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La 'ciudad instantánea' levantada en Ibiza en 1971: un millón de grapas y 15.000 metros cuadrados de plástico

Imagen icónica de la 'instant city', dos jóvenes charlan bajo una cúpula de colorines.

Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Eivissa —
4 de diciembre de 2024 22:42 h

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Desde hace dos semanas, Raquel Victoria toma cafés y cervezas en un chiringuito de una cala desierta. El chiringuito cambia en temporada baja a los guiris de la temporada alta por los vecinos que viven en las casas que más cerca quedan de la cala. Muchos son señoras y señores que superan los setenta años. Es la franja de edad que busca Raquel Victoria. Suficientemente mayores para haber visto las imágenes que ella ha ido a buscar a este rincón del norte de Eivissa. Suficientemente jóvenes para que los estragos de la edad no hayan borrado el recuerdo de aquellas semanas en las que en es Port de Sant Miquel se ensayó la utopía dentro de una ciudad de plástico.

Raquel Victoria, graduada en Bellas Artes por la Universidad de Granada, curadora artística y doctoranda, tropezó con la historia. De forma literal: cuando se le pregunta por el inicio de su curiosidad utiliza un verbo muy preciso para concretar la casualidad: topar. “Me topé con la instant city de Ibiza”, dice, y retrocede a 2020, el curso académico del confinamiento. Ella estaba inmersa en su trabajo de final de grado. Buscando referencias se desplegaron ante sus ojos 15.000 cuadrados de PVC. “Hasta entonces no había escuchado hablar de la instant city. Aluciné con todas las cosas que empecé a leer y ver sobre aquel proyecto. Con razón, lo llamaron el Woodstock español. Y había sucedido muy cerca de mi casa, justo en la isla de al lado donde, además, había estado varias veces de niña porque allí emigraron unos tíos de mis padres. La instant city se convirtió en una obsesión y, ahora, tengo el privilegio de poder dedicarle tiempo a investigarlo. Me siento afortunada”.

Ciudad instantánea. Ese es el nombre que recibió la gran estructura que se alzó en es Port de Sant Miquel entre finales de septiembre y mediados de octubre de 1971. Era de plástico e inflable, tan efímera como práctica. ¿De dónde salió? ¿Quién la puso allí, en una cala que había permanecido casi virgen hasta que, unos pocos años antes, habían construido tres mastodónticos hoteles en una de sus laderas? Y, sobre todo, ¿por qué y para qué se hinchó aquella estructura? Muchas de las personas que tuvieron que ver con aquel experimento están muertas. La edad, en los casos más felices; sobredosis o el SIDA, en los más tristes.

Ciudad instantánea. Ese es el nombre que recibió la gran estructura que se alzó en Eivissa entre finales de septiembre y mediados de octubre de 1971. Era de plástico e inflable, tan efímera como práctica. Muchas de las personas que tuvieron que ver con aquel experimento están muertas. La edad, en los casos más felices; sobredosis o el SIDA, en los más tristes

Un millón de grapas y seis grapadoras

Pero una de las dos mentes que la imaginaron antes que nadie sigue tan viva como lúcida. Levanta el teléfono desde un despacho situado en el Eixample y contesta con una precisión increíble a todo lo que se le pregunta. Es minucioso con los detalles y, en su tono de voz, se intuye tanta nostalgia como orgullo. 

– Los organizadores estaban muy asustados hasta que vieron las fotos de la prueba piloto. ‘Ah, quedará más bonito que poner unas tiendas de campaña’. Nos asignaron 10.000 de presupuesto… ni una más; que llegarían, claro, poco a poco, a medida que fuéramos justificando los gastos. Nos buscamos la vida, no nos quedaba otra: piensa que nosotros, que acabábamos de terminar Arquitectura en la Universitat Politènica de Catalunya, éramos parte de la generación que había vivido tan intensamente todo lo que ocurrió después de Mayo del 68. La imaginación al poder.

Para Carlos Ferrater Lambarri (Barcelona, 1944) la instant city ibicenca fue la primera gran criatura que diseñó, el aldabonazo de una carrera que décadas más tarde le llevaría a dibujar los planos de tres manzanas de la Vila Olímpica o de la estación de tren de Zaragoza, y a conseguir importantes premios por varios de sus proyectos. 

Los “organizadores” a los que se refiere Ferrater eran los directivos del ICSID, las siglas, en inglés, del Consejo Internacional de Sociedades de Diseño Industrial. Su congreso, bianual, se celebró en Eivissa justo cuando llegaba el otoño de 1971. La “prueba piloto” fue el primer módulo de la ciudad instantánea que se fabricó, en una planta de Cerdanyola del Vallès, y gracias a la complicidad de Aiscondel, la empresa que acabó facilitando a aquellos jóvenes con greñas –a lo George Harrison– la ingente cantidad de plástico que necesitaban.

La “imaginación al poder” fueron el millón de grapas y las seis grapadoras que consiguieron, gratuitamente, para ensamblar todas las piezas del inflable. El “nosotros”, el pronombre que involucra a los viejos compañeros que le acompañaron en una aventura que, pese a ser muy vanguardista, tenía un objetivo muy prosaico: alojar a los cientos de estudiantes que, desde todo el mundo, viajarían a una isla que ya se había convertido en una de las mecas para los hippies huidos de la Guerra de Vietnam. El congreso de la ICSID no dejaba de ser una excusa, que ni pintada, para reunirlos a todos en aquella ciudad instantánea.

Pensarla, diseñarla, instalarla, y llenarla de almas hedonistas y bohemias, fue una contrarreloj. Carlos Ferrater se encerró con un buen amigo y compañero de promoción, Fernando Bendito, en un “zulo” del barrio barcelonés de Sant Gervasi. En aquella oficina escribieron un manifiesto al que dio su aprobación Luis Racionero. El escritor, algo mayor que ellos, había recorrido de arriba a abajo las comunas de Berkeley, California. De aquel espíritu se empaparon Ferrater y Bendito.

Racionero compartió con ellos su agenda. Estaba llena de las direcciones postales a las que muchos hippies y librepensadores acudían para recoger las cartas que les mandaban. Allí, y a las facultades de Arquitectura y Diseño de universidades neerlandesas, alemanas, británicas, japonesas, indias, chilenas o argentinas llegaron multitudes de sobres. Dentro de ellas, el manifiesto, y el cartel del congreso, un arcoíris sobre fondo negro –dos años antes de que Pink Floyd lo estampara en la cubierta de The Dark Side of The Moon– que diseñó José Manuel Ferrater, hermano de Carlos y, en el futuro, prestigioso fotógrafo de moda. Todo estaba impreso sobre un material atípico. Seda; como pesaba muy poquito, abarataba aquel spam analógico.

“La respuesta fue magnífica. Todo el mundo quiso venir y se las ingenió para estar en Eivissa en septiembre… pero, claro, no por el congreso”, dice Ferrater. “Nosotros no queríamos reventarlo, ni mucho menos. Con los años creo que los directivos de la ICSID acabaron perdonándonos. Éramos amigos o discípulos de los ponentes que iban a hablar en el hotel, pero sí sentíamos que se podían hacer las cosas de manera diferente. Considerábamos que había demasiado inmovilismo en el mundo del diseño y, tanto Fernando como yo, igual que otros amigos que nos echaron una mano, éramos firmes militantes antifranquistas. La instant city fue la oportunidad de lanzar un mensaje”.

Esa proclama era la colectividad. Bajo ese prisma, explica Ferrater, se escribió “la gramática, sencilla, pero esencial”, que convirtió el PVC en una serie de inflables interconectados (un largo módulo central, espacio común, del que surgían células laterales, las habitaciones). Esa “gramática” –Ferrater no usa otro término– fue obra de José Miguel de Prada Poole, uno de los arquitectos españoles más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX. 

Los dos catalanes sabían que el pucelano ya había hecho –y continuaría haciendo tras la experiencia ibicenca– sus pinitos en este tipo de construcciones etéreas. Le enviaron una carta y recibieron de vuelta, más que un plano, un boceto con aspecto de instrucciones de uso. “La gramática”. Según se bajaban de las furgonetas y los coches con los que llegaron a es Port de Sant Miquel –una cala a la que era mucho más fácil acceder por mar que por tierra–, los jóvenes se ponían a cavar una zanja. Allí se grapaba un extremo del plástico, para fijarlo al terreno. En el otro extremo, la pieza se conectaba con la pieza siguiente. Se formaba un arco.

“La tensión membrana de un inflable va en función del radio de curvatura: a más radio de curvatura, más tensión en la membrana. Es así de sencillo”, recita Ferrater, “y te permite llegar a inflables grandes, como la nave comunitaria de la instant city. No entiendo por qué ese tipo de construcción no se utiliza más: sería muy útil en casos de emergencia en los que haya que realojar, temporalmente, a una gran cantidad de personas, como ha ocurrido después de la DANA de Valencia. Es mucho más cómodo y más digno una casa inflable que un pabellón, donde parece que nos almacenan”. 

La tensión membrana de un inflable va en función del radio de curvatura: a más radio de curvatura, más tensión en la membrana. No entiendo por qué ese tipo de construcción no se utiliza más: sería muy útil en casos de emergencia en los que haya que realojar, temporalmente, a una gran cantidad de personas, como ha ocurrido después de la DANA de Valencia. Es mucho más cómodo y más digno una casa inflable que un pabellón, donde parece que nos almacenan

José Manuel Ferrater Fotógrafo de moda

Tan útiles como la funcionalidad con la que De Prada Poole plasmó la idea fueron los contactos del arquitecto barcelonés en la isla. Conocía a Raimon Torres, que era, a la vez, el arquitecto que había diseñado los dos hoteles donde se realizaría el congreso y el arquitecto del Ajuntament d'Eivissa. Su favor fue imprescindible para que todo lo que sucedería durante aquellos veintiséis días no fuera calificado de subversivo por las autoridades franquistas que mandaban en la isla.

Drogas, ¿qué drogas?

A Raquel Victoria, durante sus entrevistas, le han contado que una pareja de la Guardia Civil se acercaba todas las mañanas hasta el inflable. Buscaban droga. Al parecer, no la encontraron. Ferrater no se moja cuando se le pregunta si allí dentro se consumió LSD, hachís, marihuana, otras sustancias. Sí explica, felino, que al volver a Barcelona, terminada la utopía, recibió una llamada en su casa. 

– Señor Ferrater, le llamamos por orden de la Brigada E.

– ¿La Brigada E? ¿Qué significa la E?

– Estupefacientes.

Dejó a su mujer, y a un bebé, su hija, que acababa de nacer, y se presentó sin perder tiempo en la siniestra comisaría de Via Laietana. “Ustedes comprenderán que yo lo que he hecho ha sido diseñar aquella ciudad de plástico, lo que ocurriera allí dentro…”. El arquitecto salió indemne.

Quizás, al comisario de Barcelona le hubiera llegado noticia de un momento muy concreto del festival ibicenco. Un día, lo que vieron los picoletos al bajar a es Port de Sant Miquel fue un tricornio inflable. Era la respuesta de los melenudos, uno de los happenings que se organizaron (hubo música, teatro, arte en vivo, paellas multicolor) en un campamento aeroestático que acabó comiéndose los actos del congreso oficial de diseño industrial. “Las fotografías que se conservan son increíbles. A mí me fascina imaginarme una de las performances que me han contado: un tubo de plástico bajando desde la montaña hasta llegar al mar, donde flota mientras decenas de personas se bañan con la cara oculta por máscaras de plástico. Hoy nos resulta surrealista, en aquella época era plena vanguardia”, cuenta Raquel Victoria. 

La estancia ibicenca de la curadora mallorquina concluye este fin de semana. En Ses Dotze Naus –un espacio de creación y de residencia artística, el benefactor que la ha becado para investigar la instant city– imparte un taller este fin de semana que constará de dos partes. La primera, teórica, será un diálogo sobre la historia del gigantesco inflable. La segunda, práctica, un intento colectivo de construir, entre sus alumnas y ella, un esqueje de la fantasía colorida que imaginaron De Prada Poole, Bendito y Ferrater. “Pero no de la primera ciudad instantánea… sino de la segunda, que me parece más interesante. Descubrirla fue lo que realmente me rompió la cabeza”.

– ¿A qué te refieres con la segunda ciudad instantánea, Raquel?

– Es la parte oculta más interesante de todo este asunto porque no la suelen mencionar en los reportajes que han escrito sobre ella. La escuché nombrar en alguna lección que ha dado Carlos Ferrater sobre el tema [al principio se negó a hablar de la instant city ante universitarios, muchos años después, acabaría aceptando, como homenaje a Yago Conde, un profesor y arquitecto amigo suyo, que siempre se lo pidió, pero al que nunca complació en vida], y ha cambiado totalmente mi manera de enfocar esta historia. ¿Qué pasó? Entre conciertos, paellas multitudinarias, altavoces, fiestas… en aquella comuna acabaron estableciéndose normas. Que si había que quitarse los zapatos, que si no se podía hacer ruido a partir de cierta hora… Es decir, las asambleas de aquella utopía que pretendía vivir al margen del capitalismo se capitalizaron.

– ¿Por qué no funcionó la utopía?

– Es algo que me gustaría seguir investigando, pero intuyo que tuvo mucho que ver que, aunque se sumó gente joven ibicenca, la mayoría de los participantes en el congreso eran hijos e hijas de familias burguesas. Si no, ¿cómo pudieron viajar a Ibiza y estar tres semanas allí pasándoselo tan bien? Eso hay que tenerlo en cuenta. ¿Qué hicieron algunos, sin embargo, entre ellos Ferrater? Recoger el plástico que había sobrado e irse a unos metros de distancia para levantar otra ciudad con cañas y otros materiales que encontraron por la playa. Así que lo que haremos en el taller, sin demasiadas referencias previas, porque quiero que la imaginación vuele, será un homenaje a ese segundo inflable, que fue la contra de la contra.

Desaparece la instant city a cachos

Miquel Escandell, de Can Miquel Marès, fue vecino de la ciudad instantánea. Su casa estaba justo al lado y su teléfono está apuntado en la agenda de Raquel Victoria: es una de las últimas entrevistas que le quedan por hacer. Vio cómo la levantaron, se extrañó ante lo que estaba sucediendo, hizo cábalas sobre si aquella estructura podría mantenerse erguida, le produjo curiosidad lo que sucedía, pero no participó del asunto. Estar y dejar estar, la clásica pose que adoptaron muchos payeses ibicencos ante la aparición de los hippies durante el boom turístico de Eivissa. 

Sí entró este agricultor –y ganadero, recolector, leñador, pescador: las habilidades imprescindibles de todo minifundista insular– en el terreno vecino cuando los cilindros se desinflaron. Cortó varios pedazos y se los llevó a sus corrales para almacenarlos. Durante muchos, muchos años, le sirvieron para tapar algarrobas o grano. El PVC, un material totalmente revolucionario para él, era un aislante fantástico. Su nieta Neus, ingeniera, ha escuchado desde que era una niña historias sobre lo que sucedió durante aquellos días de octubre.

Hay anécdotas similares en muchas otras casas de campo. Una de las fotos de aquella historia que ha sobrevivido muestra a dos mujeres de cierta edad, vestido de trabajo, pelo cubierto y trenzado, mirando el inflable. Están de espaldas al fotógrafo y, según dice, con un deje de malicia, Raquel Victoria parecen preguntarse: “Això què carai és?” [“¿Esto qué leches es?”, en castellano].

Terminados los happenings, aparecieron decenas de carros tirados por caballos. Venían de es Rubió y de Benirràs, las dos zonas más cercanas a es Port de Sant Miquel. Se había corrido la voz; todos los payeses querían su plástico. Como si fuera una Moby Dick multicolor que se hubiera quedado varada en aquella cala del norte de Eivissa, la instant city fue desapareciendo cortada por el filo de navajas y tijeras. 

Durante décadas –han pasado casi cinco y media–, el PVC fue visto aquí y allí en muchas fincas del municipio de Sant Joan de Labritja, al que pertenece este puerto natural de la costa ibicenca. Siempre con una utilidad agrícola. Miquel d'en Marés recuerda que, ya en los noventa, dos tipos con acento catalán “y muy bien vestidos” se acercaron a su casa preguntándole por el plástico. Querían verlo. Él se lo enseñó y ellos se alegraron: se conservaba de forma admirable. Los catalanes bien vestidos eran delegados de la empresa que había fabricado aquellas lonas para que, después, la contracultura arquitectónica levantara una ciudad instantánea a la que Miquel d'en Marès siempre se refiere de una manera muy diferente a la que usaron sus creadores: “Sa xabola”.

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