Hubo un destello de euforia en plena decadencia: los sufridos seguidores del Deportivo de A Coruña estallaron de alegría el pasado domingo cuando su equipo, único de los nueve campeones de Liga descendido al tercer escalafón del fútbol español, goleó en casa al filial de su eterno adversario, el Celta B de Vigo. Arrancar la temporada 2021-2022 viendo el marcador del estadio Riazor lucir un 5-0 alivia penas. Aunque sea momentáneo. Y mucho es el sufrimiento que arrastran desde hace década y media los miles de fieles de un club modesto en sus orígenes que alcanzó el limbo del balompié, brilló entre los astros del deporte y los más multimillonarios de Europa. Pero acabó cayendo, al borde del naufragio económico, en la tercera categoría, ahora rebautizada Primera Federación, en la que pelea por segunda temporada consecutiva, tras afrontar su plantilla un Expediente de Regulación de Empleo (ERE).
La historia del Deportivo de A Coruña, una ciudad en la esquina noroeste de la península de 250.000 habitantes, es la de un fenómeno deportivo, pero también social. Sigue siendo uno de los clubes de fútbol con más socios. Ya renovaron 15.500 su abono para esta campaña, pese a ser de tercera categoría y no tener garantizado poder ir al estadio debido a las restricciones de la pandemia. Riazor, con 35.000 butacas, sólo puede acoger 13.000 espectadores por partido.
Lejos quedan los años noventa y el primer lustro de este siglo en los que fue sumando dos Copas del Rey (en 1995 y 2000), tres Supercopas (en 1995, 2000 y 2002) y la Liga de Primera División (2000). Una época dorada en la que el Dépor se midió también a los grandes del balón europeo, en la Champions League. Ganó al Milan de Berlusconi, al Paris Saint-Germain, al Manchester United. Fue el primer equipo español en batir al temido Bayern en Alemania. Son 115 años de trayectoria en dientes de sierra, de subidas y bajadas continuas a semejanza de la victoria de la semana pasada que ayudó a borrar la humillación sufrida ocho meses antes, cuando fue el Celta B el que derrotó al conjunto blanquiazul en un Riazor vacío de público por la pandemia, pero con 23.000 socios de carné, desconsolados por la caída de su equipo.
Golear al eterno rival, aunque sea a su equipo B, atenúa también las últimas heridas de un club ahora en manos de una entidad financiera, Abanca, que además de anunciar la externalización de servicios como la clínica o las tiendas oficiales, tramita un ERE para reducir costes en su plantilla de jugadores y empleados e intentar aminorar las pérdidas, más de nueve millones de euros en la pasada temporada. Recurrir a este mecanismo legal para despedir personal es inhabitual en el planeta fútbol. Desde la sociedad coruñesa, recuerdan que lo hizo también el Málaga el año pasado. Y que el ERE es la única vía que existe para poner fin al contrato de un futbolista profesional cuando no hay acuerdo con el club. Sí lo hubo para el finiquito del centrocampista Uche Agbo, uno de los jugadores del Dépor que más cobraba, o con el que fue durante 35 años el preparador físico de los blanquiazules.
Pero el ERE sigue su curso para otros como el internacional de Costa Rica Celso Borges y veteranos trabajadores como el responsable de seguridad del club o el que fue su jefe de prensa durante 20 años. “La raíz del problema está en contratos económicos totalmente alejados de la realidad del club. No sólo es el caso de futbolistas, sino también de empleados cuyo salario puede llegar a ser seis veces más alto que en otros clubes de la misma categoría”, justificó en julio Antonio Couceiro, nombrado presidente del Dépor cinco meses antes. Cobrar nóminas de Primera y Segunda División estando en la tercera categoría no es viable. “El dinero está en el césped, lo demás es calderilla”, protestó su antecesor y dirigente clave en la historia del Súper Dépor, Augusto César Lendoiro. Ahora retirado, quien presidió el club coruñés durante más de 25 años de ascensos y caídas (1988-2014) publicó hace 15 días en diversos medios de comunicación un artículo muy crítico con los nuevos gestores y sus decisiones para parar la sangría económica que comenzó cuando él estaba al frente.
El dinero. En el mundo del fútbol, que mueve cantidades astronómicas, es la clave de todo. En el Dépor también. Le llamaban el “equipo ascensor” en los años sesenta, cuando subía y bajaba de Primera a Segunda constantemente. A finales de la década de los ochenta, tras 18 temporadas enclaustrado en Segunda División, ya estuvo al borde de la desaparición por problemas económicos, una deuda de 500 millones de pesetas, y a punto de bajar a la tercera categoría de la Liga. Tomó entonces las riendas Augusto César Lendoiro, con varios éxitos como dirigente deportivo, como el Ural, equipo infantil que fundó, o el Liceo, un conjunto de hockey sobre patines que, a base de grandes fichajes, había logrado ganar la liga y disputar la hegemonía de ese deporte a los catalanes. En aquel momento, en A Coruña había más seguidores del Liceo que del Dépor. A Lendoiro le encanta jugar al póker. Es osado y conocía el mundillo, a diferencia del prototipo de presidentes de clubes de fútbol de los años noventa, entonces mayoritariamente constructores o promotores inmobiliarios como Jesús Gil o Lorenzo Sanz. Y se lanzó en la aventura de remontar al modesto equipo de fútbol de su ciudad, ascenderlo a Primera, convertirlo en rival temido del Real Madrid de la quinta del Buitre o del Barça de Cruyff, llevarlo a primera línea del fútbol europeo.
Estampas de Copacabana
El Súper Dépor nació en 1992, tras el fichaje sorprendente de dos internacionales de la selección brasileña, Mauro Silva y Bebeto. Lendoiro se había llevado fotos veraniegas de la bahía coruñesa para convencer a los futbolistas y sus familias de mudarse a una ciudad bañada por el Atlántico que aseguró semejante a Copacabana.
Llegaron también jugadores que poblaban los banquillos del Barça o del Madrid, salieron grandes de la cantera, como Fran. Y un entrenador entrañable como Arsenio. Solo estuvo tres exitosas temporadas (entre 1992 y 1995) pero contribuyó mucho a ese Súper Dépor que, con sus triunfos en el césped y su espíritu de equipo de pueblo que se mide con los grandes, conquistó el cariño de la gente en toda España.
Era también la apuesta de su entonces presidente, que el Dépor fuese “del pueblo”, que aportasen el capital sus más de 20.000 socios y no grupos financieros como los que empezaron a adueñarse del accionariado del balompié español cuando los clubes de fútbol fueron obligados a reconvertirse en sociedades anónimas. Pero el controvertido Lendoiro, con reputación de duro negociador y de dirigente deportivo que nada delega, solo quería dinero de los bancos para la vorágine de fichajes en la que se enfrascó a finales del pasado siglo. La deuda del club se disparó. Circulaban numerosos rumores, todos falsos, sobre la procedencia del capital para comprar jugadores cada vez más caros. Hay quien sostenía que el narcotráfico financiaba un equipo cuyo presidente se negaba en redondo a desvelar el listado de accionistas. Otros teorizaban sobre hipotéticas aportaciones de Amancio Ortega y el planeta Zara, otro fenómeno coruñés que, a la vez que el Dépor, empezaba a asombrar al mundo en esa década de los 90. “Siempre estaba la pregunta de dónde sacaba el dinero, pero a la gente no le importaba. Lendoiro era un ‘crack’ que nos hacía felices, el equipo nos daba muchas alegrías”, comenta uno de los fieles seguidores del Dépor. Todo el mundo hacía la ola al “presidente” por los éxitos del equipo.
Política y goles
La faceta política de Lendoiro, en la estela del Partido Popular de Manuel Fraga, ayudó también a arrancar créditos bancarios para el club, sobre todo de Caixa Galicia, entonces otro de los poderes fácticos de A Coruña. Estando al frente del Súper Dépor, Augusto César fue senador, secretario general para el Deporte en la Xunta de Galicia, diputado en el Congreso y presidente de la Diputación provincial de A Coruña. Pero fracasó estrepitosamente en desbancar de la Alcaldía de la ciudad al socialista Francisco Vázquez. Los dos hombres habían sido compañeros de pupitre en el colegio y, pese a ser ambos acérrimos deportivistas, se detestaban abiertamente.
Cuando Lendoiro se retiró de la política, en 1999, para consagrarse a un Súper Dépor que seguía ganando copas, fue noticia por convertirse en el presidente de un club de fútbol mejor pagado de España: un sueldo, equivalente al 1% del presupuesto anual del club, de 65 millones de las antiguas pesetas (unos 390.000 euros de la actualidad). En las asambleas de accionistas, nadie se atrevía a llevarle la contraria y el salario fue aprobado por abrumadora mayoría en una votación nada secreta: había tres urnas, una para el sí, otra para el no y otra para la abstención en las que cada uno echaba su papeleta a la vista de todos.
Otra importante fuente de financiación para un equipo en lo alto de la tabla liguera era la enorme burbuja de los pagos de las televisiones por obtener los derechos de retransmisión de los partidos. La guerra político-empresarial entre dos plataformas digitales, el Canal Plus de Prisa y otra de Telefónica, que ofrecían cantidades desorbitadas a los clubes, dio mucho dinero a un equipo como el Dépor, que competía en los primeros años de este siglo en los mejores campos de Europa.
En el césped, se sucedían los triunfos. Campeón de la Liga en 2000, el conjunto blanquiazul protagonizó dos años después un sonado ‘centenariazo’ al arrebatar la Copa del Rey al Real Madrid, en el estadio Bernabéu, el día que el club con mayor palmarés del mundo cumplía un siglo de historia. Y luego vino en 2004 una formidable remontada frente al Milan en cuartos de final de la Champions League, lo que convirtió al Dépor en el gran favorito para ganarla. Pero ahí se truncó su formidable trayectoria. Perdió contra todo pronóstico la clasificación para la final frente al Oporto. Y empezó la decadencia.
Al escaparse el campeonato europeo, también perdió una enorme inyección económica que hubiera aligerado sus deudas bancarias, más de 150 millones de euros. El equipo fue manteniéndose en Primera División, pero ya no rivalizaba con los grandes. Lastrado por una insostenible situación económica, acabó una década después por suspender pagos. La administración concursal era la única opción para salvar al equipo, cuyo presidente, aferrado al cargo, tuvo finalmente que dimitir cuando salió del concurso de acreedores en 2014. Mientras, en el campo, los blanquiazules volvían a ser un “equipo ascensor”, bajando y subiendo de Primera a Segunda. Y fue encadenando los presidentes (cuatro en siete años) y los entrenadores (cambió 13 veces desde 2014) sin que la situación mejorase ni en el plano económico (más de 30 millones de deudas), ni en el futbolístico.
El coronavirus y un banco al frente
Poco antes de que el coronavirus paralizara el mundo, en febrero de 2020, su principal acreedor, Abanca tomó el control del 80% del capital del club, al convertir 35 millones de deuda en acciones. Para la entidad financiera coruñesa, nacida de los escombros de las antiguas cajas de ahorro gallegas, hubiese supuesto un enorme golpe a su imagen desentenderse de la desastrosa situación del equipo de la ciudad, que, pese a todo, sigue teniendo decenas de miles de seguidores. Aunque no fue hasta el pasado febrero, tras el traumático descenso del Dépor al tercer escalafón del fútbol español, cuando el banco de propiedad venezolana decidió tomar las riendas del club “para profesionalizarlo” y nombró una directiva, con Antonio Couceiro al frente. Presidente de la Cámara de Comercio de A Coruña, Couceiro tiene en común con Lendoiro un pasado político al lado de Manuel Fraga (ocupó durante 12 años varios cargos en el Gobierno gallego). Ahí se acaban las similitudes. Nada de sonados fichajes a golpe de talonario, ni grandes salarios para una formación a la que le toca enfrentarse a equipos humildes de poblaciones mucho más pequeñas que A Coruña.
Y a pesar de todo, la ciudad sigue entregada al Dépor, con una pasión y fervor legendarios de sus seguidores. No han perdido la fe en el resurgimiento del club, desde la base. Prueba de ello, la campaña de mecenazgo lanzada la pasada semana por uno de sus fieles, el actor gallego Xosé Antonio Touriñán. En respuesta a una iniciativa del club para intentar captar patrocinios, el cómico se valió de las redes sociales y de una web para lanzar, bajo el lema “un dos meus” [uno de los míos], una campaña para apadrinar a dos jóvenes futbolistas de la cantera deportivista, Noel y Trilli, que se estrenaron el pasado domingo con el Deportivo en el partido contra el Celta B. En tan solo 24 horas, a cambio de entradas para el espectáculo del actor o de poder ver partidos a pie de campo, Touriñán recaudó 43.680 euros que permitirán patrocinar un partido y que los jugadores luzcan en sus camisetas la leyenda que certifica que son de la cantera. La única opción de futuro para un club sin recursos.