'Smelfies', los autorretratos olorosos que capturan la fragancia humana en una flor

Un 10 % de clavícula, un 30 % de axilas, un 40 % de inglés y el 20 % restante de otras partes del cuerpo. En esas proporciones, los científicos recogieron las bacterias de la artista e investigadora estadounidense Ani Liu para crear su retrato ideal. Pero este retrato no estaría compuesto de píxeles, una mayor o menor resolución y algún que otro filtro. Las bacterias recogidas del cuerpo de Liu servirían para recrear un selfi oloroso. Uno que al olfatearlo, como si viera su última actualización de Instagram, haga que el destinatario se acuerde de ella. Y qué mejor que olerlo en una planta, como una rosa, un jazmín... o un nomeolvides.

Desde el MIT Media Lab, Liu trabaja codo con codo con el resto de investigadores para encontrar nuevas formas de que la tecnología, la ciencia y el arte interactúen. Su obra cabalga en esos campos, y uno de sus proyectos más interesantes es el de los 'smelfies', retratos con olor de las personas y lugares que se quieren legar a la posteridad. En concreto, Liu pertenece a un equipo que se llama Design Fiction y que, en sus propias palabras, “trabaja en la frontera entre la ciencia ficción y el hecho científico”.

Liu procede de un campo que no tiene que ver con la investigación: estudió arquitectura en Harvard y todo su bagaje tiene que ver con el diseño. “En el MIT hice muchos cursos de biología sintética y me uní a un club de 'biohacking'”, cuenta a HojaDeRouter.com. Ahora vive a apenas una calle de distancia de su laboratorio. “Ejerzo en el cruce del arte y la ciencia, para plantear preguntas y explorar las implicaciones éticas, políticas, sociales y emocionales de las tecnologías emergentes”.

La aventura es atractiva y difícil, como explicó ella misma en una charla TED. Junto a sus compañeros científicos ha recopilado las bacterias de su sudor para intentar dar una imagen exacta de sí misma. Dichas bacterias y demás sustancias de sus segregaciones han sido estudiadas por investigadores de otros centros.

El proyecto comenzó “intentando imaginar usos alternativos para la biotecnología que no estén puramente dirigidos por el capitalismo”, explica Liu. “A menudo siento que hay un importante círculo de retroalimentación donde lo tecnológico expresa lo social y que es importante incluir un espectro completo de la condición humana, incluyendo sentimientos como añoranza, soledad, nostalgia”. A su modo de ver, “nada dispara los recuerdos como el olor. Fugaz, breve y a veces inesperado, una esencia puede conjurar la cordialidad de un abuelo o el calor del primer beso”.

La meta de los 'smelfies', por tanto, es explorar los “profundos enlaces” entre olfato y memoria y, además, reflexionar sobre los avances en biología sintética, la ciencia que estudia la creación de sistemas que no se encuentran de manera natural. “Analizando las posibilidades de la biotecnología como un espacio de diseño dentro de la memoria olfativa y tradicional, el proyecto explora las relaciones entre humanos, naturaleza y nuevas modalidades sensoriales para revivir experiencias transitorias”, explica la artista.

Liu relaciona el proyecto con una costumbre austriaca del siglo XIX: las mujeres bailaban con un trozo de manzana en la axila. Cuando terminaba la fiesta, le entregaban el trozo al joven que les gustaba y, si este estaba enamorado, se la comía. En su charla TED, Liu recordó que Josefina, la esposa de Napoleón, llevaba muchas veces violetas encima, una flor que le encantaba al francés. Cuando ella murió, Napoleón las plantó encima de su tumba, y al partir hacia el destierro en Santa Elena se llegó consigo algunas.

Sin embargo, dar con la fragancia que nos permita pasar a la eternidad como una foto de nuestras últimas vacaciones es difícil: el olor corporal depende de numerosas variables, como nuestra alimentación o el estilo de vida. A ello se suman las moléculas que también despedimos y de las que no somos conscientes, como las feromonas: Liu asegura que las personas que han olido su 'smelfie' han evocado distintos aromas: flores, pollo, carne de vaca… Y por último, hay que hacer que la planta que cultivemos o un determinado objeto despidan ese olor.

Mientras tanto, ella recoge el olor de personas de su entorno a las que ama en el proyecto Perfumes for Proust, en evocación del célebre episodio de la magdalena del escritor francés. Asegura que ya ha destilado el aroma de tres personas para la posteridad, mediante sus cabellos.

En un proyecto parecido, lleva al límite la biología sintética: crear una planta que huela como una persona querida. Se trata de Forget Me Not (“nomeolvides” en español), en cuyos primeros prototipos ha intentado reflejar el olor de una persona muy importante para ella, pero que ya ha fallecido. Liu tiene sus propias plantas en el laboratorio, cultivándolas para sacarle el mayor rédito (oloroso) posible.

En Londres se está desarrollando un proyecto parecido al de Liu para poner olor a las ciudades. Sin embargo, aquí será más difícil percibir las fragancias con la nariz. En este caso, los ‘smelfies’ son descripciones olorosas que los usuarios han hecho de los lugares por los que han pasado. Así, una calle huele a comida, otra a naturaleza y la siguiente a basura. De esta forma, el Smelly Map de Londres es un recorrido alternativo en forma de callejero por todos los rincones de la capital británica.

La tecnología en el arte

Liu reflexiona en otras de sus piezas sobre la presencia de la tecnología en la sociedad. Quizá una de las más poderosas sea Alone Together. Se trata de un casco gigante fabricado con láminas de cartón y una especie de lente fotográfica a la altura de los ojos, que se puede manejar con un pulsador conectado a una placa de Arduino que se coloca disimuladamente en la palma de una mano.

Con ese casco, de nombre Eyeris, Liu pretende reflexionar acerca de la timidez humana y del refugio en los dispositivos electrónicos. Se pregunta si alguna vez hemos estado en una fiesta y hemos visto a invitados más concentrados en su teléfono móvil que en charlar los unos con los otros. Y, a raíz de esa cuestión, la artista reivindica la necesidad de contacto personal para vivir en sociedad. Por ello, para abrir la lente y poder interactuar sin estar a ciegas, hay que tocar a la persona que lleva el Eyeris.

“Lo hice [el casco] tras leer el libro de Sherry Turkle del mismo nombre sobre cómo nuestros dispositivos digitales extienden nuestras habilidades para conectarse los unos con los otros, pero a menudo nos sentimos más solos”, explica Liu. Turkle es una psicóloga estadounidense que ha estudiado las relaciones entre personas y dispositivos. La propia Liu ha experimentado esas sensaciones al estar en un grupo de gente: “Recuerdo una ocasión en la que me sentía superincómoda en una fiesta y en vez de hablar con alguien, simplemente bajé la vista a mi teléfono”.

Como artista, Liu cree que su trabajo es hacer preguntas críticas y animarse a explorar el futuro, aún más cuando la tecnología da ahora tantas herramientas al alcance de los creativos. “Animo a hacer un trabajo que explore diferentes personalizaciones tecnológicas de nuestro tiempo mientras reflexiona sobre sus implicaciones sociales”, sentencia.

Ella seguirá estudiando la biología humana para reflejar el vínculo que puede existir entre ciencia, tecnología y sociedad, con la esperanza de que algún día podamos mandarnos los unos a los otros el olor que nos defina tanto como una foto de DNI.

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Las imágenes son propiedad, por orden de aparición, de Stephanie Ku y Pixabay