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Más sobre la huelga de deberes

Deberes escolares

Víctor Bermúdez Torres

Volvemos al tema de las tareas escolares que ya tratamos aquí hace unas semanas .

Circula con gran éxito por las redes la carta de una madre que se opone a la huelga de deberes convocada por la CEAPA para los fines de semana de este mes. Según esta carta, la huelga supone un conflicto entre padres y profesores que se debería resolver mediante el diálogo. Además – dice – la huelga implica una desautorización mutua de padres y docentes que, según la autora, no contribuye en nada a fomentar el respeto que los niños deben tanto a unos como a otros.

 Lamentablemente, no es posible estar de acuerdo con estos argumentos. En primer lugar, la huelga no es, estrictamente, un conflicto entre padres y profesores (yo soy profesor y estoy de acuerdo con la posición de los padres de CEAPA, por ejemplo), sino entre dos sectores no homogéneos de la comunidad educativa (lo que incluye padres, profesores, sindicatos, alumnos, etc). Uno a favor de racionalizar, regularizar o incluso prohibir en ciertos casos los deberes, y otro favorable a dejar las cosas, más o menos, tal como están. En segundo lugar, si se hace huelga es porque el diálogo ha fallado de forma reiterada. De hecho, el asunto de los deberes ocupa ahora el centro del debate público y preocupa a la administración educativa gracias a medidas de presión como esta huelga. En tercer lugar, si generalizáramos el argumento de esta madre no deberíamos hacer ningún tipo de huelga, pues todas ellas suponen una “desautorización” de personas o colectivos a los que, por ese motivo, nosotros o, al menos, nuestros hijos, podrían perder el respeto. No veo, además, por qué hay que tratar a un niño de forma tan cándida como para no mostrarle (de forma adecuada) determinados conflictos entre personas que, en una situación ideal (pero no real) deberían actuar en perfecta armonía. Una madre debería poder disentir – sin acritud o violencia, pero con determinación y argumentos – de un profesor, un médico, un juez o quien fuera (y afrontar las consecuencias) delante de sus hijos sin que esto tuviera que ser necesariamente nocivo para la formación cívica o moral del niño.

Algunos de los sindicatos más pujantes de la región (como PIDE) han manifestado también su repulsa a la huelga. Un responsable de PIDE publicó hace unos días un artículo (“No lo llames deberes, llámalo tareas” Hoy, 3-11-2016) en el que se esgrimen, básicamente, estos argumentos: (1) los deberes son indispensables para generar hábitos de estudio desde la educación primaria, así como para fomentar la responsabilidad y la autonomía del alumno, claves para el éxito escolar; (2) los “grupos pro no-tareas” son inconsecuentes en tanto no critican, también, el exceso de actividades extraescolares de los niños (que tantas veces les impide hacer los deberes); (3) los padres no tienen derecho a inmiscuirse en el trabajo de los profesores; y (4) los deberes no deberían suponer ningún tipo de discriminación social en familias en las que los progenitores no pueden ayudar (o pagar a quien lo haga) a sus hijos, dado que los deberes han de hacerlos los niños solos sin recibir otra ayuda que la de los docentes. Respondamos a estos argumentos, uno por uno.

Subrayar más o menos el vínculo entre el éxito en el “aprendizaje” y lo que normalmente se considera como “hábitos de estudio” (planificación, disciplina, repasos, etc.) depende de qué entendamos por aprendizaje y de otras cuestiones pedagógicas que no voy a plantear aquí. Sé, además, el rechazo explícito que generan tales cuestiones en muchos de los que, por su dedicación a la enseñanza, deberían ser, sin embargo, expertos en ellas. Pero aunque – como indican (con perdón) los pedagogos – la inmensa mayor parte del aprendizaje de un niño se produce a través del juego y la experiencia (más la reflexión sobre la misma), es evidente que en la escuela se fomenta un tipo de aprendizaje académico en el que, para tener éxito, se precisa, en efecto, de ciertos hábitos de estudio impuestos desde fuera (más que nada porque, por lo general, ese tipo de aprendizaje no es deseado ni elegido libremente por el niño). Lo que no se ve claro es que tales hábitos de estudio tengan que desarrollarse también en casa. ¿No bastan las horas de permanencia en la escuela para generarlos? Si el aprendizaje escolar (como creo que creen muchos de los que defienden las tareas en casa) es algo similar a un trabajo no muy deseado pero al que hay que aplicarse por la fuerza, lo normal es que, a no ser por una imperiosa necesidad, no se hagan “horas extras”. De otro lado, parece demostrado (Kohn, Cooper...) que, en cuanto al rendimiento académico, los deberes no sirven de nada en primaria y muy poco (o muy ambiguamente) en secundaria. En general, los países con más puntuación en informes como PISA son los que menos tiempo de deberes imponen a los niños (en muchos casos, y en primaria, ninguno, o apenas unos minutos). En cuanto a las virtudes y valores asociados a la realización de deberes (responsabilidad, autonomía...), esta correlación tampoco está asentada en experimentos y ni siquiera soporta la más pequeña reflexión. Si obligas constantemente a alguien (¡no solo en la escuela sino también en casa!) a hacer lo que le mandas no lo conviertes en alguien más autónomo o responsable, sino más bien en alguien dependiente, irresponsable e incapaz de gestionar libremente su tiempo.

En cuanto a que los críticos a los deberes no critiquen (también) el exceso de actividades extraescolares, no sé en qué sentido esto puede ser un argumento. Los que nos oponemos a los deberes lo hacemos por motivos intrínsecos a los propios deberes. Tal vez podríamos criticar, también, el exceso de actividades extraescolares, pero esto sería cambiar de tema. Nuestra objeción a los deberes no es porque los chicos no tengan tiempo para hacerlos (porque están haciendo esas actividades extraescolares), sino porque nos parece que abonan una cierta concepción errónea del aprendizaje, tienen una nula efectividad, y ocupan el tiempo familiar y de ocio (¡precisamente aquel que los chicos y sus familias deberían poder dedicar, si así lo decidieran, a “actividades extraescolares” o a lo que les diese la gana!).

En cuanto a que los padres no tengan derecho a inmiscuirse en el trabajo de los profesores es un argumento extraño y muy difícil de sostener. No ya por aquello de que la educación sea cosa de todos, y no solo de presuntos expertos en ella (suponiendo que el docente medio lo sea), sino porque más bien parece que es el trabajo de los profesores el que pretende inmiscuirse en el ámbito familiar, exigiendo regularmente una porción del tiempo que se pasa en familia para dedicarlo a continuar con las tareas de la escuela.

Finalmente, la tesis de que los alumnos tienen que hacer solos sus tareas, y estas ser corregidas por el profesor, tal vez refleje lo que, según algunos, debería ocurrir, pero no lo que de hecho ocurre. En la práctica hay entornos familiares mucho más favorables que otros para que los niños hagan esas tareas, no solo porque padres y madres bien formados puedan motivarlos y ayudarlos (no entiendo que hay de malo en ello), sino por otros factores (disposición de espacios adecuados, recursos didácticos, etc.) que influyen también en el estudio. La desigualdad asociada a los deberes es un hecho innegable. Otro asunto es que queramos corregirla o no concentrando las tareas escolares en la escuela, que es el lugar en el que menos influencia tienen todos factores discriminatorios.

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