Santiago Eraso (San Sebastián, 1953) dirigió Arteleku durante 20 años, en lo que fue uno de los momentos más interesantes de la expresión y la práctica artísticas contemporáneas desde Euskadi con vocación global. Por razones personales se trasladó primero a Sevilla y luego a Madrid, donde reside en la actualidad trabajando en distintas propuestas como los proyectos Arte y Pensamiento de la Universidad Internacional de Andalucía o Tratado de Paz de la candidatura de San Sebastián para Capital de la Cultura 2016. Mantiene su espíritu crítico y cosmopolita en las páginas de su blog y en otras publicaciones, con el que ya dejó su impronta en las actividades de Arteleku. De sí mismo, comenta: “No hace mucho alguien me definió como un personaje a medio camino entre hacker y costurera. Me gusta, pirata de ideas y mediadora de tejidos culturales o viceversa, claro está”.
¿Hacia dónde se dirigen las prácticas culturales, después de cerca de diez años de recesión en los que la Cultura ha sido una de las principales damnificadas?
En efecto, las políticas de ajuste y austeridad que se han aplicado al Estado del bienestar han afectado de lleno a la Cultura. En el sentido de que no se entiende la Cultura como un bien, sino en todo caso como un capricho, como un divertimento de determinadas élites o grupos de personas que pueden pagárselo si quieren. El Estado se ha ido replegando, retirando los recursos que se destinaban a la Cultura, que era un complemento para los procesos de formación del ciudadano, de empoderamiento, de la posibilidad de construir comunidad. Lo que entendíamos que era la Cultura como derecho. En estos momentos, la Cultura no se entiende como derecho y las administraciones públicas se retiran y van dejando que ese hueco lo vayan ocupando los nuevos mecenas, los nuevos patronos que en definitiva son aquellos que han generado la crisis y que ahora vuelven como generosos patrocinadores de aquello que ellos han destruído, pero con su impronta. Por ejemplo, Zemos 98 desaparece y emerge Caixa Forum; desaparecen las becas públicas de Educación y aparecen las del Banco de Santander; desaparecen los museos o los teatros públicos y aparecen los auditorios con nombres de bancos...
También es cierto que la dependencia de las prácticas culturales de la financiación del Estado lleva a su burocratización y a cierta dependencia complaciente.
Creo que, frente a esas dinámicas, tenemos que recuperar el concepto del bien común que no sea ni estatalista ni privatista, que apostemos por aquel tipo de prácticas culturales que no tengan que ver con el consumo o la taquilla y sí más con la educación. Por poner un ejemplo, antes que invertir en producciones, invertiría en teatro en la escuela. Hay que recuperar el sentido social de la cultura. Pero no tiene por qué estar en manos de los funcionarios del Estado, y habría que buscar fórmulas que permitiesen que la Cultura no fuese un espacio de intervención partidista y que estuviera en manos de las asociaciones civiles, de agrupaciones profesionales, de escuelas, de lo que llamo el Bien Común. Es decir, que no hace falta que haya un Teatro Nacional, pero sí puede haber inversión para que haya muchos pequeños teatros que estén en manos de los agentes que generan esas producciones, no en manos de los funcionarios o los burócratas del Estado, sino de quienes construyen el conocimiento: los escritores, los actores, los músicos, quienes trabajan en el ocio infantil o juvenil o en las nuevas emergencias sociales, pero tiene que estar sujeto con recursos públicos, porque, si no, sólo las élites podrían acceder a la Cultura. En este sentido, lo que me parece incomprensible es cómo tantos recursos públicos se derivan hacia el deporte profesional y todavía se sigue pagando entrada.
Y luego está el enfoque de la Cultura como vehículo para generar recursos turísticos... Ahí su trabajo (y el de tantos otros) desaparecería, como en parte venimos viendo.
Quedarían sólo las exposiciones de Richard Serra, Schnabel, Jeff Koons, Picasso, Goya... Las grandes marcas que están inscritas en el imaginario de masas. El resto de prácticas pasaría al 'underground'. Quedarían debilitadas y en manos de la iniciativa privada. Está desapareciendo la idea ilustrada de que la Cultura tiene que estar protegida por el Estado como la Educación, como complemento en la formación desde la infancia a la tercera edad, en un proceso continuo, en el que además de ir a un concierto de David Bisbal, puedas escuchar música experimental, que además de 'Ocho apellidos vascos', puedas ver una obra de teatro alternativo... De eso se trata. El mercado lo que hace es simplificar, generar productos homogeneizados despolitizados. Si la cultura es lo que nos instituye, es también lo que nos permite la transformación.
En la actualidad, ¿tiene sentido el museo?
La función primordial del museo es proteger, exhibir, difundir, divulgar el patrimonio para que sepamos cómo somos, dónde estamos, qué nos constituye, cuáles son las señales de la cultura contemporánea. Y por otro lado generar nuevo patrimonio, abierto a las preguntas que nos hacemos aquí y ahora, y presentarse como una plaza pública para que los ciudadanos tengan derecho a la expresión y también al control de la gestión de esos museos. El museo es el escaparate de quienes somos en lo simbólico, en lo expresivo; un lugar de reconocimiento y también de crítica y de discusión.
Pero ocurre ahora que el entramado funcionarial y administrativo se come el presupuesto.
Los dos grandes enemigos de la Cultura que fluye son el estatalismo y el privatismo. Estamos ante un exceso de burocracia controladora, fiscalizadora que impide el fluir de la libertad creadora, lo que ha pasado en el MacBa, por ejemplo. Y frente a eso, soy un profundo defensor de la reforma que necesita el sistema cultural para poner sus pocos recursos al servicio de los artistas, de los activistas, de los creadores, para quienes realmente han surgido esos servicios. El teatro ha surgido para que haya teatro para todas las edades y todo tipo de teatro. Los auditorios se crearon para que la música no sólo fuese un capricho de los marqueses sino que fuese para el pueblo, desde la zarzuela hasta la música electroacústica.
¿Es necesaria la discriminación positiva? Desde la cultura en euskera hasta la citada música electroacústica. ¿Dónde queda la calidad de la obra en este caso?
Hay que saber qué recursos se invierten en cada caso. Por ejemplo, es muy importante que haya teatro escolar en euskera, por pequeñas compañías que animan a la afición del teatro; o que se impulse la formación cultural en las Aulas de la Experiencia para que aquellas generaciones con niveles bajos de alfabetización tengan el derecho de acceso a la culltura y el conocimiento. En estos casos, no es tan importante la calidad como la función que cumple ese servicio cultural. Lo que sí está claro es que en el modelo que tenemos ahora se invierte en acciones “espectaculares”, en ciudad marca, como pueden ser las capitales europeas de la Cultura, dejando de lado toda acción social.
En esa privatización de la cultura, ¿no hay un aspecto positivo en el mecenazgo? ¿Habría que cambiar la legislación para que las personas y entidades que tienen dinero inviertan en Cultura, ahora que no lo hacen las administraciones públicas?
Yo siempre he sido un defensor del mecenazgo, incluso del patrocinio. En lo que no estoy de acuerdo es en que el patrocinador pase a ser el propietario de los bienes comunes, que es lo que está ocurriendo.
Si tenemos que mirar afuera, a cómo se gestiona la Cultura en otros países, ¿tiene algún referente en especial?
Desde hace tiempo no tengo interés por ver lo que se hace en otros lugares. El modelo francés, por ejemplo, no me interesa porque peca de un estatalismo en exceso, como el estadounidense puede tener algún punto de interés pero peca de privatismo. Hasta ahora los modelos del norte de Europa son mis referentes, son modelos de sociedad que permiten que el trabajo no sea el centro de la vida, que apuestan por la extensión del conocimiento, por la calidad de vida, por la posibilidad de liberar tiempo del trabajo para la crianza, por la igualdad de genero. El francés pudo tener su interés como referente en una España que no había nada para proteger las prácticas culturales, pero peca de un centralismo jacobino (en la relación centro-periferia) que no me interesa lo más mínimo.
Y en esta reflexión, ¿Cómo sitúa sus veinte años al frente de Arteleku?
Para mí han sido 20 años de vida plena y trabajo feliz, en el sentido de que Arteleku era un proyecto financiado por recursos públicos por una clase política “conservadora” (porque era el PNV), pero que entendía perfectamente que invertir en Cultura era invertir en comunidad en el sentido de que se impulsaba la cohesión social desde la consideración que el papel simbólico de los artistas fuese central en la construcción de esa ciudad, de esa comunidad. Y, además, afortunadamente, conseguimos que esa apuesta por lo comunitario no pasara por lo identitario (que a veces es uno de los problemas que puede tener) y que se nos permitiera desarrollar un trabajo cosmopolita que nos permitió relacionarnos con lo que ocurría en el resto del mundo en aquellos años. Fue un momento en que se pudo comprobar cómo la clase política entendía que los artistas ocupaban un lugar central en el imaginario simbólico, expresivo y poético de la ciudad, de los ciudadanos, en la estela de la mejor versión oteiziana del papel del artista como Prometeo.
Ese buen hacer que también se vivió en Bilbao o Vitoria-Gasteiz en otros ámbitos culturales prácticamente ha desaparecido. ¿Hay posibilidades de que regrese?
Yo creo que debe volver. De hecho, creo que es mucho más importante invertir en una multiplicidad de una amplia red de pequeñas estructuras multiformes, plurales, que no en grandes equipamientos, centralizados, icónicos, vinculados al flujo del turismo y la ciudad-marca. En lugar de tatuajes que no se pueden borrar, caricias que se extienden por todo el cuerpo. Si fuese político ahí invertiría, en el caso de que tuviese que decidir dónde invertir los pocos recursos que este ajuste que nos hemos visto obligados a asumir, esta estafa que se llama crisis, que es el enésimo capítulo de la acumulación capitalista de los bienes del Estado, nos ha dejado; prefiero elegir esa multiplicación abierta de espacios.
Escuchándole, la pregunta evidente es si no le ha seducido la intervención en política.
En mi papel de gestor siempre he trabajado desde una conciencia política clara, incluso signíficándome desde lo que sería un internacionalismo socialista hasta lo que yo llamo la “Potencia Post 15-M”, que está ahora expresada electoralmente en Podemos, que por cierto está llevando una estrategia que no me convence porque esta ansiedad electoral va a suponer el enésimo fracaso de la construcción de unas fuerzas que no sean social-liberales. Pero nunca he militado en ningún partido, estrictamente desde que lo hice en el PCE en los años 70, de donde salí defraudado por el centralismo leninista que iba contra mi alma libertaria. Por otra parte, después, al comienzo de la transición salí en las listas electorales de Euskadiko Ezkerra una vez, pero el partido se disolvió a los pocos meses (Je, je...) Ahora me siento cómodo en la marea de esta nueva posibilidad politica que trata de hacerse con una forma electoral que aglutine el malestar social y la ilusión por la transformación social.