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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Aissata, la niña de cinco años que llegó en patera sin familia, tiene ahora un nuevo hogar

Para que esta historia pueda contarse tenemos que cambiar los nombres reales de sus protagonistas. Todo empezó hace unos años cuando una pareja, pongamos que se llamaban, Lluís y Carolina, le dieron vueltas a eso de tener un segundo hijo. El primogénito –llamémosle Toni– tenía ya seis años y parecía que había llegado ese momento de plantearse lo del hermanito. “Pensamos si íbamos a por otro o hacíamos otra cosa: que nuestra familia sirviera para acoger a niños que no tuvieran una”, recuerda Carolina. 

La idea no era nueva para ella. Sus propios padres, cuando era pequeña, se convirtieron en padres de acogida. Y algo de aquella experiencia sirvió también para que acabaran por escoger esa opción. Con el COVID de por medio, el propósito acabó de cuajar en 2021 y, para finales de año, ya estaban inscritos entre las familias Cangur del Institut Mallorquí d'Afers Socials (IMAS) del Consell de Mallorca. El programa está pensado para dar un “contexto familiar normalizado” de forma temporal –en principio, un máximo de dos años– a niños de entre 0 y 6 años cuando “tienen que ser separados de sus padres”. 

Pasaron las entrevistas, las visitas, las disecciones en la pareja, en su familia y en su economía. Su “capacidad de crianza”. El informe de aptitud. En octubre comenzaron el curso de preparación para convertirse oficialmente en familia de acogida. “Fue muy duro, no se ahorran nada. Hubo momentos en que yo pensé ‘con esto no me veo’. Te hablan de niños dañados, de problemas de conducta, e incluso de que Toni, nuestro hijo, lo iba a pasar mal. Te lo replanteas todo, hasta tu forma de educar”, reconoce Carolina. El perfil de menor del que les hablaban era, o eso creían, el más habitual: niños cuya custodia había sido retirada temporalmente hasta que sus padres consiguieran superar sus “dificultades” y volvieran a reunirse. El historial de traumas, problemas y situaciones excepcionales que podían darse parecía bastante amplio. “Pero de la casuística de Aissata no habló nadie”, avanza Lluís. 

La primera vez que sonó el teléfono había pasado un año y medio desde que se graduaron en el programa. Sin embargo, unos problemas familiares y de salud les obligaron a renunciar y seguir esperando. Les dijeron que no se preocuparan, que lo más probable era que tardaran poco en contactarles de nuevo. Lo hicieron en menos de una semana. Aquella llamada es imposible de olvidar. “Nos dijeron que había una niña que había llegado en patera de la mano de una chica más mayor, pero que no sabían si era su hermana. Que estaba en un centro de menores y que lloraba, lloraba mucho”, cuenta Carolina. Les pidieron que se lo pensaran. No lo sabían pero su caso era único.

Nos dijeron que había una niña que había llegado en patera de la mano de una chica más mayor, pero que no sabían si era su hermana. Que estaba en un centro de menores y que lloraba, lloraba mucho

Aissata –pongamos que se llama así– había llegado sólo un par de días antes. Aquel día de abril cuatro pateras alcanzaron Balears. Dos de ellas fueron detectadas por el Sistema Integral de Vigilancia Exterior (SIVE) y sus ocupantes fueron rescatados en alta mar al sur de Mallorca. Aissata iba en una de ellas. Ella, sus cinco años y la odisea que había vivido desde salir de Guinea Bissau hasta embarcar en la costa argelina, incluida la detención de su madre. 

“Era la primera vez que llegaba una niña tan pequeña”, reconoce el jefe de servicio de Apoyo Familiar del IMAS, Joan Escandell. “Hasta ahora el 95% de los menores que han llegado solos en patera han sido adolescentes varones, la mayoría de entre 16 y 17 años. Cuando hace un tiempo detectamos que venían madres con hijos pequeños también nos sorprendió, pero una niña tan pequeña sin familia no había pasado nunca. La madre se la dio a unos conocidos para que embarcara con ellos y pudiera tener un futuro mejor”, explica. 

Cuando hace un tiempo detectamos que venían madres con hijos pequeños nos sorprendió, pero una niña tan pequeña sin familia no había pasado nunca. La madre se la dio a unos conocidos para que embarcara con ellos y pudiera tener un futuro mejor

Aissata es una excepción en mitad de una estadística que muestra cómo el número de menores no acompañados se ha multiplicado en los últimos años en las Islas: los cuatro casos que atendió el IMAS en Mallorca en 2012 se convirtieron en 193 en 2022. De ellos, 81 habían huido de la guerra de Ucrania. Los otros 112 habían huido de países africanos: un 52% procedían de Argelia y un 30% de Guinea Conakry. Su llegada a las costas baleares ha pasado de considerarse “anecdótica” a ser una “realidad frecuente y en continuo crecimiento”. El año pasado, efectivamente, un 96% de los que llegaron eran varones y un 76% tenían 16 y 17 años. “La mayoría quieren llegar a Francia, tienen aún esa idea de Europa, e incluso muchos tienen hermanos mayores ya allí”, explica el responsable. 

En apenas cinco días la pequeña Aissata pasó de cruzar medio África quién sabe cómo a subir a una patera, ser rescatada en alta mar y acabar en un centro de menores a las afueras de Palma. El papeleo, los chequeos, las miradas curiosas. El domingo, ella aún no lo sabía, esperaba a Carolina, Lluís y Toni para que su historia diera la enésima vuelta de tuerca. “En 2001 pusimos en marcha un plan para que los niños más pequeños, principalmente los de 0 a 3 años, pero también los menores de seis y queremos ampliarlo hasta los de diez, no estén en centros sino que pasen a familias de acogida, que es el ámbito natural de la crianza”, afirma Escandell.

En apenas cinco días la pequeña Aissata pasó de cruzar medio África quién sabe cómo a subir a una patera, ser rescatada en alta mar y acabar en un centro de menores a las afueras de Palma

“Verla fue súper impactante”, asegura Carolina. “Ya no lloraba, pero estaba muy seria y callada. Luego nos enseñó su habitación y algún juguete, pero seguía sin hablar”, cuenta Lluís. El silencio continuó cuando llegaron a casa. En unos minutos su salón se convirtió en una especie de mañana de Reyes: por la alfombra desfilaron los mejores juegos de Toni, los muñecos, cualquier cosa que consiguiera que empezara a sentirse en casa. “Y siguió muy seria hasta que Toni sacó las canicas. Entonces se le abrieron los ojos y cambió por completo”, afirma Carolina. Horas después se reía a carcajadas mientras se columpiaba en un parque del barrio y le cogía el móvil para hacer un selfie de las dos.

Frente a los ejemplos de los que les hablaron durante el curso, Aissata llegó casi como una página en blanco. “En otros casos te cuentan todo lo que saben de los niños para que tú puedes gestionar y lidiar con las situaciones que se den”, dice Lluís. De ella no sabían prácticamente nada. De hecho, pasaron días creyendo que su madre desconocía que había llegado bien. “Eso nos angustiaba mucho. Ya éramos padres y necesitábamos que al menos su madre supiera eso, que estaba bien”, añade Carolina. Pasó un tiempo hasta que descubrieron que aquella adolescente que le cogía la mano en la patera la conocía. De hecho, en la primera visita que organizaron entre ella y Aissata, la niña le envió un mensaje de audio a su madre desde el teléfono de la chica. No saben qué le dijo pero que oyera su voz les hizo respirar tranquilos. 

La niña llegó en una patera con una adolescente y, hasta entonces, los padres de acogida no sabían si la madre biológica estaba al tanto de la nueva situación. Hasta que un día la niña le envió un mensaje de audio a su madre desde el teléfono de la chica

Cuando se acabaron las canicas, llegó el baño. Aissata seguía riéndose entre espuma y pompas de jabón. Prueba superada. Luego la cena. Carolina reconoce que googleó qué comidas eran típicas en Guinea. Cocinaron arroz con pollo. Y volvieron a superar la prueba. “Recuerdo que pensé que cogía los cubiertos mejor que mi hijo Toni, que tiene ocho años”, exclama Lluís. Luego llegó la hora de dormir. Ella sola en una habitación y ellos con los ojos y las orejas abiertos a cualquier señal. Nada, Aissata durmió de un tirón. Desde entonces todo ha ido rodado. 

“Dicen que cuanto mayor es el niño mayor es el problema, pero depende de la situación que haya vivido y de las carencias por las que haya pasado. Las afectivas son las peores. Lo que sí es cierto es que hay muchos niños que llegan en patera y tienen mucho miedo y sufrimiento, están muy angustiados. Algunos han pasado horas en la barca, otros han sufrido abusos”, asegura Escandell. De Aissata pensaron que lloraría la primera noche, que colapsaría al recordar algo de la travesía cuando fuera a la playa. Nada. “Nosotros somos los primeros sorprendidos. No la hemos visto llorar por un trauma o por el viaje, sino por no poder ver ‘Peppa Pig’ y por las cosas que llora cualquier niño”, cuenta Lluís sin salir aún de su asombro. 

Nosotros somos los primeros sorprendidos. No la hemos visto llorar por un trauma o por el viaje, sino por no poder ver ‘Peppa Pig’ y por las cosas que llora cualquier niño

La vida cotidiana

Dos meses después, Aissata va a la escuela infantil de su barrio de Palma, donde su profesora se ha convertido en una sorprendida más. No sólo por sus avances –de los que dan muestra las manualidades que cuelgan en el salón de su casa–, sino porque ya responde y entiende tanto si le hablan en catalán como en castellano y suelta sus palabras y sus frases. Cuando llegó les dijeron que hablaba francés, pero en realidad sólo entendía bambara. Y el día que la sentaron frente a alguien que hablaba ese idioma fue el único en que volvieron a ensombrecérsele los ojos.

“Siempre te dicen que tienes que explicarle al niño su situación, dónde está, qué va a pasar, por qué ha llegado hasta aquí… pero nosotros no hemos podido hacerlo y a veces nos preocupa y nos agobia que no entienda lo que sucede”, explican. Ese día que una mujer comenzó a dirigirse a Aissata en bambara no saben qué pasó por la cabeza de la niña. “Queríamos que nos hiciera de traductora para explicarle todo eso, pero se puso muy seria, no llegó a llorar, pero no hablaba. Vimos que no había resultado como esperábamos”, asumen.

En estos dos meses su hermano Toni se ha convertido en alguien fundamental en su vida. “Toni ha sido una suerte para ella, sin él habría sido mucho más difícil su adaptación. Se ha pasado dos meses observándole y viendo lo que hace y cómo lo hace. Ha entendido muchas cosas gracias a él”, asegura la pareja. Cuando llegó su primer día de clase, había acompañado a su hermano tantas veces a ese mismo colegio que no le extrañó quedarse. Cuando empezó natación, le había visto nadar en esa piscina tantas otras que no dudó en lanzarse. En casa, quizá por aquello de la confianza, es sólo ella quien aún pide permiso para comerse una chuche. 

El futuro de la niña

El horizonte de Aissata hoy por hoy es confuso. “Nos dijeron que estaría con nosotros unos cuatro o cinco meses, pero sinceramente no creo que sea tan poco tiempo”, dice Lluís. La normativa habla de un máximo de dos años para tomar una “decisión definitiva” para ella. “Es un plazo orientativo, pero sí es importante poner una fecha, aunque la principal prioridad es que la niña esté bien”, subraya Escandell. 

Esa “decisión definitiva” tiene básicamente tres posibilidades: seguir en acogida –de la temporal podría pasar a la permanente y que su tutela siguiera siendo del IMAS–, irse con una familia adoptiva que se quedaría con su custodia o volver con su familia biológica. Una última opción que depende de que su madre o algún familiar la reclamara formalmente a través de la embajada. “O quizá que apareciera algún pariente que ya resida en España”, plantea el jefe de servicio. 

De todo esto Aissata no tiene ni idea. Tampoco su madre, a la que volvió a ver a través de una videollamada. “Las dos estaban contentas, pero no lloraron”, recuerdan sus padres de acogida. Tampoco Lluís y Carolina saben qué pasará mañana con Aissata. O pasado. “Preferimos vivir el día a día porque ya le hemos dado muchas vueltas”, reconocen. Lo único cierto es que, al convertirse en familia de acogida, renunciaron a serlo de adopción. Aissata podría seguir con ellos para siempre, pero nunca tendrían su custodia.

El futuro de Aissata hoy por hoy es confuso. La familia mallorquina, al convertirse en familia de acogida, renunció a serlo de adopción. Aissata podría seguir con ellos para siempre, pero nunca tendrían su custodia

Cuando se les pregunta cómo se prepara uno a nivel emocional para eso, se quedan en blanco. “Te dicen que desde el primer día tienes que preparar su salida: explicarle la situación al niño, cosa que nosotros no podemos hacer, hacerle una caja con sus recuerdos… Nos dijeron que lo más duro es la separación. Cuando pierdes el norte y fantaseas con cuando Aissata sea mayor tienes una vocecita que te dice que mejor no hagas planes”, confiesa Carolina.

Por el momento, siguen teniendo un teléfono del IMAS 24/7 al que llamar si surge cualquier problema, un técnico de referencia de su caso y un psicólogo al que pueden recurrir para dar apoyo. Pese a que el personal de la institución se encarga de toda la gestión legal de la situación de Aissata en Mallorca, aún no se ha contactado formalmente con su familia para aclarar algo más ese futuro ahora incierto. 

Mientras, Aissata sigue subiendo los peldaños de su integración de dos en dos. Dice “papi” y “mami” y se queda ojiplática con los “bolsillos secretos” que Toni le descubre en los cojines del sofá y que, en realidad, es la cremallera que sirve para sacar la funda. Aún enciende y apaga las luces varias veces como si le fascinara y se enjabona una y mil veces las manos frente al lavabo hasta que las tiene llenas de espuma. “Pensamos que lo más difícil sería conseguir que se relacionara con otros niños, pero ni eso. Ahora llega al parque y se pone a jugar enseguida con cualquiera. ¿Qué hemos hecho para que todo haya sido fácil? Creo que nada, que el mérito es de ella”, resumen.