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La Rótula Democrática

Se agotan los plazos democráticos. Se acerca la hora de verdad. El día 13 de enero hay que elegir al Presidente y a la Mesa del Congreso. Las votaciones pueden despejar algunas incógnitas respecto a la posibilidad y la dirección de los pactos que descarten o abran la puerta a formar mayorías con capacidad de gobernar.

Hasta ahora, en el bipartidismo imperfecto en el que hemos vivido desde 1977 y sobre todo desde 1982, el partido que ganaba las elecciones a nivel nacional o lo hacía con mayoría absoluta o con una mayoría tan amplia que le bastaban unos pocos votos para alcanzar la mayoría absoluta, que habitualmente conseguía con más o menos cesiones a los nacionalistas vascos y catalanes.

Tras conocer los resultados electorales la tarde-noche del 20 de diciembre, la primera reacción carpetovetónica, no sé si atávica o pavloviana, fue sacar la calculadora y empezar a sumar. Surgieron así los aritméticos. Una nueva casta que reducía la política a sumas y restas. Sumaban y sumaban intentando alcanzar la tan ansiada mayoría absoluta que se entendía, por añoranza o reflejo de los viejos tiempos, como la única garantía de estabilidad. Y si no se lograba la mayoría absoluta, entonces a repetir elecciones.

Pero las cuentas no daban. Y siguen sin dar. Porque se quería coyuntar bueyes con jirafas y estas con camellos, hasta sumar los 176 de la tan ansiada mayoría absoluta. Pero como parece que decía Talleyrand, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

El tiempo, que todo lo madura, parece que empieza a arrinconar a los aritméticos y a dar paso a los políticos. Y en política, que es el arte de lo posible, la estabilidad, o por lo menos una estabilidad mínima que permita arrancar la legislatura, se puede lograr de muchas formas.

Se dice, en este momento desde luego con razón, que unas nuevas elecciones polarizarían al electorado en los extremos (PP, Podemos) y que perderían posiciones los más centrados (PSOE, C´s). Y que por tanto estos dos últimos partidos serían los menos interesados en que se convocase nuevamente a las urnas porque la polarización electoral les perjudicaría. Y tienen razón quienes así opinan. Ya tenemos pues el primer interés común. En comú interès que se diría por tierras de levante. Y sabemos que los intereses unen mucho; muchas veces más que los amores.

Esta sería una buena razón para empezar a dialogar entre estos dos partidos en clave de minoría parlamentaria mayoritaria. Los 130 escaños que suman ambos les convierten en la primera fuerza del Parlamento con muchas ventajas y pocos o ningún inconveniente.

Les permite modelar la Mesa del Congreso.

Les permite avanzar en los contenidos de un acuerdo de Gobierno al que podría sumarse algún grupo minoritario (¿PNV?) que quiera jugar también en clave de centralidad y de moderación en esta legislatura que puede ser trascendental.

Les permite dirigirse a los dos partidos, excéntricos a derecha y a izquierda, para ampliar la base parlamentaria o a uno de ellos de manera preferente (lo lógica institucional de una hipotética reforma constitucional les debería inclinar hacia el PP).

Les permite, como síntesis de los viejo y lo nuevo, avanzar con mucha credibilidad y legitimidad propuestas reformistas en materia territorial, institucional, económica, presupuestaria, fiscal, laboral, energética, electoral, un plan de choque en materia social de erradicación de las situaciones más graves de pobreza extrema y de superación de desigualdades sangrantes y un largo etcétera que posibilitaría el volver a poner en hora al país.

Les permite alejar el fantasma de unas nuevas elecciones y aparecer como artífices de una estabilidad, frágil sí, pero a la que no se pueden oponer razones de interés general para impedir que se consolide o para desestabilizarla.

Les permite presentar un candidato a la Presidencia del Gobierno al que solo el sectarismo partidista le podría oponer una pinza entre una derecha conservadora que optaría en ese caso por su cara menos compasiva, más dura y antipática y una izquierda que mostraría una actitud poco fiable desde el punto de vista democrático, ultramontana y antiliberal.

Les permite tender la mano a derecha e izquierda y les obliga por tanto a los extremos a moderarse para no aparecer como los culpables de un bloqueo institucional que termine convocando otra vez a las urnas a unos ciudadanos que, ahora sí, se podrían mostrar menos proclives a dejarse encandilar por unas fuerzas políticas que habrían mostrado en este proceso su cara más intransigente.

Hablamos, en definitiva, de que el PSOE y Ciudadanos construyan una rótula democrática para la próxima legislatura en torno a la cual pueda girar el pluralismo político, que sea capaz de revitalizar el juego parlamentario y todo ello desde una estabilidad suficiente, desde una centralidad natural y desde una vocación reformista que les permita articular consensos de amplia mayoría a su derecha, a su izquierda o a ambos lados a la vez.

Se agotan los plazos democráticos. Se acerca la hora de verdad. El día 13 de enero hay que elegir al Presidente y a la Mesa del Congreso. Las votaciones pueden despejar algunas incógnitas respecto a la posibilidad y la dirección de los pactos que descarten o abran la puerta a formar mayorías con capacidad de gobernar.

Hasta ahora, en el bipartidismo imperfecto en el que hemos vivido desde 1977 y sobre todo desde 1982, el partido que ganaba las elecciones a nivel nacional o lo hacía con mayoría absoluta o con una mayoría tan amplia que le bastaban unos pocos votos para alcanzar la mayoría absoluta, que habitualmente conseguía con más o menos cesiones a los nacionalistas vascos y catalanes.