El pasado 23 de abril el Everest batió su récord histórico de permisos de ascenso. Esa jornada se repartieron 394 licencias para llegar a la cima del mundo, una ola semejante de alpinistas en un único día que no se vivía desde 2019. Tres días antes, el 20 de abril, el periodista Iñaki Makazaga partió hacia Nepal con ganas de documentar en su podcast, Piedra de Toque la vida en uno de los países más pobres del mundo, a la vez que acompañaba en el camino al montañero Alex Txikon, que aspiraba a hacer cumbre en el Everest. Sin embargo, solo tres semanas más tarde, Makazaga y su equipo de expedición tomaron la responsable decisión de abandonar la aventura debido al aumento de incidencia de la COVID-19 en los campamentos base de la montaña. Un virus que llegó al Everest a la par que Makazaga, pero que ha arrasado y ha puesto en evidencia un negocio que, en tierras nepalíes, interesa más que la vida humana.
Durante este último mes, Makazaga y el fotógrafo Sendoa Elejalde han formado parte del grupo de expedición de Txikon, con el propósito de acompañar al montañero a cumplir el reto de subir el Everest sin oxígeno artificial. El periodista bilbaíno no quería hacer cumbre en el techo del mundo, sino vivir el camino. Desde la ciudad de Katmandú, una capital llena de caos y contaminación, hasta los valles del Khumbu, hogar del pueblo sherpa y uno de los mejores parajes del planeta. Sin embargo, la COVID-19 tenía otros planes. En apenas tres semanas, los contagios diarios pasaron de 100 infectados a más de 9.000.
El clima sanitario de la montaña no era el oportuno y más cuando “se ha ocultado la COVID-19 para garantizar la cima de los clientes, priorizando el negocio antes que la salud”, puede aclarar hoy Makazaga, que también puede presumir de haber compartido campamento base con el príncipe de Bahréin y su Guardia Real. Un ejemplo de las muchas expediciones comerciales que llegan a pagar millones de euros para alcanzar el techo del mundo. “Es un negocio para los turistas de altura, no hace falta ni que sean montañeros”, señala Makazaga, que cuestiona la escala de valores humanos en un contexto sanitario tan delicado como el de Nepal.
Este viaje, que empezó con un interés periodístico en torno a las montañas, le ha permitido ver a Makazaga las carencias del sistema nepalí. Una política que, visto su alto índice de contagios, ha cerrado los aeropuertos pero no el negocio del Everest, donde se siguen vendiendo licencias para llegar a la cumbre. “Aquí hay tanto desinterés por el virus que han tenido que venir a buscarnos porque el país todavía no se encuentra en situación de abrir fronteras”, explica.
Un negocio en alza
Entre otras cosas, Makazaga ha sido testigo de la evolución de una etnia: la sherpa. A lo largo del tiempo, los sherpas, conocidos como los obreros de la alta montaña, han ayudado a miles de clientes a ascender a la punta del Everest. Gracias a las posibilidades que ofrece el turismo de altura y a que son una mano de obra muy solicitada. “Los sherpas se han convertido en los protagonistas de la historia”, afirma Makazaga, que lo ha visto con sus propios ojos. Los grupos que hace un siglo eran los sirvientes de las expediciones occidentales, así como los porteadores de mercancías, hoy por hoy se han convertido en los dueños del Himalaya.
“Ellos son los dueños de las agencias que gestionan los viajes, de los helicópteros que realizan los rescates… ellos son hasta los cocineros de los alpinistas”, explica el periodista bilbaíno. A base de estrategia, y con el apoyo del Gobierno de Nepal, pues solo garantiza permisos de ascensión a través de estas agencias, el pueblo sherpa se ha comido el mercado. Un negocio que, en la actual coyuntura sanitaria, han sacado adelante ocultando los datos de la COVID-19, ya que en el campo base no se hacen tests. “En el Everest uno depende de las agencias, y de ahí los sherpas obtienen sus beneficios porque hay que pagar por todo”, señala Makazaga. “Hasta los helicópteros que fletan para las personas que tienen síntomas”, apostilla.
Un reto
Iñaki Makazaga no viajó a Nepal buscando la cima de la montaña más alta del mundo, él se unió a la expedición de Txikon para documentar el camino y crear contenido para su programa de radio sobre viajes, Piedra de Toque. “Quería que la gente descubriera el atractivo de la montaña a través de una realidad llena de incongruencia, porque es uno de los lugares más bonitos del planeta pero hay una vida llena de carencias” indica Makazaga. “En muchas partes del mundo los negocios van eclipsando los valores poco a poco”, considera.
Entre las jaquecas, la tos y dormir a ocho grados bajo cero, la experiencia ha supuesto todo un desafío personal para el periodista. A pesar de haber tenido que abandonar la aventura para garantizar la seguridad del grupo, el periodista se queda con todo lo vivido. “Me voy satisfecho porque he conseguido documentar todo lo que quería, pero me voy con pena por la situación del país”, explica Makazaga, que añade: “La vida es así, la gente y los pueblos van progresando y a veces no todo evoluciona en la misma dirección”. Así, este viernes él y sus dos compañeros aterrizarán en España en un avión fletado por el Gobierno, dejando atrás un país lleno de fuertes contrastes. Tan incomprensibles, como que su capital, Katmandú, no da abasto con la pandemia mientras miles de personas intentan escalar la montaña más alta del planeta con todos los medios a su alcance.