Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Rosa que te quiero rosa
Rosa que te quiero rosa. No es mi intención parodiar el magnífico poema lorquiano que aparece en el Romancero gitano, pero no pude evitar ese recuerdo al escuchar las palabras de Damara Alves, la ministra de familia del nuevo gobierno brasileño que dirige el ultraconservador Bolsonaro. “Empieza una nueva era: los chicos, de azul; las chicas, de rosa”, proclamó a los cuatro vientos en su toma de posesión. No se trataba de un gazapo producido por el nerviosismo y el entusiasmo del momento histórico que estaba viviendo la flamante política. No. Al día siguiente, y ante el revuelo que sus palabras habían provocado en todo el planeta, se ratificó confirmando que había utilizado esa metáfora colorística para defender y “respetar la identidad biológica de los niños”. Primer pasmo de este recién estrenado 2019.
Por si alguien tenía duda de los vientos revisionistas que traen estas nuevas figuras de la ultraderecha mundial, el pasmo no quedó ahí encerrado. Al día siguiente continuaban las perlas informativas en la misma línea. Era el turno de VOX, el partido español que ha acaparado miradas mundiales por su inesperada y súbita aparición en las elecciones autonómicas andaluzas. Se trataba de explicar sus líneas rojas a los dos partidos que ansiaban sus votos y escaños andaluces para conseguir el cambio de gobierno en esa Comunidad. Me centraré tan solo en la crítica que han hecho a las políticas de género implantadas por el PSOE de Susana Díaz. No tiene desperdicio: cuestionamiento de las cifras oficiales de violencia contra la mujer, por no incluir esas otras que también afectan al hombre; cuestionamiento del propio sistema judicial –tremendamente escorado hacia opiniones populistas-; petición de paralización de las subvenciones a organizaciones feministas “supremacistas”(¿), protagonistas diabólicas de esta corriente tergiversadora de la realidad que acontece en los entornos privados familiares.
Ultraconservadores brasileño y andaluces unidos por una misma misión: limpiar la sociedad de tanta escoria envalentonada por gobiernos de izquierda deprimentes. No se negará que habla claro esta nueva corriente política, cada vez menos nueva, cada vez más similar a mensajes que pensábamos no volveríamos a escuchar. Porque si algo tiene a gala esta nueva corriente es creer que está vacunada contra el mensaje ambiguo, que huyen de lo políticamente correcto. Se presentan como nuevas palomas mensajeras obsesionadas en llamara a las cosas por su nombre. Así lo han hecho hasta ahora. Veremos por cuanto tiempo.
Centrémonos en Vox, que es lo más próximo. Con lo escuchado no es de extrañar que en su programa político hiciesen especial hincapié en la derogación de las leyes 13/2007, de medidas de presentación y protección contra la violencia de género y la 8/2017, de garantía de igualdad de trato y no discriminación de personas LGTBI y sus familiares en Andalucía. Ambas representan un universo inimaginable para esta ideología ultraconservadora y son las causantes de la desnaturalización que viene sufriendo la sociedad española en los últimos decenios. Rosa que te quiero rosa, rosa purificadora de los males que aquejan a esta sociedad.
La fiereza de tales postulados ultraconservadores era ya conocida en la mayoría de los países que han realizado consultas electorales en estos últimos tiempos, pero no se había manifestado aún en el panorama político español. La réplica de parte de la izquierda social, asombrada, no repuesta aún de la fuerza y apoyo popular con la que ha surgido en Andalucía, está siendo difusa: apelativos nostálgicos a los años treinta del siglo pasado, exaltaciones para el rearme ideológico de los valores democráticos, propuestas de no difusión ni contestación a los excesos programáticos,… Confusión, mucha confusión a la hora de enfrentarse a una ideología que se creía extirpada del panorama político español tras la llegada de la democracia.
¿Cómo combatir desde la educación tales planteamientos? ¿Qué hacer desde posiciones educadoras para desmontar la fragilidad de estas ideas supremacistas? En primer lugar, coincidir con Jurjo Torres al recordar la razón por la que sigue siendo imprescindible la escuela como elemento de integración social en nuestros días: existir para formar personas demócratas, responsables y solidarias. Cuesta creer que desde posiciones ultraconservadoras como las que defienden en VOX se puedan defender ninguna de las tres funciones escolares.
Además, coincidir con Carmen Heredero (Género y coeducación. CCOO, 2018) , cuando explica que una sociedad democrática que se plantea acabar con las diversas desigualdades sociales, cuyas bases constitucionales contienen principios como la igualdad la no discriminación debe estar permanentemente alerta ante posibles hechos y situaciones que incumplen tales principios. De ahí la urgencia de que, en cuestiones de políticas de género, sea imprescindible recortar la influencia social de la Iglesia católica (las mujeres como guardianas de los valores de la familia cristiana, opuestas a la diversidad sexual y a la identidad de género) porque “dificulta enormemente el combate contra las desigualdades y discriminaciones relacionadas con el género”.
Y así –tercer paso necesario para reformular nuestros principios educativos- entraremos de pleno en la coeducación. A través de ella, la escuela mixta, la formación del profesorado, la visibilización de las mujeres, la necesidad de planificar la actividad coeducadora y la necesidad de una organización escolar cobran un sentido primordial para favorecer la igualdad.
La escuela, así entendida, ayudará a destruir los estereotipos de género, tan influyentes en la concepción actual de los géneros (mujer, sensibilidad; hombre, fortaleza). De ahí parten interiorizaciones de diferencias entre mujer y hombre a la hora de ocupar espacios, ámbitos, tareas, estudios o trabajos. El paso siguiente es obvio, la brecha salarial, social e incluso política que visualiza el desequilibrio y la desigualdad. Rosa que te quiero rosa; rosa transformadora.
Históricamente se ha colocado lo masculino y lo femenino en ámbitos diferentes que pueden resumirse en lo público-productivo para los hombres y lo privado-doméstico para las mujeres. Y ambos campos debían permanecer cercanos, pero sin demasiado contacto. Pensemos en la política, por ejemplo. Cuenta Eduardo Galiano (Mujeres. Siglo XXI, 2015) que pese a ser femeninos los símbolos de la Revolución Francesa –mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios y banderas al viento- cuando la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, marchó presa, el Tribunal Revolucionario la sentenció y la guillotina la cortó la cabeza. Sigue diciendo el agudo escritor uruguayo: “Al pie del cadalso, Olympia preguntó: -Si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?”.
Es probable que haya quien considere anacrónica, fuera de nuestro tiempo cualquier respuesta a esa pregunta incontestada de la luchadora francesa. Dos siglos largos después de los acontecimientos que dieron paso a la era contemporánea, es normal convivir con mujeres dedicadas a la política. Están en todos los foros locales, autonómicos, estatales, en el gobierno, en la judicatura,… Una barrera más destruida –clamarán las voces más optimistas- Un motivo menos para seguir victimizando a la mujer- protestarán aquellas más opuestas a las reivindicaciones feministas.
Sin embargo, este papel político público aún sigue generando diferentes estilos de comunicación. Las mujeres hablan un 75% menos que los hombres en espacios mixtos y son menos propensas a verse con influyentes en el grupo y sentir que son escuchadas. Por otro lado, los hombres interrumpen más a menudo que las mujeres a otra persona del grupo (68% frente al 32%) y, tanto hombres como mujeres interrumpen mayoritariamente a las mujeres, según una investigación de las Universidades de Princeton en 2012 (Construyendo feminidades y masculinidades alternativas, diversas e igualitaria. Unesco Etxea, 2013).
El aula escolar, precisamente por ser el lugar de socialización más cercano debe propiciar una convivencia activa entre sexos. Carmen Heredero acierta cuando establece que pese a los conflictos que genera tal convivencia, la educación sebe ser la encargada de ejercitar en el aprendizaje preventivo y resolutivo de los mismos. “Mezclar alumnado de distinto sexo supone la posibilidad de ayudarles a comprenderse, de observar lo positivo de unas y de otros, a establecer lazos de amistad, a desinhibirse en su trato con las personas de diferente sexo… a convivir de manera natural, en una palabra”.
La escuela debe ser también activa en la destrucción del mito del amor romántico, que incide a su vez en la generación de desigualdades. El príncipe azul que salva a la rosa princesa de los peligros terrenales y/o espirituales se ha reproducido hasta la saciedad en cuentos, canciones y películas infantiles. El hombre, sujeto activo, desafiante ante el peligro; la mujer, objeto deseable, subordinada a los deseos masculinos; aquel, alejado de emociones románticas que desvirtúen su rol de protector y proveedor material; ésta, pendiente de recibir la atención varonil hacia la que ha concretado sus expectativas. El aula tiene que servir para que la niña, la mujer educada, sea autónoma, se respeten sus deseos y sus proyectos vitales y no se orienten sólo y siempre a los proyectos de la pareja hombre o persona que reproduzca los roles asignados al ser masculino. (Unesco Etxea. Op.cit)
Si la escuela es capaz de educar en las emociones, no establece diferencias de género, enseña que ni la vulnerabilidad es un factor femenino, ni la ira masculino, estará contribuyendo a igualar sus oportunidades de todo el alumnado; estará animando a la mujer a luchar por sus expectativas, del mismo modo que al hombre a aceptar como normal el autocuidado y el de los demás. En suma, estaremos enriqueciendo, en vez de debilitando, ambos “currículos” personales. Condición sine qua non para ello es construir en las aulas modelos alternativos de masculinidad, que combatan el hegemónico y privilegiado (viril, poderoso, atrevido, fuerte…) y sean percibidos cono normales por la mayoría. En una palabra, debemos –como educadoras/es- ser capaces de inculcar un cambio desde el “debe ser” al “ser”. Rosa que te quiero rosa; rosa rompedora.
La ONU estima que pasarán alrededor de 500 años más para que el patriarcado deje de tolerarse y entenderse como normal, para que se extingan los privilegios masculinos. Todo ello, sin embargo, no puede ser síntoma de desánimo; muy por el contrario, debe alumbrarnos en la búsqueda de fuerzas suficientes para acortar el tiempo que pronostican las Naciones Unidas. Si el mundo ha sido capaz de llevar la escuela a países africanos enfrentados en guerras tribales inacabables (Burundi, uno de los países más pobres de la Tierra, tiene alfabetizado al 85% de su población infantil) ¿cómo no confiar en la capacidad transformadora de la Educación?
En este empeño la escuela no puede estar sola; necesita de un profesorado en proceso formativo continuo, que abandone progresivamente pautas androcéntricas y sexistas recibidas y las sustituya por las coeducativas, que se muestre intransigente ante los numerosos micromachismos que salpican nuestra actividad cotidiana.
No se puede soslayar, así mismo, la obligación de las administraciones educativas en todo este loable intento. Sin una formación inicial –en los estudios de Grado y Master- y permanente del profesorado en perspectiva de género –a través de cursos sobre igualdad de género- este intento será numantino. Rosa que te quiero rosa; rosa solidaria.
Han pasado 25 siglos desde que Aristóteles lanzase aquello de que la mujer es un hombre imperfecto. Enterremos definitivamente tal absurdo.
Rosa que te quiero rosa. No es mi intención parodiar el magnífico poema lorquiano que aparece en el Romancero gitano, pero no pude evitar ese recuerdo al escuchar las palabras de Damara Alves, la ministra de familia del nuevo gobierno brasileño que dirige el ultraconservador Bolsonaro. “Empieza una nueva era: los chicos, de azul; las chicas, de rosa”, proclamó a los cuatro vientos en su toma de posesión. No se trataba de un gazapo producido por el nerviosismo y el entusiasmo del momento histórico que estaba viviendo la flamante política. No. Al día siguiente, y ante el revuelo que sus palabras habían provocado en todo el planeta, se ratificó confirmando que había utilizado esa metáfora colorística para defender y “respetar la identidad biológica de los niños”. Primer pasmo de este recién estrenado 2019.
Por si alguien tenía duda de los vientos revisionistas que traen estas nuevas figuras de la ultraderecha mundial, el pasmo no quedó ahí encerrado. Al día siguiente continuaban las perlas informativas en la misma línea. Era el turno de VOX, el partido español que ha acaparado miradas mundiales por su inesperada y súbita aparición en las elecciones autonómicas andaluzas. Se trataba de explicar sus líneas rojas a los dos partidos que ansiaban sus votos y escaños andaluces para conseguir el cambio de gobierno en esa Comunidad. Me centraré tan solo en la crítica que han hecho a las políticas de género implantadas por el PSOE de Susana Díaz. No tiene desperdicio: cuestionamiento de las cifras oficiales de violencia contra la mujer, por no incluir esas otras que también afectan al hombre; cuestionamiento del propio sistema judicial –tremendamente escorado hacia opiniones populistas-; petición de paralización de las subvenciones a organizaciones feministas “supremacistas”(¿), protagonistas diabólicas de esta corriente tergiversadora de la realidad que acontece en los entornos privados familiares.