El Teatre Principal de Palma se convirtió el pasado viernes en el escenario de una experiencia teatral profundamente conmovedora con L’adversari, una adaptación del libro de Emmanuel Carrère dirigida por Julio Manrique que aborda el célebre caso de Jean-Claude Romand, el hombre que vivió una doble vida y terminó con la de su familia en 1993 con consecuencias devastadoras para él. La obra explora dilemas filosóficos y universales sobre la identidad, el fracaso y la necesidad de aceptación, a partir de la vida de quien simulara una vida de éxito como médico e investigador.
Con las extraordinarias interpretaciones de Pere Arquillué y Carles Martínez, esta puesta en escena trasciende lo anecdótico para sumergirnos en una reflexión sobre la fragilidad humana, el autoengaño y la lucha interna a la que en ocasiones todos nos enfrentamos. El peso dramático de la obra recae por igual en Arquillué (su versatilidad le permite transitar con maestría por múltiples registros y personajes) y Martínez, quien encarna de forma sublime la desesperación y el vacío existencial de Romand, un hombre atrapado en su propia red de mentiras. Su actuación no solo da vida a un criminal, sino que expone la fragilidad de alguien que, incapaz de enfrentar su fracaso, opta por el engaño y la autodestrucción. Martínez aporta un contrapunto preciso, tejiendo una química escénica con el espectador que enriquece el relato. Ambos protagonizan la relación entre un escritor fascinado por la historia real de un hombre, un asesino que construyó su vida sobre la mentira.
La dirección de Manrique combina sobriedad y precisión, utilizando elementos mínimos, pero efectivos, que potencian el impacto emocional. El cuadro se estructura como una fotografía casi fija, donde el pequeño giro de un objeto adquiere una carga simbólica poderosa. Además, el uso de una pantalla gigante para primeros planos añade una intensidad cinematográfica que acerca al espectador a los detalles más íntimos de los personajes, amplificando la sensación de angustia y claustrofobia de la obra.
La puesta en escena de Manrique no busca consolar, sino incomodar. Cada decisión estética parece diseñada para sumergir al espectador en la mente de Romand, desde la escenografía minimalista hasta el uso simbólico de objetos. El resultado es una obra que no solo narra un crimen, sino que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia humanidad y las máscaras que adoptamos frente a la sociedad que nos rodea.
Romand es presentado como un arquetipo del adversario: no solo un enemigo externo, sino el reflejo de nuestras propias contradicciones internas. La narrativa interpela al público con preguntas inquietantes. ¿Cuánto de nuestra identidad depende de la mirada ajena? ¿Qué ocurre cuando la fachada que construimos comienza a derrumbarse? Estos interrogantes convierten la obra en un espejo oscuro donde se reflejan nuestras fragilidades más profundas.
La narrativa interpela al público con preguntas inquietantes. ¿Cuánto de nuestra identidad depende de la mirada ajena? ¿Qué ocurre cuando la fachada que construimos comienza a derrumbarse? Estos interrogantes convierten la obra en un espejo oscuro donde se reflejan nuestras fragilidades más profundas
Uno de los aspectos más impactantes de L’adversari es cómo aborda el perdón. La obra no ofrece respuestas fáciles; en cambio, confronta al espectador con un dilema ético: ¿es posible perdonar lo imperdonable? La dramaturgia abraza el perdón no como una absolución, sino como una herramienta para liberar a las víctimas del odio y la ira. Esta ambigüedad enriquece el relato, subrayando la complejidad del perdón como un proceso personal y colectivo.
La sala gran del Teatre Principal estuvo llena casi al completo, reflejo del interés que esta propuesta ha despertado en el público. La obra, que todavía puede disfrutarse en varias localidades catalanas hasta finales de diciembre, es un triunfo en todos los sentidos: un texto brillante, una dirección impecable y actuaciones memorables.
L’adversari va mucho más allá de una representación teatral. Se trata de una experiencia que golpea y transforma, dejándonos con preguntas difíciles y una profunda sensación de vulnerabilidad. Una obra imprescindible para quienes buscan en el teatro algo más que entretenimiento: un espacio para la introspección y el cuestionamiento.