La economía del bien común, el consumo colaborativo, o la financiación colectiva son diferentes modalidades de una teoría que persigue un mismo objetivo: un modo de vida más sostenible.
El acceso a la vivienda también tiene su versión dentro de esta filosofía de vida. Se trata de conseguir un nuevo sentido de la comunidad, mediante procesos participativos y a través del uso de más espacios compartidos y menos privados. Este sistema se denomina ‘cohousing’ o vivienda colaborativa. Un modelo con una gran tradición en el norte de Europa, -en Dinamarca el 10% de las comunidades funcionan así, y en Suecia llega incluso al 35%-, y que en España comienza a tener un desarrollo como una alternativa a la vivienda tradicional.
En el País Vasco un grupo de profesionales de diversas disciplinas y especialidades se ha unido en el colectivo Cover para investigar y promover alternativas de acceso a la vivienda desde una perspectiva colaborativa. “La crisis, que además en España es una crisis inmobiliaria, nos obliga a tomar alternativas”, explica el arquitecto Ricardo Arestizabal, uno de los impulsores de Cover. Arestizabal es consciente de que este modelo de convivencia necesita “mucho recorrido” antes de llegar a los niveles de aceptación de los países del norte de Europa, pero “como sociedad nos vemos obligados a repensar un sistema 100% especulativo que, entre otras situaciones nos ha llevado a vivir el drama de los desahucios”.
Este tipo de viviendas resultan más asequibles porque combinan los espacios privados con otros comunes, y de esta manera se promueve la racionalización de los recursos, la eficiencia económica y el ahorro. La propia comunidad decide a qué quiere destinar los espacios comunes, que pueden ser desde salas de ‘coworking’ donde conciliar y compartir la vida profesional de los vecinos; ludotecas donde los niños tengan un rincón para el entretenimiento o el estudio; o salas de reuniones, entre otras muchas opciones. En todos los casos la gestión de estos espacios se hace de forma democrática en un entorno de sostenibilidad y poniendo en valor la comunidad.
Es lo que se denomina el modelo nórdico Andel: una comunidad de vecinos que, bajo una fórmula cooperativa donde sus miembros disfrutan de un uso indefinido de la propiedad a través de un derecho de uso. Esta forma de gestionar y financiar la comunidad es “una regla de oro que cada uno de los propietarios se compromete a mantener”, apunta Arestizabal, para que no revierta de nuevo al sistema especulativo “como ha podido ocurrir con algunas cooperativas”, añade.
Los defensores del ‘cohousing’ promueven también una construcción sostenible desde el punto de vista del medio ambiente apostando por unos recursos energéticos adecuados. “Las personas que se opten por este tipo de vivienda pueden elegir también cómo quieren que se construya, ¿por qué no tener una casa los más sana posible?” se pregunta Arestizabal. Para ello el arquitecto aboga por evitar aislantes, pinturas o barnices utilizados tradicionalmente y que pueden resultar perjudiciales.
Este modo de vida tiene también un componente social que tiende a recuperar el vecindario tradicional porque “además de la crisis económica, vivimos una crisis social que nos ha llevado a perder el trato entre nosotros”, reconoce Arestizabal “y estas comunidades ayuda a que los vecinos convivan, se ayuden y colaboren, pero sin perder la independencia y la privacidad”.
Aletxa: un proyecto de ‘cohousing’ rural
Cover ha puesto en práctica la teoría y tiene en marcha un proyecto de ‘cohousing’ en Aletxa, un pequeño pueblo de Álava. Se trata de un proyecto de rehabilitación de un caserío de finales del siglo XVIII en una vivienda colaborativa, con los mejores criterios de sostenibilidad y adaptada al siglo XXI. En el proyecto se contemplan espacios que favorecen la vida en común, combinadas con 5 viviendas autosuficientes de unos 45 metros cuadrados, y que cuenta ya con algunas familias interesadas.
Un grupo de profesionales: arquitectos, abogados, sociólogos y antropólogos han realizado el trabajo previo avanzando en la parte legal y con un anteproyecto arquitectónico “para que los interesados cuenten con todas las posibilidades” explica Arestizabal, “porque este proceso previo puede resultar demasiado largo”. Se trata de “adelantar los posibles problemas que puedan surgir en el trayecto”, afirma el arquitecto.