La difícil supervivencia de la pesca del bonito

Ramón Mariño

El verano comienza en la localidad mariñana de Burela con las fiestas del Carmen. En la villa marinera este año las celebraciones llenaron los últimos días del mes de mayo y son la señal de salida para la flota bonitera que hasta el mes de septiembre u octubre navegará por todo el Golfo de Vizcaya en búsqueda de los bancos de pescado. La pesca del bonito marcó durante décadas el ritmo de trabajo en el puerto burelano durante el verán, convirtiéndolo en el referente tanto gallego como del Estado en la captura de esta especie de túnido

La temporada de pesca, conocida como costera del bonito dura entre tres y cuatro meses. Cada espacio de tiempo entre salida y vuelta al puerto se denomina marea. Una marea puede ser de cuatro la diez días y así hasta completar el circuito.

Pero si hay un elemento que de verdad distingue esta actividad pesquera de muchas otras es el arte de pesca llamada curricán o cacea. Son dos varas largas colocadas a babor y estribor. Estas varas sirven como una caña gigante a los aladores o carretes de gran tamaño desde los que se va echando el hilo al que se ata el anzuelo y la carnada para el pescado. Esa carnaza era hasta hace años, una hoja de maíz blanqueada con lejía, ahora es una pieza plástica también blanca. Las varas, antes de eucalipto ahora son de aluminio, más resistentes y más duraderas. Esta pesca es selectiva, sin daño para el resto de especies que puedan estar alrededor del bonito.

El uso de estas artes de pesca está amenazado por otras artes más destructivas como es el arrastre. Esta arte de pesca para el bonito es usada por las flotas británica, irlandesa y francesa. Su actividad supone la desaparición de los bancos de pescado en un período de tiempo muy breve. Como dice Borja Eijo, armador: “Donde antes podías trabajar seis o siete días, hoy encuentras pescado un día y el día siguiente ya no”.

Las volantas

En el año 1994 los conflictos entre boniteros tradicionales y volanteros franceses, británicos e irlandeses llega a su punto culminante. La volanta es una red de profundidad con el único objetivo de llenar las bodegas de pescado. En ese año, el conflicto estalla de manera muy violenta. Choques, abordajes y finalmente, un volantero francés, La Gabrielle es remolcado por barcos gallegos a Burela. Allí se miden las redes que superan ampliamente las medidas legales de la Unión Europea. La presión de las autoridades pesqueras españolas, pero sobre todo de los marineros del Cantábrico, hicieron que dentro de la UE se prohibieran las volantas. No obstante, y como dice Borja Eijo: “La mayoría de los barcos son volanteiros que trabajan por parejas, reconvertidos en arrastreros con redes de arrastre enormes”.

¿Quiénes son esos arrastreros? Abelardo Basanta, presidente de ABSA (Armadores de Burela S.A.) dice: “Los peláxicos son barcos que en España no tienen licencia para hacer esta costera. Tienen licencia en el Reino Unido, Irlanda o Francia”.

Pero la tensión continúa después de década y media de aquella 'guerra de las volantas'. “El año pasado hubo momentos de tensión a mediados de la costera. Andan por el medio de nosotros, con maniobras en las que pasan a menos de 20 metros de nuestros barcos” dice Eijo. Incluso pone sobre la mesa una posible solución: “Yo ya no digo que prohíban la pesca de arrastre, pero sí que dejen un margen, un área de seguridad de 10 millas para que ellos trabajen tranquilamente. Además, de noche dejas a un hombre de guardia, con las luces de sin-gobierno y máquinas paradas, y si pasa una pareja de arrastreros, es un riesgo considerable porque pueden embestirte”.

De actividad principal a complementaria

El número de barcos que salen desde Burela es de 18 según Basanta, sobre un total de cerca de seiscientos, incluyendo aquellos con licencia y que no trabajaban y las lanchas o barcos de pequeño tamaño. Los marineros veteranos siempre recomendaban a los más jóvenes comenzar trabajando en el bonito. Era una manera de irse acostumbrando a la vida en el mar. Las condiciones laborales son mejores que hace unos años, pero otros elementos no han cambiado casi nada.

Los barcos pueden llevar tripulaciones de entre 6 y 11 marineros, dependiendo del arte de pesca usada. Sus salarios no son muy altos. Entre los factores que provocan estos bajos salarios estarían la actividad de otras flotas artesanales, como las del tanque, que llegarían las primeras al puerto y obtendrían los mejores precios al inicio, quedando las de curricán o cacea con precios más bajos. También influyen mucho los gastos en combustible, comida y carnada.

La variabilidad en los precios tiene unos ritmos marcados por la posición que ocupe el barco en las ventas. La tradición en Burela es que los barcos no salen antes de las fiestas del Carmen. Pero antes de esas fechas ya hay barcos de otros puertos que comenzaron a vender bonito. Esos barcos son los que sacan mejor precio y por tanto mejor beneficio.

La importación de pescado fresco venido de otros países es otro problema añadido. Llegado en avión desde cualquier parte del mundo, el atún pescado en otras latitudes obliga al pescado capturado por la flota gallega a tener un tope en sus precios. En este sentido, ni siquiera el apoyo de trazabilidad para el pescado capturado en Galicia, ayuda mucho. “La trazabilidad habría que hacérsela al pescado de fuera. Poco ayuda que hagas mucha trazabilidad para el pescado que se pesca aquí pues lo de fuera entra como quiere”

La costera del bonito nació como una actividad principal para los pesqueros de Burela durante el verano. Esa actividad suponía un incremento en los ingresos de los barcos. Hoy en día es una actividad complementaria a las artes y pescas que ocupan el resto del año a los barcos boniteros (palangre, espada, etc).

Los precios pueden compensar los gastos, pero los stocks de pescado foráneo, junto con las actividades pesqueras agresivas como el arrastre, hacen que esta actividad cada año sea menos atractiva para los armadores. Las posibles soluciones: aplicar trazabilidad a las capturas llegadas de otros lugares del mundo, precios idóneos a esas capturas venidas de fuera, mejora en las condiciones laborales que hagan atractiva la actividad pesquera y protección aún mayor a la flota artesanal y un equilibrio entre ingresos y gastos que permita la supervivencia de esta actividad.