A veces sucede que las leyes van por delante de la sociedad que las debe aplicar, y en otros casos las leyes van con un retraso significativo respecto al sentido común, que ya se sabe es el menos común de los sentidos. Pero cuando por fin las leyes y el sentido común se dan la mano, es tiempo de celebración.
Así ha sucedido el pasado 2 de diciembre en el Congreso español, que al fin se ha reconocido algo obvio: los animales tienen capacidad de sentir, y por tanto, no son cosas.
Les voy a contar una historia terrible que me contaba mi padre cuando yo era niña. Mi padre debía ser un hombre muy sensible, que ocultaba su sensibilidad en una auténtica capa de invisibilidad. El y yo no nos llevábamos muy bien, y sin embargo gran parte de lo que soy se lo debo a las historias que me contaba, casi todas sucesos reales acontecidos en la aldea de El Mazo, Asturias, donde él nació, fruto de generaciones que se remontan como poco a coetáneos de Don Pelayo.
La historia de mi padre, que marcó mi infancia, era sobre un hombre de escasa inteligencia, que tenía una yegua preñada, y el hombre estaba pasando una crisis económica de las normales en la posguerra española, por lo que vendió el potro nada más nacer, para chorizo. Sí, es o era costumbre mezclar la carne del cerdo con la de caballo para hacer los chorizos de la matanza anual, es algo de lo que doy fe porque aún era así hace 35 años atrás.
Aquel hombre, de escasa inteligencia, con las prisas por cobrar, fue a la cuadra donde la yegua estaba cuidando de su potrillo, y tomando al potro que ya tenía unos días, lo apartó un poco y le dio muerte delante de su madre. En ese momento, con los ojos desencajados por el horror, la madre sufrió un paro cardíaco y murió. El hombre, que no contaba con perder a la yegua, que era su apoyo en el trabajo del campo, fue a casa de mis abuelos a compartir su desgracia, y se encontró con que mi abuelo le recriminó severamente. No por matar al potro, eso entraba dentro de la normalidad, sino por hacerlo delante de su madre. Ninguna madre, le explicaba mi abuelo, puede soportar el dolor de ver morir a su hijo. Si la separas, ella mantendrá la esperanza de que sigue vivo en algún otro lugar, y esa esperanza le ayudará a vivir la tristeza de la separación. Pero verlo morir, de forma violenta, delante de sus propios ojos. Eso cierra toda esperanza.
La familia de mi padre vivía de la ganadería, por lo que no puedo presumir de venir de una larga saga de defensores de los animales. Sin embargo, creo que aún con todo lo que significa eso, hubieran celebrado una ley que les daba la razón, los animales tienen la capacidad de sentir en toda la amplitud que eso significa.
Francia reconoció en 1976 a los animales como seres sensibles en su Código Rural y de Pesca Marítima, aunque no reformó su Código Civil hasta 2015.
La Unión Europea ya en 1997 en el Protocolo sobre la Protección y Bienestar de los Animales, anexo al Tratado Constitutivo de la Unión Europea hablaba de “garantizar una mayor protección y un mayor respeto del bienestar de los animales como seres sensibles (…)”. El primer estado en incluir esta consideración en sus leyes aclarando que los animales no son cosas fue Austria en 1988, el segundo fue Alemania en 1990, después Francia, en 2015, como ya he dicho. Portugal lo hizo en 2017.
Otros estados que han modificado sus leyes en el mismo sentido son Suiza, Canadá, Nueva Zelanda y Colombia. Brasil, Argentina y Chile están trabajando para reformar el estatuto jurídico de los animales en el mismo sentido.
Y sé que esto va a doler a algunas personas, pero dentro del Estado español, Cataluña reformó su Derecho Civil foral en 2006 para especificar que los animales no son cosas y que solo se les aplican las reglas de los bienes en lo que permita su naturaleza.
Este mapa visibiliza lo tarde que va la humanidad en reconocer que no es la dueña de la vida en el planeta. En 2012 tuvo lugar la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, un hito histórico por ser el primer manifiesto escrito por científicos donde se reconoce que los animales son conscientes de sí mismos y del mundo que los rodea. La comunidad científica se sintió en la obligación moral de hacer esta declaración, y en palabras del neurocientífico Philip Low: “Decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico. Es obvio para todos en este salón que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el resto del mundo occidental ni el lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad”.
Y así lo ha demostrado la votación en el Congreso. En 2017, cuando se presentó por primera vez la PNL, y que tuvo un apoyo unánimemente a favor, sin embargo ahora la aprobación del 2 de diciembre, se ve empañada por los 48 votos en contra y las 13 abstenciones, y hace una fotografía exacta sobre el conflicto social que estamos viviendo. Aún somos mayoría quienes comprendemos que la noción cartesiana de los animales es una aberración, pero asusta el retroceso intelectual y moral que da votos, y carta de legitimidad, a quienes se aferran a la soberbia supremacista.
No obstante, no nos quedemos paralizadas por el miedo. Celebremos que el abanico de derechos se abre cada vez más y da aire fresco a más vidas. Bailemos, que para eso es nuestra revolución.