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“El consumo masivo de prostitución en España es un síntoma de que algo está fallando”

La profesora Águeda Gómez, de la Universidad de Vigo

Marcos Pérez Pena

“Algo que venden y nosotros lo compramos (…) pero es como una relación de poder, es decir, yo pago y por tanto haces lo que yo quiera ¿no? (…) El poder a través del dinero (…) tener esa sensación de poder, a lo mejor en eso también está envuelto descargar mucha frustración”. Así define la prostitución y las motivaciones que llevan a los hombres a pagar por sexo una de las cien personas entrevistadas (un hombre de A Coruña, en este caso) que conforman El putero español (Editorial Catarata), una investigación realizada por la profesora de la USC Rosa M. Verdugo, la investigadora Silvia Pérez y la docente de la Universidad de Vigo Águeda Gómez, con quien hablamos.

En el análisis, financiada por el Instituto de la Mujer, la Unidad de Igualdad de la Universidad de Vigo y el Ayuntamiento de Ourense, las autoras concluyen que en muchos de los casos lo que los clientes buscan va más allá del placer o del desahogo sexual, y que frecuentemente las motivaciones son completamente ajenas al sexo: “Sospechamos que lo que buscan es reforzar, reafirmar su identidad viril masculina, más que el placer sexual en sí. Aunque en sus respuestas suelen apelar a la satisfacción sexual, ellos mismos reconocen que en muchas ocasiones estas relaciones no son tan satisfactorias, por las condiciones en las que se llevan a cabo o porque la mujer intenta que acaben lo antes posible”.

Cuatro tipos de clientes

Las autoras clasifican a los clientes en cuatro grandes grupos: el misógino, el amigo, el crítico y el mercantilista. El primer grupo está formado por personas que muestran “un desprecio muy grande hacia las mujeres”. En el segundo grupo los hombres “desarrollan su sociabilidad en espacios prostitucionales y acaban teniendo relaciones afectivas o incluso de pareja con las prostitutas, empatizan con ellas, pero nunca dejan de ejercer el privilegio de consumir”. Definen como cliente crítico a aquel que, aunque aunque consumió prostitución alguna vez “por ser parte de la subcultura masculina y habitual en despedidas de solteros, cenas de empresa o fiestas de fin de curso”, entiende que detrás de este negocio hay “gente sufriendo y que el sexo de pago es un producto del capitalismo y del patriarcado”.

El grupo que más les llamó la atención a las investigadoras es el que denominaron mercantilista, que además se corresponde con las generaciones más jóvenes: “Detectamos que hay gente muy joven, universitarios e incluso adolescentes, que siguen acudiendo a estos espacios prostitucionales y que combinan esto con relaciones normales con sus parejas”. “Es como si relacionaran este espacio con el ocio y con el consumo. Ellos lo que hacen es comprar algo que se vende”, explica. “No tienen un discurso misógino o de rechazo de la mujer, sino que acuden a la prostitución como un producto de consumo más, como compran ropa en una tienda o cambian la carcasa de su móvil. Y en este caso lo que hacen es comprar emociones”, dice. “Aun siendo gente joven, formada, criados en una educación no sexista, interpretan este espacio con lógicas de derecho del consumidor, mercantilizando las relaciones humanas. No les genera ningún dilema ético o moral ni piensan en lo que hay más allá de este acto. Y en este perfil encontramos todo tipo de hombres, de todo tipo de nivel formativo, de ocupación, de edad y de ideología, tanto de derechas como de izquierdas”, comenta.

“Anemia afectiva”

Águeda Gómez explica que “hasta hace treinta años la figura del hombre tradicional estaba muy relacionada con su rol de padre, de proveedor, de protector”. Sin embargo, hoy el hombre ya no es proveedor exclusivo, lo que borra ese referente tradicional. Lo que sí se mantiene, dice, “es una figura del hombre vinculada a una especie de hipersexualización de su condición de hombre, y parece que eso lo tienen que demostrar todo el tiempo, sobre todo ante otros varones”. “En el espacio prostitucional se teatraliza ese despliegue de masculinidad excesiva, supuestamente natural y necesaria para un equilibrio psicológico del varón”, comenta. “Muchos decían 'es que yo lo necesito', como si las mujeres no tuviéramos necesidades sexuales. Por la misma tradición judeocristiana, a nosotras se nos ha visto como figuras procreadoras pero asexuadas, como si eso no fuera importante para nosotras. Todo lo contrario que para el hombre, para quien el sexo tendría que formar parte de su naturaleza necesariamente”, destaca.

A la vista de los testimonios directos que se recogen en el libro, la profesora Gómez también vincula la prostitución al “proceso de erotización que en muchos casos se realiza a través de la pornografía y con referencias a ella”. “El relato de la pornografía relaciona la erotización con una subordinación o dominación de la mujer por el hombre; ellos quieren reproducir eso, porque eso fue lo que los erotizó, pero cuando tienen una relación de iguales, no pagada, tienen que negociar con la otra persona y no pueden reproducirlo así”, explica. “En el espacio prostitucional, como ellos son los que pagan, ellos son los que mandan, y pueden recrear eso que vieron en la pornografía”, añade. “Hombres en estado puro, donde pueden manifestar todo el machismo que tengan, e incluso nosotras les aplaudimos porque el juego está así pactado (…) Hay clientes que se creen que por pagarle a una… no tenemos sentimientos y te pueden pedir cualquier cosa”, destaca una de las mujeres en prostitución entrevistadas, de origen cubano.

Para Gómez, esto denota “una carencia de referentes afectivo-sexuales”. “La educación hace mucho énfasis en ciertos aspectos, como la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, pero no tanto en el conocimiento del cuerpo humano o en las relaciones que se pueden mantener con otra persona”, destaca. La investigadora subraya que “nuestra educación judeocristiana es muy misógina, muy androcéntrica y muy homofóbica. Todo eso desemboca en muchas carencias afectivo-sexuales, heredadas también de la dictadura, y que se han ido reproduciendo, sin que haya habido una revolución suficiente en la educación reglada como para poder cambiar ese tipo de enfoques”. Llega a hablar de una “anemia afectiva” generalizada en la sociedad, que afecta a hombres y a mujeres. “Vemos las grandes diferencias que existen con otras culturas y otros países, en los que hay una comunicación mucho mayor entre las personas, con una relación con el cuerpo distinta, mucho más plena y consciente, y en los que la prostitución existe únicamente para los turistas”, dice. “El consumo masivo de prostitución existente en España es un síntoma de que algo está fallando, de que hay una cierta infelicidad en muchas personas, que no son capaces de tener una vida sexual plena”, concluye.

Para esta profesora del departamento de Sociología, Ciencia Política y de la Administración y Filosofía de la Universidad de Vigo, “si tuviéramos otro tipo de referentes, eso evitaría esa manía por reproducir situaciones de subordinación o dominación”. Y destaca que programas televisivos como Mujeres y hombres y viceversa “difunden modelos estereotipados, tradicionales y machistas que no ayudan a cambiar los modelos de relación”. “En la India” –comenta– “en templos religiosos, ves figuras practicando el acto sexual en diferentes posturas, allí entienden que la vía de la sexualidad es válida para el acceso a la trascendencia, a lo sagrado. Y en cambio aquí consideramos la sexualidad como algo sucio, algo que hay que esconder, y eso lleva a que vivamos unas relaciones que no son plenas”.

España, a la cabeza del consumo de sexo de pago

Águeda Gómez rechaza entrar en el debate entre la abolición y legalización de la prostitución, sino que prefiere ir a la base y a las causas de la demanda de sexo de pago, que en España consigue cifras de récord: “No queremos meternos en ámbitos más jurídicos, pero sí creemos que es importante cambiar la mentalidad hegemónica, creemos que el énfasis tiene que estar en la educación”. “Queremos que este libro sea una pequeña aportación para abrir una reflexión sobre los motivos por los que se acude tan masivamente al sexo de pago, cuando vivimos en sociedades libres en las que se debería poder canalizar este deseo sexual sin dirigirse a espacios de poder en los que el que paga es lo que manda”, dice. En el libro se cita en este sentido un fragmento del libro de Manuel Castells y Marina Subirats Mujeres y hombres. ¿Un amor imposible?, en el que destacan que “La reconstrucción de la relación entre mujeres y hombres pasa por una aceptación mutua del fin del patriarcado como forma de organización básica de la familia y de la sociedad”.

Un informe elaborado por la Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer y de la Igualdad de Oportunidades del Congreso de los Diputados calculó en 2007 que alrededor de 300.000 mujeres ejercen la prostitución en el conjunto del Estado, siendo la gran mayoría pobres, inmigrantes y en situación irregular, y que el 99,7% de los clientes son hombres. Ese mismo informe calculaba que los españoles gastaban 50 millones de euros diarios en prostitución. Otro estudio, publicado en 2006, señalaba que el 11% de los hombres españoles habían demandado servicios sexuales en el último año, una proporción que duplicaba las cifras de Portugal o Alemania y que multiplicaba por diez las de Francia o Reino Unido.

La investigación de Águeda Gómez, Silvia Pérez y Rosa M. Verdugo se compone de un centenar de entrevistas a mujeres que ejercen la prostitución (43), clientes (29), empleados y dueños de clubes de alterne y trabajadores y trabajadoras sociales, además de varios grupos de discusión. Una parte muy importante de estas entrevistas se realizaron en Galicia, debido al origen de las investigadoras y a que la parte principal de la financiación del estudio partió de la Universidad de Vigo y del Ayuntamiento de Ourense.

La realidad de la prostitución en Galicia está recogida de forma exhaustiva, por lo tanto. Las autoras señalan que en Galicia funcionan más de 240 clubes de alterne y unos 323 pisos de contactos, con una distribución –común a todo el norte de España– de locales de pequeño tamaño, gestionados “de forma semejante a una empresa familiar”, normalmente por personas de la propia localidad “integradas en la vida local a través del patrocinio de algún club de fútbol o de otro tipo de actividades locales”. El libro recuerda otros estudios recientes que señalan el origen mayoritario del Brasil de las trabajadoras del sexo en Galicia. También realiza un análisis de la red de prostitución descubierta en el marco de la Operación Carioca, con sus múltiples conexiones con instancias políticas y policiales.

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