Cómo los esclavos del franquismo sirvieron para construir la Mallorca del 'sol y playa'
Un telegrama acaba de llegar a Mallorca desde el Ministerio de Defensa. Fechado el 22 de noviembre, da el visto bueno al 'Anteproyecto del ferrocarril militar de la estación de La Puebla al Puerto de Alcúdia'. Es 1938 y el aeródromo de Pollença, próximo a Alcúdia, se ha convertido en la principal base de operaciones de la Aviazione Legionaria italiana desplazada a España para apoyar a los sublevados. A favor del nuevo trazado se muestra Ramón Franco Bahamonde, comandante de aviación en Balears y hermano del que a la postre se convertirá en dictador del país durante cerca de cuarenta años. Su papel es determinante a la hora de autorizar las obras del ferrocarril, presupuestadas en 1,9 millones de pesetas. Los trabajos, sin embargo, no verán la luz, pero se convertirán en paradigma de los trabajos forzados a los que serían sometidos en la isla los presos del franquismo.
La bahía de Pollença, en la actualidad uno de los principales núcleos turísticos de la costa norte de Mallorca, fue durante el conflicto bélico punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas, al igual que durante siglos anteriores lo había sido para las rutas comerciales del Mediterráneo occidental. Frente a sus costas perdió la vida, precisamente, el propio Ramón Franco –tan solo un mes antes de que las obras del tren fuesen aprobadas– cuando su hidroavión, nada más despegar, se precipitó en barrena sobre el mar.
Mientras tanto, el proyecto continuó adelante. Una obra de enorme envergadura impulsada previa expropiación de 187 parcelas y la oposición de quienes comenzaban a vivir del turismo incipiente. En 1940, la necesidad de mano de obra para la fortificación del litoral y el aumento de precio de los materiales y el transporte dejaron definitivamente paralizada la construcción del ferrocarril.
El historiador Miquel Josep Crespí Cifre, autor del trabajo Esclaus a l'illa de la calma. La repressió a sa Pobla durant la Guerra Civil i els primers anys del franquisme, narra cómo se desarrolló el anteproyecto en un contexto en el que el municipio se convertía en escenario de “una de las represiones más crueles” de la época en contraste, señala, con la idílica y tranquila visión de la isla que Santiago Rusiñol había dibujado años antes en sus cuadros: “La Mallorca que describimos es todo lo contrario: cruel y terrible, un lugar del que querrías escapar, pero no puedes”, subraya el investigador en su obra. “Poca gente sabe o poca gente habla de que en Mallorca no solo hubo campos de concentración, sino que fue uno de los primeros lugares de toda España donde los hubo debido a que en la isla triunfó el golpe de Estado”, recuerda.
Después de que, el 19 de julio de 1936, el recién proclamado comandante militar de Balears Manuel Goded declarase el estado de guerra en las islas y asumiera el control absoluto de Mallorca y Eivissa, se desataba una dura represión que, como sostiene el historiador Bartomeu Garí Salleras, ya había sido planificada meses antes del conflicto y sería perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas. Fue en ese contexto cuando entraron en escena los campos de concentración y la utilización de los presos franquistas para erigir y acomodar las infraestructuras a los intereses de los golpistas.
Poca gente sabe que en Mallorca no solo hubo campos de concentración, sino que fue uno de los primeros lugares de toda España donde los hubo
“No se mantendrá en las cárceles, hacinados y ociosos, a los enemigos de España. Quedan muchas carreteras por hacer para permitir este lujo. Han robado mucho oro para tratarles con tanta fineza. En Mallorca ya se está empezando”, advertía, el 1 de diciembre de 1936, una nota oficial publicada en el Correo de Mallorca.
Más de 200 kilómetros de carreteras con mano de obra esclava
Más de 200 kilómetros de carreteras –muchas de ellas todavía en uso, sobre todo en temporada alta con el auge del turismo–, puentes, acueductos, aeródromos, más de 150 nidos de ametralladora hoy visibles en primera línea de playa... Los trabajos llevados a cabo por hasta 15.000 presos procedentes de los más de veinte campos de concentración franquistas en Mallorca permitieron, entre 1936 y 1942, fortificar el litoral, mejorar las precarias comunicaciones viarias y ferroviarias y abrir nuevos accesos a la costa. Como en el resto del Estado español, las autoridades sacaron rédito económico y logístico a sus prisioneros para utilizarlos como mano de obra esclavizada.
“Si España se convirtió en una inmensa prisión, Mallorca lo fue por partida doble a raíz de su condición insular y la cantidad de campos que marcaron toda su geografía”, señala el también historiador Jaume Claret Miranda en el prólogo al libro Esclaus oblidats. Els camps de concentració a Mallorca, de Maria Eugènia Jaume i Esteva (2019, Documenta Balear), uno de los últimos trabajos llevados a cabo en torno a estos centros de reclusión. Francisco Franco había sido jefe militar de Mallorca en 1933 y conocía la deficiencia que había en carreteras y caminos en el litoral mallorquín, dado que sólo eran caminos de herradura utilizados por el campesinado o por señores para llegar a sus tierras. Por tanto, “era urgente la organización y construcción de una línea viaria en torno a Mallorca, sobre todo para poder comunicarse rápidamente en caso de ataque enemigo”, subraya la autora de la obra.
La investigadora señala que la isla fue un lugar donde la represión y el miedo fueron fuertemente aplicados en amplios sectores de la sociedad: “Humillaciones públicas, muertes, aprisionamientos... Fueron muchas las personas que acabaron eliminadas”. Los que no fueron asesinados, señala, fueron encerrados en prisiones donde sufrieron toda clase de torturas y otros terminaron en los campos de concentración: “Serían los encargados de construir el nuevo Estado”.
Los primeros campos de concentración de Mallorca
En Mallorca, los primeros campos de concentración vieron la luz entre diciembre de 1936 y enero de 1937. Las cárceles comenzaron a llenarse con tanta rapidez que muy pronto hubo que improvisar lugares donde recluir a los presos. La acumulación de detenidos en Can Mir, la prisión provincial y el Castell de Bellver llevó a las autoridades fascistas a plantearse, coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, trasladar a los reclusos a los campos de concentración itinerantes que fueron abriéndose a lo largo de la costa de Mallorca, donde eran obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña.
Los prisioneros eran obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña
Los prisioneros eran, además, clasificados en función de su mayor o menor “desafección al Movimiento Nacional” e integraban batallones de trabajo en régimen laboral de esclavitud o semiesclavitud y sin haber sido juzgados ni sentenciados. Al término del conflicto, fueron creados los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores que, entre otros, incluían a los soldados de reemplazo que, tras la movilización general de las 'quintas' de 1936 a 1941 (el comienzo de la conocida como 'mili de Franco'), habían sido considerados por las Cajas de recluta como “desafectos”. Finalmente, en 1942 fueron instituidos los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados, compuestos ya únicamente por condenados a penas de cárcel hasta su disolución en 1945.
La Siberia mallorquina
Uno de los campos de concentración en los que los presos sufrieron las condiciones más duras fue el de Albercutx, en plena Serra de Tramuntana. Rodeado de bosque y con temperaturas gélidas, llegó a ser conocido por los reclusos como 'La Siberia mallorquina'. “Las condiciones de vida a causa del frío, que ni los mismos guardias podían en ocasiones resistir, eran de una dureza incalificable”, relata Antoni Oliver en La vida als camps de concentració a Mallorca (1986, Memòria Civil). A todo ello se sumaba la pésima alimentación y los frecuentes castigos impuestos a los internos.
La finalidad de este campamento era, principalmente, la construcción de la carretera que unía –y une– el Port de Pollença y Alcúdia, además de la ejecución de una nueva vía que debía enlazar el Port de Pollença y Formentor con Sa Talaia, torre de vigilancia construida en el siglo XVII frente a las frecuentes incursiones de piratas y corsarios. Los presos del campo de Albercutx también intervinieron en la construcción de tres piezas antiaéreas y tres dependencias destinadas al destacamento militar allí desplegado. Las obras de la carretera se dieron por finalizadas en marzo de 1941 y, en la actualidad, una placa ubicada al inicio del camino hacia la torre recuerda quiénes fueron sus constructores. A 380 metros sobre el nivel del mar, la atalaya constituye en la actualidad uno de los miradores más privilegiados de la isla.
Fusilamientos en el Fortí de Illetes
Sin embargo, una de las imágenes que reflejan con mayor virulencia los horrores de la represión en Mallorca procede del Fortí de Illetes, en Calvià, donde fueron recluidas y ejecutadas decenas de víctimas del alzamiento militar. “Normalmente, al oscurecer, se llamaba a los condenados a muerte para 'entrenarlos' en capilla y a la mañana siguiente fusilarlos. Al clarear el día se oían gritos de '¡Viva la República!', '¡viva el socialismo!', '¡viva la Democracia!'. Y, casi al momento, una detonación cerrada…”, rememoraba en sus memorias Josep Pons Bestard, uno de los reclusos que sobrevivió a las atrocidades cometidas en esta prisión militar, configurada en su día como parte del sistema defensivo global de la Bahía de Palma.
Durante los últimos años, la Asociación Memòria de Mallorca reclama la protección de la infraestructura, único centro de represión y fusilamiento de la isla y cuyos restos aún permanecen visibles en la zona, muy próximos a un instituto público, el IES Bendinat. En 2003, el Consell de Mallorca lo declaró Bien de Interés Cultural, pero la entidad lamenta que la propiedad actual, un fondo de inversión británico y alemán que infructuosamente intentó convertirlo en un balneario termal para turistas, lo tiene “totalmente abandonado”, incumpliendo la obligación de garantizar su mantenimiento y de abrirlo al público, tal como marca la Ley de Patrimonio Histórico.
A las afueras del municipio de Artà, al nordeste de Mallorca, aún se aprecian las ruinas de otro de los campos de concentración que el franquismo levantó en la isla: el Son Morey, en s'Alqueria Vella. Al anochecer de un día de diciembre de 1941, llegó hasta la estación del tren un batallón de trabajadores procedentes de la península. Uno de aquellos prisioneros, Roque Yuste Giménez, relata en sus memorias, Añorando la República, cómo los introdujeron “en vagones de ganado para no perder la costumbre de maltratarnos”. Una vez en la estación, pasaron la noche “dentro de los almacenes y corrales como si fuésemos mercadería a punto de ser embarcada”, apuntaba, por su parte, Aurelio Conesa, otro de los presos que vivió el aciago día a día del campamento. Su relato se encuentra recogido en L'últim estadà de l'inhòspit (1993, revista Bellpuig), del investigador Pere Ginard.
Al día siguiente, temprano, todos ellos partieron por empinados caminos de carros hacia Son Morey, donde se instalaron tiendas de campaña. “En cada una colocaron a unas 50 ó 60 personas. Estábamos tan estrechos que creo que, a la hora de dormir, si uno se quería girar debíamos hacerlo todos juntos”, manifestaba Conesa.
Respecto a la alimentación, uno de los testimonios más duros que se conservan es el de Federico Álvarez Pérez. Su hija, Maria Leonor, recuerda que, tras su paso por el campo de concentración, su padre puso una condición en casa: “La mesa debía estar siempre llena para comer, con mucha comida. Y así fue. Yo era la mayor de seis hermanos y siempre vi una mesa llena de comida. Mi padre había pasado tanta hambre que no quería volver a sufrirla más. Todo lo que ganaba se lo daba a mi madre, que era quien administraba la casa. Él solo se quedaba dinero para ir a tomarse un café...”.
El trabajo diario entre montes selváticos y barrancos rocosos
Sus manifestaciones quedaron plasmadas en la obra Esclaus per fortificar Mallorca. Els presos de Franco a Artà (1941–1942), de Jaume Morey Sureda (2016, Lleonard Muntaner). Hasta un total de 739 hombres fueron destinados a la construcción del camino a la 'Posición Farruch', donde se instalaría una batería de defensa incluida en el conocido como 'Circuito estratégico'. “De inmediato comenzamos a construir una pista o carretera estrecha, con el fin de conducir los pertrechos necesarios para la instalación y mantenimiento, en las futuras posiciones, de emplazamientos de artillería pesada frente a Menorca, en las montañas más altas del cabo Ferrutx, atravesando montes selváticos, barrancos rocosos y pendientes pronunciadas. En aquella época todo se hacía a base de pico y pala y barrenos, al menos nosotros. No teníamos otras herramientas más eficaces y todo era con esfuerzo humano muy barato, es decir, con esclavos”, afirmaba Roque Yuste.
Las humillaciones eran frecuentes y las condiciones, difíciles de soportar. No en vano, Conesa, entrevistado por Morey, explicó que el primer día de trabajo uno de los presos no pudo resistir la dureza del traslado y acabó falleciendo. Al día siguiente lo trasladaron a Artà para enterrarlo en la fosa común del cementerio. La dureza de las labores que debían llevar a cabo, el régimen disciplinario, las pésimas condiciones higiénicas y el escaso alimento provocaron que algunos de los presos fuesen trasladados al hospital militar de Palma.
En aquella época todo se hacía a base de pico y pala y barrenos, al menos nosotros. No teníamos otras herramientas más eficaces y todo era con esfuerzo humano muy barato, es decir, con esclavos
“Afortunadamente, y de forma inesperada, en este centro encontramos a una buena persona: el director del hospital de Palma, que al ver que le enviaban casi cadáveres se quedó a cuadros y dijo que no quería hacerse corresponsable de aquella monstruosidad”, manifestaba, por su parte, Paulí Pallàs, quien pasó por varios campamentos de presos españoles antes de ser enviado a Artà. A raíz del impacto que el trato inhumano que recibían los presos provocó en el responsable del centro sanitario, el capitán general se presentó en Son Morey, ordenó cambiar a todo el comando y, a partir de entonces, comenzaron a “respetarles como personas”. “No nos faltaba la comida y el agua. Y de eso podíamos dar gracias al director del hospital de Palma”, concluía Pallàs, quien en 2005 publicó sus memorias, Vides truncades. Memòries d'un Quinto del Poum.
Los presos allí recluidos construyeron el campamento y la carretera en los terrenos de la Alqueria Vella, finca que el Govern adquirió en el año 2000 y que hoy da la bienvenida al Parc Natural de Llevant. Con la disolución de los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, las obras iniciadas por los prisioneros quedaron inacabas y en el lugar quedó a medias una carretera que en la actualidad no conduce a ningún sitio.
Comienza la fortificación del litoral
Finalizada la Guerra Civil y con el estallido la Segunda Guerra Mundial, los intereses constructivos cambiaron. Ante el nuevo escenario, el litoral mallorquín comenzó a colmarse de infraestructuras de defensa, a cuya edificación fueron destinados los esclavos del franquismo procedentes de los campos de concentración que aún permanecían abiertos en Mallorca, como el de Son Morey, es Rafal des Porcs en Santanyí o el de Coves Blanques en Pollença. Dada la situación estratégica de la isla, las autoridades ordenaron erigir búnkeres y nidos de ametralladora ante el temor de una invasión por parte de las tropas aliadas.
Entre ellos, el 1 de agosto de 1940 fue aprobado un presupuesto de 324.900 pesetas para la construcción de 18 nidos entre Cala Figuera y Sant Elm, al noroeste de Mallorca, con el objetivo de “obstaculizar un enemigo en el momento preciso de su desembarco”, como consta en la documentación conservada en el Arxiu Militar de les Illes Balears y recogida por Maria Eugènia Jaume. En la zona nordeste, dispersados entre Alcúdia, Pollença y Formentor, fueron proyectados otros 28. En total, se han identificado hasta 153 búnkeres a lo largo de las costas de Mallorca, todos ellos construidos por los presos del franquismo. Erigidos bajo tierra o camuflados como casetas de pescadores por razones de seguridad, nunca llegaron a ser utilizados y, al término del conflicto bélico, acabaron abandonados, al igual que las carreteras que aún se encontraban en construcción.
En la actualidad, muchos de los nidos de ametralladora asoman en las playas de Mallorca, como en la emblemática Es Trenc, cada vez más expuestos al aire libre y más próximos al mar debido al imparable proceso erosivo y la pérdida de superficie que sufre buena parte de las playas de Balears. “Si antes se extrajo de los presos un rédito militar, ahora éste se ha transformado en rédito turístico”, comenta Maria Eugènia Jaume. Basta con ir a Es Trenc o atravesar las carreteras atestadas de turistas en verano –aquellas en las que un día trabajaron miles de manos esclavizadas– para comprobarlo.
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