad. Apelan a la capacidad que tienen ciertas demandas de aglutinar movimientos sociales en el tiempo y en el espacio, en lo que, siguiendo con expresiones del gusto de los científicos sociales, se ha dado en llamar “ciclos de protesta”.