Jennifer Gill es ingeniera biomédica, desarrolladora y directora de producto de Zerto, con más de 15 años de experiencia en el sector tecnológico. En el marco de una gran feria, habla con un grupo de empresarios. Discuten sobre nuevos desarrollos y productos, debaten y conversan sobre diversos aspectos técnicos, y de repente... “¡Vaya, parece que sabe usted realmente del asunto!”, le espeta uno de los presentes.
La cara de Gill es un poema. La profesional se ofende, se enfada, siente una profunda decepción. Y vuelve a hacerlo cuando alguien la confunde con una 'booth babe', una de esas azafatas seductoras con ropa muy provocativa que los organizadores de las ferias contratan con el claro objetivo de atraer al público masculino.
¿Por qué alguien se sorprende de sus conocimientos? ¿Por qué alguien la confunde con una 'booth babe'? “Tal vez, después de varias experiencias, supuso que ninguna de las mujeres que asistimos a estas ferias tenemos nociones técnicas”, explica la ingeniera a HojaDeRouter.com. Así están las cosas en el sector tecnológico.
El hecho de que profesionales como Gill, que acuden por iniciativa propia o en nombre de su empresa, compartan espacio con 'booth babes' “perjudica a las tecnólogas y científicas”, opina Capitolina Díaz, socióloga y presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). “Van a hacer su trabajo, han sido elegidas por sus aptitudes y se ven identificadas por razones de sexo con otras mujeres que solo están allí por su cuerpo”.
A mediados del pasado año, Gill decidió poner en marcha la iniciativa 'I´m not a "booth babe", ask me a question', precisamente con el objetivo de otorgar a las expertas en tecnología el mismo papel que desempeñan sus homólogos masculinos en las ferias. Para ello, la ingeniera propone que luzcan una sencilla chapa que anime a los asistentes a formularles preguntas sobre tecnología para que entiendan que estas profesionales están igual de preparadas que los hombres.
Le pareció una forma llamativa y reivindicativa de acabar con la desigualdad y dar visibilidad (intelectual) a la mujer. “También de ayudar a otras chicas a hacerse oír, a hacerse fuertes”, señala. Un cambio de actitud que quieren promover también algunos organizadores de ferias y congresos. No prohíben la presencia de las azafatas o cualquier otro perfil en concreto, pero han modificado las normas de vestuario para que ni los participantes ni los visitantes puedan llevar minifalda.
Los últimos han sido los responsables de la Conferencia RSA, un evento que reúne anualmente a expertos y empresas de seguridad informática en Estados Unidos, Europa y Asia. Un poco antes de la fecha del encuentro estadounidense, celebrado en abril, añadían una cláusula a las reglas de asistencia que obliga a todo el personal de los expositores a “llevar un atuendo profesional”.
No hay ninguna mención específica a las ‘booth babes’, pero por si no estuviera claro que les afecta directamente, otra frase parece dirigida a ellas: “El vestuario excesivamente sugerente o provocativo no está permitido”.
Una medida que beneficia a (casi) todos
“Estamos comprometidos con hacer del Mobile World Congress una experiencia positiva para todos los asistentes”, nos indican desde GSMA, la asociación promotora del evento que tiene lugar en Barcelona. Para cumplir con este compromiso, deben “asegurar un ambiente profesional donde todos los participantes se sientan cómodos”.
Por este motivo, también cambiaron sus normas de vestuario en 2010, utilizando términos similares a los de la RSA y añadiendo algunos ejemplos del tipo de prendas excluidas: 'tops' que muestren un escote excesivo, camisetas sin mangas, blusas ajustadas y faldas, vestidos y pantalones cortos. Además, se reservan el derecho a “solicitar al personal que cambie de atuendo o incluso pedirle que abandone el recinto” si consideran que su vestimenta resulta ofensiva para otros asistentes.
“Una de las principales razones para estas modificaciones es dar una imagen positiva”, opina Spencer Chen, actual director de 'marketing' de Axiom Zen, una incubadora de 'startups' tecnológicas. Chen lleva años organizando la asistencia de empresas del sector a distintas ferias y congresos, una labor que implica la contratación de personal. También ‘booth babes’.
“El equipo de ventas de una empresa suele ocuparse de los eventos (seleccionan a las personas que les representarán) y la mayoría está integrado por hombres”, advierte. Según Chen, esta sería una de las causas por las que las chicas ligeras de ropa tienen sitio en los ‘stands’. Últimamente, la tendencia está cambiando y seguirá en esta línea porque “cada vez hay más mujeres ocupando altos puestos en ‘marketing'”.
Hace tres años, mientras trabajaba en una empresa de ‘software’, Chen quiso demostrar a su compañía lo que hace tiempo venía observando: las ‘booth babes’ no incrementan las ventas de un producto ni los acuerdos comerciales.
Para probarlo, hizo algunas modificaciones en el equipo que acudiría a un congreso tecnológico. Colocó en un expositor a un par de sugerentes jóvenes y contrató para un segundo 'stand' a dos trabajadoras de una agencia a la que transmitió que no buscaba un cuerpo bonito, sino experiencia. El día en cuestión se presentaron en el lugar dos “abuelas”, en palabras de sus compañeros.
Pese a las críticas, los resultados fueron esclarecedores. Las ‘booth babes’ consiguieron un tercio de la afluencia (medida en términos de conversaciones y pruebas de las 'demos') y menos de la mitad de los acuerdos (tarjetas de visita entregadas y contratos firmados) que alcanzaron sus colegas mayores. Dado el éxito de la estrategia, la utiliza siempre que le dejan.
Una función prescindible
Según el experto en ‘marketing’, los ejecutivos no se paran demasiado a hablar con las chicas y mucho menos de negocios. Las ‘booth babes’ no conocen las prestaciones del producto, no se dedican a las ventas y además les intimidan con su aspecto. “Son solo un elemento de distracción y pocas veces aportan un valor real a las conversaciones con un cliente”, dice Chen.
Aquí es donde entra en juego la iniciativa diferenciadora de Gill. Aunque el proyecto lleva en marcha unos meses, ahora está adquiriendo fuerza y cualquier empresa puede unirse a la iniciativa, descargarse el modelo de chapa y adaptarlo a sus colores corporativos.
La desarrolladora sostiene que responder a unas preguntas u otras no debe ser una cuestión de sexo, sino que hay que adaptarse a los conocimientos que tiene cada cual. “Por supuesto yo no podría responder a cualquier pregunta tecnológica porque depende del sector”, dice, pero quiere dejar claro que si esa cuestión estuviera relacionada con su especialidad ella sería una persona adecuada con la que hablar.
Una iniciativa como esta, ¿tenía que ser impulsada necesariamente por una mujer? Gill cree que no hubiera importado que fuera un hombre, pero lo ideal era que lo hiciera alguien como ella que sabe lo que otras mujeres han tenido que pasar, que tiene empatía y ha vivido la situación de forma más cercana. Lo que no entiende es por qué nadie había pensado antes en reivindicar el rol de la mujer como profesional en estas ferias.
Quizá tenga que ver, opina, con que aún no hay “suficientes mujeres en carreras tecnológicas”, a pesar de estar segura de que hay oportunidades para ellas, de que existen muchas empresas que buscan diversidad y a las que les encantaría aumentar el número de empleadas, aunque “tal vez las empresas deberían llegar a ellas con un trabajo más activo”.
Por otro lado, cree que la escasa presencia de mujeres en esta industria puede frenar los deseos de otras a la hora de acceder, y afirma haber escuchado comentarios de chicas que no se sentian cómodas al ser las únicas mujeres (o de las pocas) en una empresa esencialmente “dominada por hombres”.
¿Qué tiene de malo ser una 'booth babe'?
“Al principio, cuando veía que estas mujeres vestían de una manera determinada, no me molestaba”, admite Gill. “Ahora sí, porque me afecta directamente”. A su juicio, la cuestión cobra relevancia cuando la gente asume que en las ferias, si eres mujer, “seguramente no sepas de tecnología”.
Al tratarse de eventos de trabajo, a los que las compañías animan a sus empleados y empleadas a asistir, no ve lógico que alguien vista “de manera inapropiada”. Si en sus centros de trabajo no se encuentran con gente vestida de esa manera, se pregunta, “¿por qué deben hacerlo en otro lugar relacionado con el ámbito laboral?”. Gill no cree que sea algo apropiado “más allá del sector de la moda, y puede llegar a ser desagradable”.
Además, cree que contratar a 'booth babes' es una práctica machista, y preferiría que se prescindiera de las azafatas a menos que sean contratadas con un claro objetivo profesional y cambien su vestimenta, como ya exigen los organizadores de algunas ferias. Las verdaderas “azafatas, auxiliares y asistentes son necesarias, van vestidas de forma ortodoxa y tienen un papel en los eventos”, defiende Díaz.
Pese al escaso valor que aporta su presencia y el rechazo que provocan en una parte de la comunidad, lo cierto es que las 'booth babes' no han desaparecido del mapa. Muchas empresas siguen contando con ellas. Por eso, el equipo de Zerto está preparado para repartir sus chapas en las próximas ferias (desde el CES hasta VMworld, HIMSS o RSA) y anima al resto de compañías tecnológicas a hacer lo mismo para que ni los más despistados vuelvan a subestimar los conocimientos de una profesional cualificada.
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Las fotografías utilizadas en el artículo son propiedad, por orden de aparición, de Iamnotaboothbabe.com, Sergey Galyonkin, Jennifer Gill y Hans De Leenheer