La rebelión de los ataúdes de Ribarteme: muertos vivientes en guerra con el cura de una aldea gallega contrario al folklore

Alfonso Pato

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La aldea de Santa Marta de Ribarteme, en As Neves (Pontevedra), estuvo este sábado vigilada por la Guardia Civil desde primera hora de la mañana. La parroquia celebraba el día grande de su fiesta patronal, que amenazaba nubarrones en lo meteorológico y en el ambiente tenso que se palpaba. El motivo, la negativa del cura a dejar salir la ancestral procesión de los muertos vivientes, los devotos ofrecidos que son llevados a hombros en ataúdes acompañando la imagen de Santa Marta. Se meten en las cajas para agradecer a la santa que los haya revivido y, supuestamente, los haya salvado de situaciones de salud graves.

Este año, en un hecho inédito, un grupo de vecinos lanzó un desafío: una revuelta amenazando montar su propia procesión paralela, ajenos a la prohibición del cura y continuando la tradición, de ahí el ambiente de tensión e incertidumbre.

Los ancestrales cadaleitos (ataúdes) de Ribarteme son una de las grandes imágenes icónicas de la tradición en Galicia. En 2008, el periódico británico The Guardian eligió esta celebración como la segunda fiesta más singular del mundo, la única seleccionada en toda Europa. Pero en los últimos años la fiesta ha proyectado más polémica que fervor religioso. Desde 2019 no habían vuelto a salir los ataúdes. En 2020 y 2021 fue cancelada debido a la pandemia, también con cierto debate en la aldea y pintadas en contra por esta decisión, y en 2022 fue el cura de Santa Marta, Francisco Javier de Ramiro, el que decidió no dejar salir los ataúdes, poniendo en pie de guerra a la aldea. Era su primer año como cura en esta parroquia y sus declaraciones públicas incendiaron a los feligreses: “No se hace porque esto es superstición, folklore y brujería”.

Pero aquel cura locuaz del pasado se ha transformado ahora en un hombre que guarda silencio sobre la polémica y responde con retranca de la misma forma a todos los medios antes de colgar el teléfono: “no puedo hablar porque he dado la exclusiva al Hola y me representante es Tamara Falcó”.

Este año hay tres clases de personas entre el público de Ribarteme. Los creyentes que vienen por devoción, los paganos que vienen por la tradición y la etnografía y los que vienen a ver si habrá trifulca. Todos también pendientes de la incertidumbre de si saldrán o no los ataúdes.

En medio de la multitud en espera se mueve con una carpeta Verónica Fernández, con chaleco reflectante y un rótulo en la espalda: “Firmas para la romería”. Fernández dice hablar en nombre de un grupo de personas de la aldea que encabezan la oposición al párroco y reivindican la vuelta de la romería a su esencia, todo desde una activa página en Facebook.

 “Aquí la gente habla mucho, pero somos pocos los que damos la cara”, dice esta mujer que afirma representar a un grupo de “veinte o treinta personas, que ha recogido cerca de 500 firmas para entregar al Obispado”.

Este año, ante la amenaza de lluvia, la misa solemne se celebra en una gran carpa al lado de la iglesia. La megafonía es casi inaudible y la gente protesta a gritos desde las filas traseras: “¡No se oye!”. No está la megafonía conectada para todo el Torreiro y el recinto del santuario, como es habitual, porque el cura así lo decidió. Ante las protestas de la gente, el cura Francisco Javier de Ramiro no tiene inconveniente en responder él mismo micro en mano: “pues si no se oye, este año no le pago al de la megafonía”.

En Ribarteme hay una especie de ley del silencio donde nadie quiere hablar, excepto algunos que hablan discretamente, pero prefieren mantener el anonimato. “La última semana, durante la novena, reprendió en público en el templo a una mujer que sabía que discrepaba de sus medidas”, explica una feligresa que lo presenció. Una fuente cercana al alcalde de As Neves, explica que éste trató de intermediar pero el cura lo despachó de forma poco amigable, como a casi todo el mundo.

Su hoja de servicios está plagada de polémicas decisiones. En 2022 prohibió los ataúdes en la procesión, después no quiso bautizar a una niña porque consideró que la madrina propuesta vivía en pecado sin estar casada. El pasado mes de mayo prohibió hacer las tradicionales alfombras florales del Corpus, porque “dijo que a Dios no le hacían falta alfombras de flores”, explica otra vecina de la aldea.

La misa solemne termina y en Ribarteme comienza a caer una lluvia fina. El cura, casi pensando en alto, vuelve a comentar con el micro abierto que, “si sigue lloviendo tendremos que esperar al próximo año para hacer la procesión”, lo que para muchos suena a provocación. Pero justo casi pisando sus palabras, en otro lugar del recinto, una multitud arranca en aplausos. Aparece un grupo de gente llevando los dos ataúdes que habían anunciado que iban a desfilar, desafiando al cura. Todavía no llevan a los ofrecidos dentro de la caja. Están colocados delante de la Iglesia, en medio de un camino, ya que la prohibición impide que entren en el recinto de la iglesia para acompañar la procesión desde dentro. Su plan es desfilar en paralelo, después de que pase la santa, el cura y la banda de música, tomando distancia con ellos.

Una nube de fotógrafos dispara sobre el grupo que trae los ataúdes y los ofrecidos. Esperan cazar una buena imagen de esta tradición que a lo largo de los años ha fascinado a grandes autores que han construído la iconografía de Ribarteme, como el histórico Ridard Tarré o Cristina García Rodero. En el pelotón está este año el Premio Nacional de Fotografía Cristóbal Hara, que busca una buena imagen en Ribarteme, a donde llegó en los 80 por vez primera. “Esto es único, para un fotógrafo tiene el espacio, la gente, el ritmo y los movimientos”, explica este prestigioso fotógrafo, que cree que “a la gente no se le puede imponer nada”, al respecto de la decisión del párroco.

Los ataúdes rebeldes de la procesión paralela dejan que pase la santa y la banda de música, y a unos metros se integran en la cola de la comitiva, en un recorrido que es un clamor. Entre el Bob Esponja gigante, la tómbola y las rosquilleiras, el público jalea a los ofrecidos, en lo que es una clara toma de posición a favor de la procesión de muertos vivientes y contra el cura. Uno de los ofrecidos, un hombre, va concentrado dentro de su caja de madera. El segundo ataúd va cerrado porque la ofrecida, una mujer, decide ir debajo de la caja, cubierta con un tul, con un cirio en la mano y caminando descalza mostrando sus pies tatuados.

Después de hacer el recorrido, un baño de multitudes para los ofrecidos, los ataúdes se colocan en paralelo para saludar la entrada de la santa en la iglesia, pero el cura ha optado por esquivar esta situación, apartándose unos metros antes. La santa entra y finaliza la procesión. El hombre que iba dentro del ataúd es ovacionado como un héroe y todo el mundo quiere hacerse fotos con él y darle las gracias.

“Se demostró que a la gente casi le interesaba más este rito que ir con la santa”, dice Jorge Rodríguez, el muerto viviente natural de la propia aldea de Ribarteme, que se ofreció ya en años anteriores pero no pudo cumplir su promesa. Pasó una temporada en el hospital por un problema grave de salud y por eso hace su promesa. Es el único que atiende a los medios: “Yo quería salir ofrecido y, ante la prohibición fui a hablar con el Obispado. Ellos me remitieron al sacerdote”, explica Rodríguez. “El sacerdote no cedió en que los ataúdes saliesen de la iglesia con la santa, así que, después de hablar con él, optamos por salir desde otro lugar”, explica el ofrecido sobre esta decisión ante la que el cura remitió en sus impedimentos, al considerar que estaba fuera del recinto de la iglesia. Este ofrecido lo toma como un acuerdo, una especie de pacto de no agresión, algo sobre lo que Verónica Fernández, la portavoz del grupo que recoge firmas de los vecinos, toma distancia: “Jorge cuenta esta versión que es la única que sabemos”, añadiendo que “al cura no le quedará más remedio que ceder en el futuro, porque fuera del recinto no puede prohibir nada”.

Lo que parece es que cualquiera podría venir aquí con su ataúd y sumarse sin problema a la procesión, ahora que ya no necesitan del cura y pueden arrancar desde fuera del recinto. “Ahora ya se ha roto el hielo y ya se puede salir desde ahí”, avanza el ofrecido Jorge Rodríguez atendiendo a los periodistas con la música de la Banda de Rubiós tocando de fondo en la sesión vermú.

Mientras, debajo de la carballeira, los miembros de la Guardia Civil conversan entre ellos aliviados. En el atrio de la iglesia, el cura, ya fuera de foco, cierra con calma la verja y se aleja caminando en solitario. El próximo año, dios dirá.

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