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La reputación de la banca, de mal en peor

El problema de la reputación de la banca no es de ahora. Viene de lejos. Ya cuando en los años ochenta y noventa del siglo pasado se anunciaban los beneficios anuales de la banca y el murmullo reprobador popular era ensordecedor, la banca daba la callada por respuesta. A nadie se le ocurrió argumentar que los beneficios no se miden por su nivel absoluto, sino por su nivel relativo, ya sea en relación con los fondos propios, ya sea en relación con su facturación o incluso mejor, explicando la cuenta de resultados desde su renglón de arriba, el margen de intermediación. Tampoco a nadie se le ocurrió añadir que había miles de pequeños accionistas que también tenían derecho a su remuneración. Tampoco nadie arguyó que muchos de estos beneficios se reinvertían en mejoras tecnológicas o de servicio a fin de tener unas entidades mas modernas. Entonces, nadie quiso exponerse y dar la cara. Todos eludieron sus responsabilidades. De aquellos barros vienen estos lodos.

La banca tampoco fue capaz de argumentar que, cómo sus márgenes de intermediación se reducían, tendrían que cobrar unos servicios que hasta entonces se ofrecían gratis y que esto serviría para mantener la rentabilidad y salud de la banca. Una banca saneada y capitalizada es necesaria en el sistema de mercado actual para canalizar el ahorro hacia la inversión.

La banca y sus representantes, la Asociación Española de Banca (AEB), dieron la callada por respuesta haciendo dejación de sus responsabilidades.

Años después los problemas se acumularon. La imagen deplorable de directores de sucursal persiguiendo a pequeños ahorradores para que invirtieran en un producto financieramente complejo, como las preferentes, es difícil de remontar con ninguna campaña publicitaria. Y menos con alguna campaña que sonrojaba por su desvergüenza y desfachatez, un caso clásico de conflicto entre imagen y reputación. Los desahucios ejecutados como represalia a la falta de pagos, después de haber concedido créditos del 120 % del valor de los inmuebles hipotecados, y 30 años de amortización, a personas que no tenían garantías suficientes para devolver la deuda, vinieron a agravar la situación. Más recientemente, las presiones al Tribunal Supremo para que revertiera la sentencia sobre el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados (AJD) ha incendiado a la opinión publica. Motivos para el escándalo había desde luego.

La desmesurada remuneración de los máximos ejecutivos, la politización de las cajas de ahorro dejando en manos de indocumentados bancarios la gestión de entidades con tan grandes responsabilidades económicas y sociales, la insensata decisión  de algunos gestores lanzándose a políticas de asalto al mercado hipotecario - en plena burbuja – cuando dirigían entidades que no tenían ninguna necesidad para ello pues su nicho estaba en la pequeña o mediana empresa o la cuestionada estrategia de internacionalización de otras entidades, vienen a cerrar el circulo de un problema que tiene como hemos visto suficientes motivos de justificación.

Basta recordar que en aquellos años ochenta y noventa, el sistema financiero español gozaba de prestigio internacional por la profesionalidad de su gestión. Parece inimaginable hoy que el Banco de España fuera uno de los bancos centrales del mundo al que todos miraban con envidia y querían imitar. Da sonrojo recordar como Miguel Ángel Fernandez Ordóñez, mas conocido como MAFO, Gobernador del Banco de España en los años de la última crisis bancaria, presentaba en una rueda de prensa los resultados del test de estrés de la banca española y defendía la encomiable salud de ésta, mientras la misma se hundía bajo sus pies. Un Gobernador más preocupado de arengar sobre la necesidad de flexibilizar el mercado de trabajo que de cuidar el jardín que tenía encomendado. La Comisión de Investigación del Congreso de los Diputados sobre la crisis financiera lo tiene claro: “el Banco de España y el resto de los organismos de supervisión no hicieron frente a sus obligaciones para actuar contra la burbuja inmobiliaria y de crédito”. Más que claro, cristalino.

En comparación, habría que añadir cómo la crisis bancaria de los ochenta se solventó con mucha mano izquierda y relativo buen tino en las decisiones de concentración. Hoy parece lejano todo esto, además de parecer que la dirección del conjunto de las entidades no lleva ningún rumbo. Vamos hacia una inevitable concentración bancaria, de nuevo algo que nadie se ha dignado a explicar, ni justificar, pero parece que nadie lleva el timón.

Y honestamente no parece tan difícil explicar al ciudadano la importancia de un sistema bancario eficaz y saneado en una economía moderna para asignar eficientemente los recursos. Los bancos y entidades de crédito dan, a pesar de lo recortes recientes, mucho empleo. Un empleo muy especializado y de alto valor añadido, con unos empleados que están haciendo un gran esfuerzo para adaptar sus destrezas a las exigencias del MiFID II, una directiva europea que entre otras cosas trata de garantizar la seguridad en la contratación de productos financieros. El porcentaje de feminización del sector es relativamente elevado. Incluso la presidenta del primer banco español es una mujer. Los bancos ofrecen financiación a pymes para sus inversiones o su internacionalización, financian a emprendedores. Los bancos facilitan créditos para la compra de viviendas. Las entidades están haciendo un gran esfuerzo para alcanzar los niveles de capitalización que les exigen las autoridades europeas e internacionales. Los responsables bancarios debieran estar contando a voz en grito que la Union Bancaria es una idea fuerza en el proceso de construcción europea.

Poner todo esto sobre la mesa podría servir para recuperar algo su reputación. Para esto se necesita credibilidad y voluntad. Y para tener credibilidad se necesita transparencia. Otra asignatura pendiente de los bancos. La reputación es algo que cuesta mucho ganarse y se pierde rápidamente y ademas es difícil de recuperar. La banca española ha hecho reiteradamente mal sus deberes y va a necesitar un gran esfuerzo y mucha honestidad para recuperar el tiempo perdido. Tiene una ardua tarea por delante. Lo menos que se puede pedir a ejecutivos tan bien remunerados es que den la cara y expliquen cosas complejas con palabras que todos debieran entender. Va en el sueldo.

 

 

 

El problema de la reputación de la banca no es de ahora. Viene de lejos. Ya cuando en los años ochenta y noventa del siglo pasado se anunciaban los beneficios anuales de la banca y el murmullo reprobador popular era ensordecedor, la banca daba la callada por respuesta. A nadie se le ocurrió argumentar que los beneficios no se miden por su nivel absoluto, sino por su nivel relativo, ya sea en relación con los fondos propios, ya sea en relación con su facturación o incluso mejor, explicando la cuenta de resultados desde su renglón de arriba, el margen de intermediación. Tampoco a nadie se le ocurrió añadir que había miles de pequeños accionistas que también tenían derecho a su remuneración. Tampoco nadie arguyó que muchos de estos beneficios se reinvertían en mejoras tecnológicas o de servicio a fin de tener unas entidades mas modernas. Entonces, nadie quiso exponerse y dar la cara. Todos eludieron sus responsabilidades. De aquellos barros vienen estos lodos.

La banca tampoco fue capaz de argumentar que, cómo sus márgenes de intermediación se reducían, tendrían que cobrar unos servicios que hasta entonces se ofrecían gratis y que esto serviría para mantener la rentabilidad y salud de la banca. Una banca saneada y capitalizada es necesaria en el sistema de mercado actual para canalizar el ahorro hacia la inversión.