Claves de unas elecciones que el PNV necesita ganar dos veces
Iñigo Urkullu aspira a levantarse el lunes como si fuera un día normal. El PNV habrá sido el domingo el partido más votado con una amplia distancia sobre el segundo, pero la historia no acabará ahí. El lehendakari, en funciones desde ese momento, sabrá que sólo tiene asegurada la mitad del camino, como ocurrió en 2012. Es cierto que no es lo mismo que el PNV obtenga 25, 27 (la cifra de hace cuatro años) o 29 escaños. Aun así, todo dependerá de los escaños que saquen otros y de su disposición a pactar.
El guiso tiene demasiados condimentos –algunos muy picantes– como para saber antes cómo va a quedar. Obviamente, las demás formaciones no querrán ser la guarnición que se pide con un gesto desganado. Y el PP no tiene muchas posibilidades de entrar en la cazuela.
El manual de la hegemonía, según el PNV
Sí, ya sabemos que Urkullu sólo bebe agua. Los demás partidos aspiran a algo más potente si les piden brindar por un acuerdo. Los dirigentes del PNV se han movido en la campaña con viento a favor gracias a las dos primeras encuestas. Confirmaban la hegemonía del partido, que en Euskadi no se mide en mayorías absolutas, sino en capacidad de imponer un mensaje en el ámbito político, cultural y social.
El PNV no es Euskadi, pero se da una maña tremenda en que lo parezca después de cada cita electoral. Siempre se dice que los demás partidos se resignan a esa situación y que una actitud diferente podría anular ese predominio. Olvidan las elecciones de 2001 cuando Mayor Oreja atacó por tierra, mar y aire –y con la colaboración del PSE de Nicolás Redondo, el mundo de la empresa y eso que queda resumido en la palabra “Madrid” para los nacionalistas– y acabó estrellándose contra los resultados electorales. Algunos dirían que contra la realidad.
La condición de favorito y la suposición demoscópica de que no afectará al PNV la entrada de Podemos en el hemiciclo vasco –algo difícil de creer– le han permitido no arriesgar en campaña. Sólo ha tenido que acelerar en una ocasión. Ante la posibilidad de que Ciudadanos consiga un escaño en Álava que podría ser para el PNV, Urkullu ha prometido una lluvia de millones sobre Vitoria, por ejemplo doblando el canon de capitalidad que se empezó a pagar en la época de Patxi López. Como diría un bilbaino (que dice el topicazo): será por dinero.
Lo que no ha cambiado es el mensaje central de su campaña: nada de frentes nacionalistas ni de seguir los pasos de Cataluña.
El suelo y el techo de EH Bildu
Tras dos severas derrotas ante Podemos en las elecciones generales, EH Bildu era consciente de que no se podía permitir otra en las autonómicas. La campaña ha sido una demostración palpable de la capacidad de movilización de la izquierda abertzale y de la fortaleza de su base social. La inhabilitación de Otegi se ha convertido en un regalo involuntario para Bildu: tres mujeres al frente de las listas electorales con un gran potencial para hacer llegar el mensaje independentista a colectivos sociales a los que nunca se les ocurriría votar a Otegi.
Bildu se arriesgó en campaña con una propuesta de tripartito con PNV y Podemos, a día de hoy inviable. En teoría, nadie quiere que su primera oferta sea rechazada con desdén. Habría sido diferente si hubiera apuntado más abajo con una oferta restringida a Podemos y a buscar que la suma de ambos superara al PNV en el debate de investidura.
¿Pero habría querido Podemos enfrentarse a unas previsibles terceras elecciones en España habiéndose mostrado dispuesta a votar a favor de una lehendakari de Bildu mientras Otegi mostraba su sonrisa de gato de Cheshire desde la tribuna de invitados? No es eso lo que indican los discursos de Pili Zabala.
Décadas de violencia de ETA aceptada como necesaria y/o inevitable por la izquierda abertzale les han dejado sin aliados potenciales para el futuro. Su suelo es alto, pero tienen techo, sobre todo en Bizkaia donde el PNV es un muro de contención demasiado alto para ellos.
Podemos no asalta los cielos vascos
En España, las campañas de Podemos son un concierto de rock duro que espanta a sus rivales. Estos se dedican a aporrear la puerta para que bajen la música o directamente llaman a la policía antes incluso de que empiece a sonar una sola nota. En Euskadi, la campaña de Elkarrekin Podemos ha sido como un vals tocado con cuidado, con mucho violín y de vez en cuando algún instrumento de viento, pero sin pasarse.
No podía ser de otra manera con una candidata a lehendakari como Pili Zabala, a la que nunca se verá moviendo los brazos para pedir airada en voz alta una reacción fulgurante contra los poderosos. Zabala lleva en la mirada el dolor de una persona y una familia que han sufrido mucho por la violencia terrorista, pero que es capaz de afrontar con dignidad un futuro de reconciliación. Que sea la líder natural de un proyecto basado en una profunda transformación social es ya otra cosa muy diferente.
Lo que ocurre es que es posible que los votantes no quieran un cambio radical, que sean conscientes de que la situación socioeconómica vasca es distinta a la que hay más al sur. Quieren más autogobierno, pero no una ruptura con España, como la que pide Bildu.
Por distintas razones, todos los partidos han atacado a Podemos en esta campaña. Otro rasgo de la singularidad vasca es que quizá el partido que les ha criticado con menos dureza es el PP, que tiene otras cosas de las que preocuparse. Este cerco puede tener efectos contraproducentes para sus adversarios si los votantes de Podemos en las generales piensan que su voto sigue dando miedo a los que mandan.
Podemos es, junto al PNV, el único partido que es igualmente fuerte en las tres provincias, lo que indica una implantación social notable en un partido que se presenta por primera vez a unas autonómicas. No conservarán todos los votos que sacaron en las generales, pero serán relevantes siendo segundos o terceros. Y en autogobierno, su programa es compatible con el del PNV en el arranque de la legislatura (lo que pase después es una incógnita).
A Podemos no le conviene caer bajo el influjo de los nacionalistas de Urkullu, y sí vender su apoyo puntual en momentos concretos al precio más alto posible, uno que al PNV le duela pagar. Y que los votantes de Zabala lo noten.
El PSE es el socio que se resiste
Con el PSE ocurre un poco como con el PSOE de Pedro Sánchez. No se sabe si es más importante el resultado electoral o el juego de las expectativas. Una vez más, las encuestas les amenazan con un panorama lúgubre que si luego no se confirma en las urnas, les animará a venderlo casi como una victoria. Algún dirigente tendría que citar luego a Pirro, según Plutarco: “Si tengo una victoria más en batalla contra los romanos, nos hundiremos en la ruina”. De momento, Sánchez ha demostrado tener más vidas que Pirro.
En caso de derrotar a las encuestas, habrá que preguntarse si sus autores de repente ya no saben identificar los apoyos de los socialistas –algo extraño con un partido que no es nuevo–, o si en cada campaña los votantes del PSE se ven obligados a armarse de razones para seguir votando a su partido de siempre. En todo caso, la pendiente abajo de sus apoyos parece evidente.
Los socialistas vascos son el socio natural del PNV en Euskadi. En la anterior legislatura, acabaron siendo el socio indispensable. Urkullu pensó al principio que podía volar solo en minoría y descubrió que sin el PSE se veía abocado a unas elecciones anticipadas.
Idoia Mendia, candidata a lehendakari del PSE, ha hecho lo posible para desmentir la idea de que el acuerdo con Urkullu está cantado. Lo ha hecho sorprendiendo a todos con una crítica radical al sistema lingüístico y la exigencia del euskera para trabajar en la Administración autonómica. Desde los 90, no se había oído al PSE hablar de esta forma sobre el euskera. Quizá conozcan muy bien a sus votantes. Quizá es que estén un poco desesperados.
Esa condición pondrá el listón muy alto en la negociación y pondrá a prueba la tan comentada capacidad del PNV para el pacto con los demás.
El PP se queda como espectador
Alfonso Alonso ha tenido que desmentir otra vez en campaña que su condición de líder del PP vasco es una fase temporal antes de regresar a Madrid. Y eso que lleva casi un año en el puesto, desde que Arantza Quiroga provocó un infarto en Moncloa y Génova cuando se mostró favorable a levantar el veto político a Bildu sin precondiciones destinadas a hacer imposible el diálogo.
El exministro de Sanidad no es un paracaidista lanzado desde Madrid. Es decir, no del todo. Fue alcalde de Vitoria ocho años. Aun así, se le ha notado incómodo. Está destinado a dirigir el partido en tiempos de escasez. Ha pedido a sus votantes que confíen en el PP para que haga de factor de contrapeso frente a los nacionalistas, una aspiración legítima que no oculta una posición secundaria en el juego político, en el peor de los casos de muy poca relevancia.
Alonso empezó la campaña muy agresivo contra el PNV y la acabó rebañando votos en Álava con un llamamiento al voto útil que impida que Ciudadanos recoja el solitario escaño que tuvo UPyD. Con los datos de sondeos en la mano, es probable que si Ciudadanos no lo consigue, ese escaño caería en manos del PNV, no del PP. Hay razones que los números no entienden.
Los parlamentarios del PP cobrarían un valor diferente si Urkullu los necesitara, y eso tuviera alguna traducción en el Congreso de los Diputados. El PNV ha dejado claro que eso no entra dentro de sus planes. Alonso esperará a que unas terceras elecciones generales cambien el panorama en favor de su partido. Quizá en favor de él personalmente si debe regresar al Gobierno. Como vive en Vitoria en un piso de alquiler, sólo tendría que preocuparse de que el casero le devuelva la señal.
Corrección: en una primera edición del artículo aparecía que había sido en el año 2000 cuando el PNV ganó a un Mayor Oreja aliado con el PSE. Se celebraron en 2001.