En el inicio de esta última ola de la pandemia -y hasta las restricciones de Nochevieja- el pasaporte COVID se convirtió en la única medida para hacer frente a la subida de contagios. En el caso de Euskadi, su implantación hace ya más de un mes supuso un giro de 180 grados en la consideración que hasta entonces suscitaba este certificado -que se ideó para viajar entre países- y motivó un embrollo judicial que acabó en el Tribunal Supremo. En dos tiempos, se empezó a pedir en restaurantes grandes y en el ocio nocturno y después en toda la hostelería, en cines y teatros, en eventos deportivos, en gimnasios o en las visitas a residencias, hospitales o cárceles. Hubo polémica sobre su efectividad y discusiones sobre cómo se hacía el control, pero se defendió como herramienta para incentivar la vacunación y como una medida corriente ya en otros países. Pero ahora todo aquello es pasado, al menos en buena parte de la hostelería: en el grueso de las bares ya nadie se acuerda del pasaporte COVID.
“En el 90% de sitios no me lo piden. Un día en Santutxu sí, pero en los otros cuarenta bares no. En Zorroza, este jueves de pintxo-pote, de cuatro sitios ninguno. Ninguno”, explica un cliente asiduo a bares de Bilbao. Es un análisis que comparten una joven del área metropolitana de Donostia y una mujer de Vitoria. “Los primeros días sí, pero ahora nada. De hecho, me sorprendió cuando me lo pidieron ayer. Además, estaba la chica sola y lo pedía a todo el mundo. Incluso los escaneaba. Pero, en Navidad, nunca. Y estuvimos en La Rioja unos días y allí tampoco”, explica. “Me paso el día en los bares, porque soy representante de pan y tartas, y nada. Este jueves estuve en Zabalgana, en Lakua y en Obispo Ballester y no lo pedían. Se podría pensar que es porque yo no voy a consumir y sí a trabajar, pero me tomé un vino con mi hermana por la tarde y lo mismo”, indica detrás de su FFP2 un comercial de hostelería a la salida de un local de nueva apertura en el centro de Vitoria. “Esta mañana me he tomado un cortado rápido y no me han pedido el pasaporte”, indica otra mujer vitoriana.
“Los que vienen aquí son los mismos todos los días. No se lo voy a pedir todos los días, ¿no?”, plantea la encargada de un bar ubicado frente a una de las principales instituciones públicas y que entre su clientela tiene a importantes responsables políticos vascos. “Es un poco coñazo”, admite otra camarera de Vitoria, que explica que a los clientes conocidos que en su día lo exhibieron no se les repite el control, algo no previsto en la normativa. De hecho, en puridad, el pasaporte se puede obtener también de manera temporal con una prueba negativa y no solamente con la vacunación completa. “Si es cliente habitual, no lo pedimos. Si lo tiene hoy, lo tiene mañana, ¿no?”, plantea en la misma línea el dueño de otro establecimiento de la capital vasca en cuya pared cuelgan al menos media docena de carteles recordando la exigencia de presentar el salvoconducto en todo caso y circunstancia. Al menos dos locales más de Vitoria, uno en la calle de San Prudencio y otro en Sancho El Sabio, mantienen el control para todos los comensales del restaurante pero lo relajan cuando se trata del poteo, los pintxos o el café.
Como medida para prevenir contagios, no sirve para nada
“Si antes era dudosa la medida en el sentido de que había vacunados contagiables, aunque fuera en un porcentaje menor, ahora con ómicron mucho más. Según datos de otros países, esta probabilidad es la misma con la pauta estándar de dos dosis, que es lo que se pide para el certificado. En ese sentido, como medida para prevenir contagios, no sirve para nada”, explica el experto Ugo Mayor, divulgador científico reconocido durante la pandemia. Y añade que hay un problema de pedagogía con las medidas: “He ido a la cafetería en la Universidad y me ha pedido el pasaporte una persona con una mascarilla de rejilla, que es como no llevar nada. Eso es una incoherencia”. Más allá del pasaporte para vacunados, Mayor indica también que el sistema tiene otras incongruencias como dar más facilidades a quienes se hagan una PCR frente a los antígenos o que el certificado temporal para negativos solamente lo concedan un reducido número de centros privados autorizados.
Para su puesta en marcha, nunca se implantó una herramienta de control específica y se recomendó el uso de una aplicación Suiza de libre descarga. Sin embargo, solamente permite un escaneado del documento, no una comprobación efectiva de que su titular es el que lo exhibe. Asimismo, lee por igual capturas de pantalla y los originales, de modo que el mismo código QR puede ser exhibido de manera continuada y seguirá dando luz verde en la lectura. Es por ello por lo que se ha de “presentar el DNI o documento oficial acreditativo de identificación”, según la normativa en vigor, algo que tampoco era común en los primeros momentos y que tampoco lo es ahora.
En diciembre, Urkullu pidió cambiar el nombre de “pasaporte COVID” por el de “certificado de vacunación”, en el sentido de poner en valor su utilidad para quienes se inmunizan. ¿Ha incentivado el pasaporte COVID la vacunación? Las tasas de cobertura en Euskadi han sido siempre muy elevadas, sobre todo en relación a otros países de Europa. Sin embargo, desde mediados de noviembre -cuando se empezó a anunciar la medida- hasta el puente de diciembre unos 11.000 dieron el paso de pedir cita. Fue un goteo diario que elevaba un 33% el ritmo de semanas anteriores. Más recientemente, este mismo martes, la consejera de Salud, Gotzone Sagardui, indicó que 3.500 personas habían dado el paso en la primera semana de 2022 de vacunarse. “Osakidetza sigue abierta a todas aquellas personas que aún no se hayan vacunado. Por favor, están a tiempo. ¡Vacúnense!”, imploró.
El último boletín de datos muestra que 335.856 personas en Euskadi aún no han recibido ningún pinchazo. Es el 15,42% de la población, pero ahí se incluyen personas no vacunables por ser menores de 5 años o tener contraindicaciones o personas de 5 a 12 años a los que aún no se ha dado la oportunidad de recibir una cita y se encuentran en espera. Salvo en esta población infantil, en la que el proceso empezó a mediados de diciembre y apenas ha inmunizado al 6,2% de la población diana, en el resto el mínimo de cobertura vacunal es del 83% de los veinteañeros y el 85,2% de los treintañeros. La mayor protección se da en los septuagenarios, con un 96,4%.
En puridad, el pasaporte COVID seguirá en vigor hasta que la tasa de incidencia baje de 150 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días. El indicador está ahora en cerca de 7.000, aunque algo distorsionado porque se ha decidido no computar los positivos de farmacia que no impliquen baja laboral y eliminar la figura de los contactos estrechos que no sean de riesgo, como mayores, algunos crónicos, embarazadas o no vacunados. Antes, al llegar a la barrera de 300, se desactivaría la medida en hostelería, cultura y deportes, la segunda fase que se puso en marcha.