La pasada semana hemos conocido la noticia de la sentencia del Tribunal Supremo que ordena demoler todo el resort de lujo de Isla Valdecañas. Obviamente, como ecologista, celebro la sentencia, que viene amparada por una lógica que muchas personas en Extremadura no parecen comprender, y es que más allá de la ecología, hay una cuestión legal que es insoslayable: “La Junta de Extremadura, por tanto, nunca tuvo derecho a autorizar esas construcciones que ahora deben ser demolidas en su totalidad.”
No sé porqué es tan difícil de comprender que las personas responsables de las decisiones, sin importar el color de su pertenencia política, se han extralimitado y han dado luz verde a un proyecto que era ilegal desde su mismo planteamiento.
Lo que más lamento de este proceso que lleva a vueltas 14 años, es que cuando Paca Blanco, la activista de Ecologistas en Acción que vivía en El Gordo y dio la voz de alarma, los tribunales no actuaran debidamente paralizando las obras antes de llegar a este sin sentido tremendo.
Me pregunto: ¿No hubiera sido más lógico detener cautelarmente las obras hasta aclarar el tema de la legalidad? Pero yo no soy jurista, de modo que no quiero hacer una crítica sino mostrar mi incomprensión como persona de a pie.
Tampoco comprendo el amor de nuestros gobernantes regionales por los macroproyectos, que puede venir de un aprendizaje erróneo de la Historia, de creer quizás, que hay que rehacer un imperio al más puro estilo del Antiguo Egipto. Se me viene Egipto a la mente porque estoy leyendo un libro de la especialista en arte y arquitectura egipcia Kara Cooney titulado “The good king”, que conecta los juegos de poder de los antiguos reyes egipcios, el patriarcado y el actual auge del autoritarismo en todo el mundo. Y es que lo queramos ver o no, la construcción ilegal del complejo turístico Marina Isla Valdecañas es una descarada demostración de soberbia. Contruir sobre la legalidad, en un paraje público y de libre acceso, un paraíso artificial a la medida de una élite, poniendo puertas al campo, en una zona protegida.
Nos lo venden como un proyecto que trae riqueza a Extremadura, que nos pone en el mapa del turismo de calidad. Y no solo eso, es que además, nos lo creemos. Creemos que no queda más remedio, para salir del rincón de la pobreza en que el poder nos ha situado, que quemar nuestras naves, sacrificar nuestro patrimonio, aborrecer la tierra y la naturaleza que nos rodea. Hace dos años reflexionaba junto a la filósofa Chusa Barrantes, en este mismo diario, sobre la errónea creencia “de que el milagro de lo salvaje está al alcance de la mano con solo dar unos pasos, que basta con salir de la ciudad y ya vas a estar en contacto con lo salvaje, pero la realidad no es tan sencilla. La mayor parte de nuestros campos están intervenidos por nuestra mano. En Extremadura tan solo un 10% del territorio es salvaje”.
Me encanta la Historia y siempre que puedo leo la revista Sapiens, que me mantiene al día de novedades en las investigaciones de corte social. Es así cómo he llegado a saber cosas curiosas como que:
“(...) en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS) en abril, un equipo de investigadores de más de una docena de instituciones informó que los humanos han estado remodelando al menos las tres cuartas partes de la tierra del planeta durante 12.000 años. De hecho, descubrieron que muchos paisajes con una gran biodiversidad que se consideran ”salvajes“ en la actualidad están más fuertemente vinculados al uso humano de la tierra en el pasado que a las prácticas contemporáneas que enfatizan dejar la tierra intacta. Esta idea contradice la idea de que los humanos solo pueden tener un efecto neutral o negativo en el paisaje.”
Uno de esos lugares, obviamente, es la Dehesa que disfrutamos en nuestra región.
El ecologista biocultural, Kawika Winter, de la Universidad de Hawái en Manoa, tiene un mensaje basado en sus trabajos de recuperación de los ecosistemas de Hawái “humanos y naturaleza pueden coexistir, y pueden prosperar unidos”. Ojalá en Extremadura nos abramos a esa posibilidad antes incluso de destruir nuestros ecosistemas.