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Internet antes de internet: así navegaban los españoles hace casi tres décadas

Los modelos de Commodore Amiga como este eran unos de los ordenadores más utilizados en los 80 y 90

Lucía Caballero

Un ordenador y una conexión wifi son los únicos elementos que se necesitan actualmente para acceder a internet. Ambos están presentes en la mayoría de hogares españoles; no hace falta tener conocimientos de informática para entrar en la Web y buscar información, leer la prensa o descargarse archivos. Pero la Red de redes no siempre ha estado ahí. Antes de que los protocolos TCP/IP se convirtieran en un estándar universal y de que la World Wide Web de Tim Berners-Lee conquistara los equipos de todo el mundo, había otras formas de compartir archivos y comunicarse a través de unas pantallas bordadas de texto.    

Entre finales de los 80 y principios de los 90 coexistieron en nuestro país varios de estos sistemas en torno a los que crecían comunidades de usuarios ávidos de modernidad tecnológica. “En aquella época, lo que hoy conocemos como internet no existía, es decir, nadie tenía una conexión de red ni wifi”, explica a HojaDeRouter.com Ignacio Hernández-Ros, uno de los fundadores de Galletas, un sistema de tablón de anuncios o BBS, por sus siglas en inglés. Este tipo de ‘software’, muy popular en aquel periodo, permitía conectar equipos para acceder a noticias, descargar programas, intercambiar archivos o charlar en foros.

“Al principio, casi cualquier ordenador de los 80 se podía utilizar como servidor de BBS, desde los Commodore 64, Atari y Amiga hasta los Apple II y Macintosh, pasando por PC basados en los sistemas operativos MS-DOS o Unix”, indica Santiago Muñoz, cofundador de otra de las BBS pioneras de la época, SICYD, constituida como una empresa en Barcelona en 1989. El tipo de ‘software’ utilizado dependía de la máquina. “En el mundo del PC los más habituales eran PCBoard, QuickBBS, Major BBS, RemoteAccess y WildcatBBS”, enumera Muñoz.

Las conexiones a estos tablones electrónicos se realizaban con módems que convertían la señal digital en analógica para transmitir la información a través de la línea telefónica. Estos dispositivos “se conectaban a un ordenador por un puerto serie”, detalla Hernández-Ros. En Galletas empleaban una “tarjeta especial” para aumentar el número de puertos a cuatro, de manera que podían conectarse simultáneamente el mismo número de ordenadores a la máquina almacén, un primigenio IBM. 

“Cuando comenzó el auge de las BBS, la velocidad más corriente eran 1.200 bits por segundo”, detalla Muñoz. “En el mejor de los casos” podían transmitirse unos 120 bytes por segundo (bps), el equivalente a unos 0,0011 megas. “Habríamos tardado más de doce horas en subir a redes sociales una foto de 5 MB hecha con un móvil actual”, indica el pionero. Después llegaron los módems de 2.400 bps y la cifra fue aumentando poco a poco.

“El usuario se conectaba como si fuera un usuario del sistema”, señala Hernández-Ros. Quienes quisieran acceder al contenido que guardaban en esta especie de servidor, necesitaban tener “su propio ordenador, un módem y un teléfono”. Llamaban al módem de Galletas y “sonaban unos pitidos, como los faxes, se ponían de acuerdo los dos módems y comenzaba la comunicación de datos”, explica el consultor.

Cuando alguien se daba de alta, “tenía que dejar sus datos, entre ellos su número de teléfono”, prosigue. Después, le llamaban para verificar que realmente se trataba de la persona que se había inscrito, “que existía”. “Hablábamos un rato con cada uno [llegaron a tener más de 1.000 usuarios], y nos contaban a qué se dedicaban. Había de todo, desde informáticos a profesores o electricistas”, recuerda el cofundador de Galletas, por entonces estudiante de empresariales.

El reinado de las letras

Al otro lado de la línea, los miembros de esta comunidad conectada se sentaban frente a “pantallas con texto”, describe Hernández-Ros. “No había gráficos, no había ventanas, no había una internet a la que tú pudieras preguntar cómo acceder a las cosas”. Para Muñoz, lo más complicado era “la configuración de las comunicaciones y de las pantallas de los servicios [apenas había herramientas para ello]”.

No obstante, existían programas que gestionaban el puerto de comunicaciones y el módem. “Tenías la agenda de números de teléfono a los que podías llamar y funcionaban como un emulador de terminal, era como si vieras en tu propio ordenador los caracteres de aquel al que te habías conectado”, dice Hernández-Ros. Algunos de estos productos eran Procomm Plus y Telemate

Generalmente, cuando un usuario se conectaba a uno de los tablones veía una pantalla de bienvenida “con texto y un dibujo que habíamos hecho también con letras, y luego le pedía que se identificase para empezar o creara un usuario nuevo”. El cofundador de Galletas lo compara con lo que hacemos hoy en día para entrar en nuestro perfil de redes sociales. Una vez accedían, podían elegir entre los grupos que aparecían en un menú y a los que podían suscribirse: “Por ejemplo, había uno sobre actualidad, otro de coches y carreras de Fórmula 1”, señala Hernández-Ros, que creaba estas áreas temáticas como administrador del sistema.

Pero no todos los grupos que montaban una BBS podían dar servicio las 24 horas del día. A menudo “compartían el teléfono con llamadas de voz o vivían en casa de sus padres, así que tenían que fijar horas de uso y especificarlas”, recuerda Muñoz. Por eso, quienes querían conectarse a veces tenían que esperar a que fuera de noche.

También era posible enviar correos electrónicos y descargárselos para leerlos sin conexión. “Hay que tener en cuenta que, por aquel entonces, las comunicaciones telefónicas se pagaban por tiempo de conexión y a diferentes precios según las horas, por lo que había que ser muy breve”, explica Muñoz.

Los usuarios podían descargar programas, sobre todo 'demos' de juegos: “Los buscaban en las librerías de ficheros, los escogían, seleccionaban un protocolo de transmisión y se los bajaban en su equipo”, describe el cofundador de SICYD. Entre estos protocolos se encontraban el Kermit (uno de los más antiguos) y el XModem, que evolucionó al Ymodem y el Zmodem. “Era muy típico que, mientras te bajabas un archivo, tu madre descolgara el teléfono justo cuando estabas a punto de acabar la transmisión o se cortara la llamada”, relata Muñoz. Y durante la descarga, “no se podía hacer nada con el ordenador: solo mirar cómo se llenaba la barra de progreso y bajaba el tiempo restante”.

“En aquella época no había una sola internet”, aclara el exadministrador de Galletas. Lo normal era enviar y recibir mensajes dentro de una comunidad, como la de la BBS o la de una universidad. Si alguien quería comunicarse con un usuario de otra red, necesitaba utilizar lo que se conocía como pasarelas, “un ordenador que se conectaba a dos redes”. Pero tenía que conocer también la dirección de esa pasarela, además de la de otra persona (y no podía encontrarla en la Web, había que llamar y preguntar).

“Las direcciones acababan siendo muy largas, porque tenías que poner todos los ordenadores por los que iba a pasar el correo”, señala Hernández-Ros. Y había que tener paciencia, porque los mensajes tardaban días en llegar a su destino.

Más adelante, los equipos almacén de los tablones electrónicos permitían la conexión, además de a través de la línea de teléfono, por medio de la red de transmisión de paquetes X.25 IBERPAC de TelefónicaIBERPAC. “En aquellos tiempos, el precio de las llamadas interurbanas e interprovinciales era prohibitivo para los particulares, y mediante la conexión a IBERPAC, los usuarios de fuera de Barcelona hacían una llamada local a uno de los nodos de dicha red y llegaban a nosotros”, recuerda Muñoz.  

La puerta a otras redes

Los únicos que podían acceder a una internet aún primigenia, que solo se usaba para intercambiar correos, archivos y chatear por canales IRC, eran las universidades y algunas grandes empresas. Tanto Galletas como SICYD se conectaban al servidor Goya de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), el nodo central de la EUNet (la Red Europea de Usuarios Unix) en España y el germen del primer proveedor de internet patrio.

“Los sistemas con Unix que no tenían una conexión permanente utilizaban protocolos UUCP [un conjunto de herramientas para interconectar máquinas] para el intercambio de mensajes y archivos, aunque nosotros utilizábamos una adaptación para MS-DOS”, cuenta Muñoz. “Goya formaba parte de internet, y ejercía de oficina postal, como un apartado de correos”, prosigue.

“Así es como la mayoría de la gente conoció internet, a través de Goya”, asegura Juan Antonio Esteban, uno de los encargados de gestionar la máquina del centro madrileño. Pero aquello no tenía nada que ver con la Red tal y como la conocemos hoy en día. Por entonces, “cuando decías que estabas conectado a internet, en realidad era una conexión de correo electrónico”, asegura el informático. Las compañías, unos pocos apasionados de la tecnología y grupos de investigación de otros centros se conectaban al servidor una vez al día “para enviar los emails y recibir los que habían mandado”, indica Esteban.

Aparte del correo electrónico y las BBS, otro de los servicios más utilizados en aquella internet incipiente era el FTP, las siglas en inglés de protocolo de transferencia de archivos. “Había servidores FTP con miles de ficheros y los usuarios accedían a ellos para bajarlos o subirlos”, explica Muñoz. Estos equipos se conectaban a una red TCP, que seguía un esquema cliente-servidor. Los usuarios debían tener también una cuenta e identificarse para poder obtener o guardar información en uno de estos almacenes.

“Era posible descargarse archivos mediante emails, podías interactuar con los servidores por correo, por ejemplo, enviándoles un mensaje con el comando para leer un directorio”, indica el cofundador de SICYD. El ordenador devolvía entonces la lista de archivos del directorio, y el usuario podía enviarle otro email ordenándole la descarga de uno en concreto. “El servidor nos devolvía uno o más mensajes con el archivo codificado en ASCII y troceado si era muy grande; nosotros teníamos que recomponerlo y luego recodificarlo en binario para obtener el original”, explica Muñoz.

Pero, para acceder a la información, había que saber en qué máquina se encontraba. Al principio, la única herramienta que permitía localizar los archivos era Gopher, un sistema de gestión de documentos parecido a la Web pero basado en menús en lugar de hiperenlaces. La herramienta, que incluía un protocolo y el programa que hacía de interfaz, fue desarrollada en la Universidad de Minnesota en 1991. Llegó a convivir con el invento de Tim Berners-Lee e incluso le superó en usuarios en sus comienzos, pero su popularidad se esfumó a partir de 1993.

“Gopher fue un experimento muy poco duradero, una aplicación más destinada a facilitar el acceso a los servidores de documentos que ya existían por el mundo”, rememora Ángel Camacho, investigador de la Universidad de Cantabria, donde instalaron un servidor Gopher. Describe la herramienta como “una versión avanzada de Archie, una aplicación para acceder a las listas de servidores de documentos, que permitía buscar de modo indexado y obtener la dirección del documento para cogerlo”.

El ‘software’ de los usuarios permitía acceder tanto a los servidores Gopher como a los FTP. Lo que encontraban en sus pantallas era una lista –de nuevo solo veían texto– de algo similar a carpetas que contenían submenús y los correspondientes ficheros.

Todos estos sistemas de comunicación en red e intercambio de archivos se fueron diluyendo con la llegada de “internet tal y como la conocemos”, como lo describe Muñoz. Coincide con el resto de pioneros al señalar los años 1994 y 1995 como el periodo de cambio definitivo, “cuando se pusieron en marcha las primeras conexiones verdaderas”, indica por su parte Esteban, y cuando comenzaron a proliferar los proveedores como Goya.

Afortunadamente para nostálgicos y curiosos, todavía quedan reminiscencias de la época, como algunos almacenes FTPservidores del ‘gopherespacio’ y rastros de las BBS, como la página de Galletas. Son fósiles de la prehistoria de las telecomunicaciones incrustados en la misma internet que los sepultó.

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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Blake Patterson, Gerard Meier y Juan Antonio Esteban

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