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Los partidos políticos vascos se afanan en lanzar ideas-fuerza que lleguen a los electores y les convenzan de que son cada uno de ellos la mejor opción de voto. Los ciudadanos tenemos ya una idea muy aproximada de lo que pueden dar cada uno de ellos, qué representan, qué han hecho hasta ahora y, en fin, qué son y qué puede esperarse de ellos. Como en la vida misma, importan más las sensaciones que las evidencias, puesto que además tampoco el común de los mortales se dedica a escudriñar pormenorizadamente cuál es el trabajo que realizan en las instituciones, en este caso, el que han hecho o vayan a desarrollar en el Parlamento Vasco. La sensación es lo que cuenta, para cuya creación cuentan un cúmulo de circunstancias: desde el trabajo realmente llevado a cabo en la sede de la representación popular (o, más bien, lo que nos llegue de él a través del filtro de los medios de comunicación) hasta las declaraciones públicas, pasando por la forma de hablar y expresarse o incluso de vestir o de mirar al estrado, a la cámara o a los ciudadanos. O te genera confianza o no te genera, independientemente de cuál sea, pongamos por caso, la política fiscal concreta que defienda, que además, mira por dónde, no se decide en el Parlamento Vasco ni en el Congreso de los Diputados sino… en los parlamentos provinciales. Qué cosas.

Ellos lo saben. De ahí que los ideólogos y estrategas decidieron qué decir, cuándo y cómo, más allá de que después esas promesas electorales o declaraciones públicas se conviertan en algo fehaciente y concreto. De hecho, casi nunca se convierten en nada, o al menos no todo, a veces porque no pueden y otras porque no quieren. Todo esto también forma parte de la política; incluso podríamos decir que esto es la política más que cualquier otra cosa. Al menos por estos lares se insultan menos que en el resto de España.

Por todo lo cual cada cosa que llevan días diciendo tiene un valor relativo. Dicho bruscamente, ellos mismos saben que mucho de lo que dicen no es cierto pero también saben que, si dijeran siempre la verdad, jugarían en desventaja, porque todos los demás seguirían diciendo lo que les conviene. Dios dijo hermanos, no primos. Por ejemplo, es poco probable que el PNV y el PSE digan públicamente que van a volver a pactar para seguir gobernando juntos y compartir el poder en Euskadi. Prefieren decir otras cosas. Varios días después de que el Lehendakari dijera que izquierda y derecha son conceptos anticuados, se preguntó en alto qué partido sino el PNV es capaz de desarrollar las políticas de izquierdas que Euskadi necesita. Dado que a su derecha no queda nada, se permite la licencia de tratar de abarcarlo todo.

Podemos ha ofrecido al PSE y a Bildu un acuerdo para desalojar al PNV de Ajuria Enea. Es improbable que el PSE lo descarte, pero internamente se están partiendo de la risa. A pesar de que Josean Pastor se reivindicó como la novia preferida del resto de partidos políticos, sabe que esa novia ya está comprometida. ¿Con quién sino con el PNV iba a vivir mejor? ¿Y dónde iba a vivir mejor que en el Gobierno Vasco? El PNV, que defiende como el resto su parcela, trató de sembrar dudas al recordar que Patxi López también prometió pactar jamás con el PP y luego gobernó gracias al apoyo de los de Basagoiti. Egibar sabe que no hay otra opción para los socialistas que el PNV, pero es razonable tratar de motivar a sus votantes para que no se relajen. PP (con Ciudadanos), vista la sangría de votos que parece perderá en beneficio del PNV, insiste en que votar al PNV en Euskadi es apoyar a Sánchez en el conjunto de España, como si no estuviera perfectamente comprobado que los jeltzales pueden apoyar hoy al PSOE y al PP mañana, o viceversa. Bildu, como siempre, aguijonea al PNV para que rescate el Plan Ibarretxe, como si Urkullu fuera, no ya Ibarretxe, sino por lo menos Joseba Egibar. Y no lo es, para desgracia de este, quien sigue disgustado porque los deseos independentistas siguen atenuándose, cosa de la que responsabiliza al menos en parte a su jefe de filas.

Así están aproximadamente las cosas. Novedades no hay muchas. Más o menos conocemos de antemano el resultado de las elecciones. Y no creo que haya sorpresas.

*Gorka Maneiro, asociado de HAC Group, firma internacional de asuntos públicos, relaciones internacionales, formación de líderes y solidaridad internacional.

Los partidos políticos vascos se afanan en lanzar ideas-fuerza que lleguen a los electores y les convenzan de que son cada uno de ellos la mejor opción de voto. Los ciudadanos tenemos ya una idea muy aproximada de lo que pueden dar cada uno de ellos, qué representan, qué han hecho hasta ahora y, en fin, qué son y qué puede esperarse de ellos. Como en la vida misma, importan más las sensaciones que las evidencias, puesto que además tampoco el común de los mortales se dedica a escudriñar pormenorizadamente cuál es el trabajo que realizan en las instituciones, en este caso, el que han hecho o vayan a desarrollar en el Parlamento Vasco. La sensación es lo que cuenta, para cuya creación cuentan un cúmulo de circunstancias: desde el trabajo realmente llevado a cabo en la sede de la representación popular (o, más bien, lo que nos llegue de él a través del filtro de los medios de comunicación) hasta las declaraciones públicas, pasando por la forma de hablar y expresarse o incluso de vestir o de mirar al estrado, a la cámara o a los ciudadanos. O te genera confianza o no te genera, independientemente de cuál sea, pongamos por caso, la política fiscal concreta que defienda, que además, mira por dónde, no se decide en el Parlamento Vasco ni en el Congreso de los Diputados sino… en los parlamentos provinciales. Qué cosas.

Ellos lo saben. De ahí que los ideólogos y estrategas decidieron qué decir, cuándo y cómo, más allá de que después esas promesas electorales o declaraciones públicas se conviertan en algo fehaciente y concreto. De hecho, casi nunca se convierten en nada, o al menos no todo, a veces porque no pueden y otras porque no quieren. Todo esto también forma parte de la política; incluso podríamos decir que esto es la política más que cualquier otra cosa. Al menos por estos lares se insultan menos que en el resto de España.