La cruzada de una ingeniera por salvar Bletchley Park, la cuna de la informática
“Ya no me avergüenzo de ser británica”, asegura divertida Sue Black a HojaDeRouter.com. En 2009, esta ingeniera del Reino Unido, considerada una de las tecnólogas más influyentes de 2015, no pensaba lo mismo. “Estaba tan enfadada... Pensaba que si Bletchley Park hubiera estado en cualquier otro país, habrían hecho algo para salvarlo”, se justifica.
Black habla de las emblemáticas instalaciones − localizadas entre las ciudades de Oxford y Cambridge − donde 9.500 criptógrafos y criptoanalistas, incluido el mismísimo Alan Turing, trabajaron para descifrar las comunicaciones alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. En Bletchley Park, abierto al público en 1996, se exhiben reliquias informáticas como la última máquina Colossus y la Bomba, ideada por Turing para descifrar los mensajes codificados por las Enigma teutonas.
“Es un lugar fundamental que contribuyó a la victoria y ayudó a salvar millones de vidas”, asegura la informática británica, que visitó por primera vez el museo en 2004. Allí se encontró con unos edificios en mal estado que hacían peligrar la integridad del valioso patrimonio que guardaban sus paredes, al que nadie parecía dar importancia.
Once años después, Black ha publicado un libro en el que cuenta su cruzada por salvar las instalaciones y las joyas informáticas que allí se encuentran: gracias a la iniciativa ‘Saving Bletchley Park’, consiguió sacar de las sombras el nombre del parque y atraer financiación pública y privada para su recuperación. Aunque el manuscrito está disponible solo desde hace un par de meses, la campaña de ‘crowdfunding’ para costearlo terminó en 2012: en tan solo cuatro días había reunido (con creces) el dinero.
“Todo el mundo me preguntaba que dónde podía leer sobre lo que había hecho, así que sentí que tenía que escribir sobre ello”, cuenta la ingeniera. Pero, “¿cuál era el principio de la historia?”, se preguntó entonces.
En 2008, Black regresó a Bletcheley Park. Era directora del Departamento de Informática de la Universidad de Westminster, por lo que tenía la dirección de correo electrónico de responsables e investigadores de otros centros británicos. “Les envié un enlace para que firmaran una petición [que ya existía] para salvar el parque, y unas horas después vi el nombre de muchos de ellos en la página”, afirma. No estaba sola, así que se decidió a dar el siguiente paso.
“Escribimos al periódico Times y contacté con periodistas y medios como la BBC, donde me entrevistaron para las noticias”, cuenta. Sin embargo, la científica no sabía muy bien por dónde seguir: “¿Cómo iba a mantener la atención de todo el mundo y llegar a más gente?”
Tras seis meses centrada en los medios de comunicación, decidió dar un giro a la campaña y aprovechar las ventajas de las nuevas tecnologías. Las redes sociales son el patio de vecinos de internet. “Me di cuenta de que Twitter es la mejor herramienta de comunicación masiva”, asegura.
Un altavoz para hacer ruido en la Red
Los gorgoritos del pájaro azul le permitirían no solo proseguir con la concienciación sobre el problema, sino reunir a todos los interesados para crear una especie de comunidad virtual de apoyo. Buscó perfiles que hubieran mencionado al parque alguna vez para ponerse en contacto con sus dueños e informarles de la iniciativa.
Además de servirle para reunir adeptos, Twitter era un canal de comunicación directa con personas influyentes, como Stephen Fry, una de las piezas clave de la campaña. Él mismo le dio la idea: el tres de febrero de 2009, el actor se quedó encerrado en un ascensor en Londres y subió una foto a la red social para ilustrar el aprieto.
Cuando Black vio la publicación, se preguntó si el británico conocería el problema de Bletchley Park y trasladó la duda a Google. Las entradas que le devolvió el buscador revelaron que, efectivamente, Fry había mencionado el asunto en alguna ocasión. “Tenía cientos de miles seguidores, así que decidí pedirle ayuda para difundir la iniciativa”, explica la ingeniera. Lo hizo a través de varios tuits en los que le informaba sobre la existencia de la iniciativa y su blog.
“Pensé que sería genial que una persona como él participara en el proyecto”, afirma Black, que considera el logro uno de los más emocionantes. “Al día siguiente, Fray tuiteó un enlace a mi blog”, dice la científica. El efecto no se hizo esperar: ese día la página registró 8.000 visitas, en vez de las 50 a las que estaba acostumbrada. “Fui la persona más retuiteada en todo el mundo, es increíble”.
Posteriormente, la investigadora ha publicado un artículo científico donde explica la estrategia que utilizó y las evidencias que muestran el éxito de la difusión en Twitter. “Desde el comienzo de la campaña, el número de visitantes al museo aumentó, junto con la conciencia social sobre el valor histórico del emplazamiento”, explicaba en el trabajo.
Unos meses después, Fry fue a visitar el sitio. “Terminamos hablando con Dorothy Richards, una de las 8.000 mujeres que trabajaron allí durante la guerra”, relata Black. Era la primera vez que la exempleada de Bletchley Park volvía, y fue una coincidencia que estuviera en el parque aquel día. “Fue muy bonito formar parte de aquel momento”, asegura Black.
La amenaza del ladrillo
La informática no ha sido la primera en apoyar la causa, pero sí quien ha conseguido verdaderos resultados: Google ha puesto unos 590.000 euros de su repleto bolsillo y el Fondo de la Lotería del Patrimonio Británico, unos cinco millones. Gracias a ello, se han restaurado los edificios y construido un nuevo centro de visitantes.
Una situación muy distinta a la de 1991, cuando el futuro de la zona era convertirse en un complejo residencial y un supermercado. La acérrima lucha de la Sociedad de Bletchley Park, creada un año después, sirvió para proteger la cuna de la computación del ladrillo. Desde entonces, la institución ha tratado de conseguir fondos para restaurar y mantener el museo por sus propios medios, pero el dinero siempre ha escaseado. La reducida financiación no les daba para realizar verdaderas campañas de ‘marketing’.
Desde su visita al parque, Black ha trabajado con ellos para sacar adelante el proyecto. Valora esta colaboración, pero achaca el éxito de sus esfuerzos al poder de las redes sociales, en las que también se volcaron los responsables de Bletchley Park. “Antes no existía esta posibilidad”, asegura. “No era tan fácil localizar y contactar con todas las personas a las que realmente les importa su supervivencia”.
Sin embargo, su labor iba más allá de internet: acudía a eventos en Londres en busca de apoyos. “Cuando lograba que alguna persona destacada se interesara, les ponía en contacto con los gestores del parque, que les invitaban a visitarlo y continuaban con la relación”, explica.
Según la ingeniera, la campaña también contribuyó parcialmente a otra petición lanzada en 2009 por el informático y escritor John Graham-Cumming, que pedía una disculpa del gobierno por la forma en que el matemático Alan Turing había sido tratado. El padre de la informática fue acusado en 1952 de “indecencia” por su homosexualidad y sometido a una castración química, un trauma que le llevó a suicidarse dos años después.
Graham-Cumming consiguió el apoyo de nombres destacados de la cultura y la ciencia británicas, y en septiembre de ese mismo año, el primer ministro de Reino Unido, Gordon Brown, pedía perdón.
¿Si pensó alguna vez en el fracaso? “Todos los días”, admite Black entre risas. Y añade: “Antes de saber que va a funcionar, piensas que algo va a fallar, pero por alguna razón seguí adelante”. Lo que pensaba sería cuestión de unos seis meses, se convirtió en tres años. En 2011, durante el evento de presentación de los responsables de Google en el museo, alguien le dijo que ya no necesitaba seguir hablando de salvar Bletchley Park, que ya estaba hecho. Tardó varias horas en asumir que su cruzada había terminado.
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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Ali Tollervey, Sue Black y Elliot Brown