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El surfista español que se salvó con su tabla de los incendios de Hawái: “Mi solución era el mar”

Esther Ballesteros

Mallorca —
30 de agosto de 2023 22:20 h

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Es el único español del que se tiene constancia que pudo escapar del fuego. El mallorquín Carlos Amaya se encontraba surfeando en Hawái cuando, a mediados de agosto, las llamas comenzaron a devorar la histórica ciudad de Lahaina. Cuando el incendio estaba prácticamente encima y él, atascado en una fila de coches que apenas podía moverse, cogió su tabla de surfear y lo dejó todo. “Mi solución era el mar. En el último segundo cogí el pasaporte. Todo sucedió a una velocidad de vértigo, pensaba que me iba a morir si me quedaba un minuto más”, relata Amaya, de 30 años, quien se encontraba en la isla americana para dar rienda suelta a una de sus mayores pasiones: el surf.

Amaya, quien desde hace siete años vive en Colombia, donde junto a otros dos amigos puso en marcha la Fundación Costeño Social para ayudar a niños sin recursos, se hallaba de vacaciones en Hawái pero nunca imaginó que una catástrofe de la magnitud de la que ha devastado Lahaina pudiera sorprenderle. La tragedia dejó a su paso más de 115 muertos y cerca de 400 desaparecidos. Mientras, los vecinos que han sobrevivido y que han perdido sus viviendas y todas sus pertenencias intentan recomponerse entre la incertidumbre sobre su futuro y el descontento por la actuación de las autoridades. Hasta que el fuego arrasó todo, el fútbol y las misas unían a la comunidad latina de la zona. Ahora todo se concentra en ayudar a las víctimas con oraciones, reparto de productos básicos y búsqueda de consejería legal.

El joven mallorquín, que tras los hechos difundió un vídeo en su cuenta de Instagram para ayudar a otras personas a sobrevivir en situaciones similares, cuenta que se encadenaron numerosas variables para que se produjera la catástrofe. El fuerte viento que comenzó a azotar la zona lo condujo a mediodía hasta un parking para resguardarse. “Era muy oscuro y no podía ver lo que pasaba fuera”, recuerda. De repente, comenzó a oler a quemado y las nubes se hicieron cada vez más espesas. “Salí corriendo con el coche, pero la entrada estaba saturada. Empecé a entrar en pánico”, asegura.

“Las condiciones eran perfectas para una catástrofe extrema”

El fuego avanzaba a la velocidad del viento, a unos 150 km por hora, con el inconveniente de que todas las casas eran de madera y el ambiente, muy seco. “Las condiciones eran perfectas para una catástrofe extrema. En menos de tres minutos las llamas estaban encima. Nunca en mi vida imaginé que el viento pudiera empujar el fuego a esa velocidad”, incide. Ante tales circunstancias, Carlos comenzó a deliberar si continuaba en la fila de vehículos o tomaba otro camino, pero apenas le dio tiempo a pensar cuando de repente vio el fuego “volando” y a notar el intenso calor.

En menos de tres minutos las llamas estaban encima. Nunca en mi vida imaginé que el viento pudiera empujar el fuego a esa velocidad

“Hice marcha atrás como un loco, di la vuelta y me metí en un parking de cemento. No veía nada”, cuenta el joven, quien tampoco sabía qué se iba a encontrar en el mar, porque “con el viento las corrientes son muy fuertes”. Aún así, confiesa que era mejor huir hacia el agua que “morir quemado”, por lo que agarró su neopreno y saltó la verja hacia la calle principal que rodea el mar.

Con todo, el destino hizo que finalmente no le fuera necesario hacer uso de su tabla. Mientras todo iba quedando reducido a escombros, en su huida se topó con un edificio fuera del foco principal del fuego en el que se hallaban resguardados varios vecinos de Lahaina. Entre ellos se encontraba Charles. Todos ellos se encontraban en la quinta planta observando cómo las llamas devoraban todo a su paso. No había señales de emergencia ni avisos de evacuación. Y finalmente el incendio se les echó encima: “Vimos cómo el fuego atravesaba la colina y llegaba hasta nosotros. Carlos nos dijo que teníamos que irnos de inmediato y nos ayudó a ponernos a salvo”, relata Charles, uno de los numerosos residentes de la zona que se ha quedado sin vivienda. 

El mallorquín decidió además poner en marcha una campaña de crowdfunding con el objetivo de recaudar fondos en apoyo a Charles, quien en estos momentos permanece en un alojamiento temporal y quiere volcarse, con el dinero recibido, en ayudar a construir nuevas viviendas para los damnificados por los incendios.

Días después, Carlos regresó al punto en el que, antes de que la desesperación le hiciera buscar una salida, había quedado atrapado con su coche: los vehículos se encontraban reducidos a cenizas y de las viviendas apenas quedaba una estructura desnuda. “Me entraron ganas de llorar. Si hubiera esperado en la fila de coches no sé si lo hubiera conseguido. Fue una auténtica locura”, recuerda.

Ahora ya se encuentra de vuelta en Colombia. Allí gestiona junto a sus dos amigos un proyecto social que, como explica en declaraciones a elDiario.es, poco a poco fue cogiendo forma hasta transformarse en una fundación que trabaja con niños sin recursos. La Fundación Costeño Social, ubicada en la Sierra Nevada de Santa Marta, en el Caribe colombiano, proporciona talleres de formación de distinta índole con una metodología de enseñanza alternativa enfocada en el contexto en el que viven: el surf como motor educativo y social, el arte, el yoga, la cocina y la gastronomía, la informática, el inglés...

Días después, Carlos regresó al punto en el que había quedado atrapado con su coche: los vehículos se encontraban reducidos a cenizas: "Me entraron ganas de llorar. Si hubiera esperado en la fila de coches no sé si lo hubiera conseguido"

“Eso es lo que hago principalmente en Colombia. De hecho, compramos un terreno entre los tres socios y destinamos la mitad de la tierra al desarrollo de la fundación, donde hemos construido una biblioteca en la que impartimos los talleres”, relata Amaya, quien explica que la infraestructura va poco a poco aumentando y proporcionando una mayor variedad de talleres, con una mejor calidad respecto a los inicios.

Continúa la búsqueda de desaparecidos

Mientras tanto, en Hawái, continúa la búsqueda de personas desaparecidas y los supervivientes intentan salir adelante. La necesidad sigue siendo tan grande que cuando los barcos se acercan a la parte occidental de la isla con ayuda, la gente corre por la playa para recibirlos. A su vez, la congresista estadounidense Jill Tokuda instaló un centro de atención de servicios federales al que llegaron decenas de damnificados del mayor desastre natural en la historia reciente de Estados Unidos para intentar reponer sus documentos personales.

“Queremos sacar nuestros documentos, nuestras casas se quemaron. Todo se nos quemó, estamos tratando de sobrevivir”, afirma, en declaraciones a Efe, Iris, una migrante mexicana que vive en Lahaina desde hace 23 años. Del mismo modo, la organización sin ánimo de lucro Pacific Whale Foundation entró en acción inmediatamente después del incendio, recogiendo donativos para sus trabajadores que perdieron sus casas y utilizando los barcos de las excursiones para llevar suministros a las zonas necesitadas. “Es gente ayudando a gente”, afirma Dayna Garland, de Pacific Whale Foundation, voluntaria de la entidad. “No sabemos sentarnos a esperar”. Por su parte, Charles, el hombre al que ayudó Carlos Amaya, asegura que intenta “vivir el momento y darle un sentido a todo esto”. “A veces eso es sólo lo que puedo hacer, estar aquí y ahora. Es como volver a nacer, llegar al mundo desnudo porque todo se fue”, sentencia.