Lo que ha hecho el rector de la Universidad Rey Juan Carlos está feo. Es importante decir esto para mitigar cualquier opinión tipo “Sálvame Deluxe Trump” de antemano. Aprovecharse del trabajo de otros en beneficio propio no está bien.
Pero a pesar de lo que pudiera parecer, en muchas ocasiones el contexto académico no dista tanto del de un DJ: se trata de hacer una composición a partir de piezas de terceras personas. Lo que suele determinar un uso saludable de las ideas de terceros es la noción de cita. La diferencia en este caso entre el DJ y el profe de universidad es que en el caso del primero es culturalmente aceptable no citar la fuente. En el caso del segundo no. Por último, en España el derecho a cita está regulado por la Ley de Propiedad Intelectual y determina claramente en qué casos y cómo puede hacerse uso de una cita proveniente de una obra escrita, sonora, visual o audiovisual.
Pero más allá de lo legal, el debate que es interesante plantear es en torno a lo cultural. La crítica a las restricciones que impone “la cultura del copyright” ha sido ampliamente criticada por muchos colectivos, especialmente los artísticos o culturales. Durante los finales de los años 90 e inicio de los 2000, proliferaron iniciativas que se adscriben al denominado Movimiento Copyleft“. Dicho movimiento promovía una gestión de la propiedad intelectual adaptada a la cultura digital: no se trataba de disolver la autoría (como muchas personas piensan erróneamente) sino de regular en qué casos sería aceptable que se produjera un ejercicio del derecho de autor que permitiera la libre distribución de copias y versiones modificadas de una obra u otro trabajo, exigiendo que los mismos derechos sean preservados en las versiones modificadas. Un gran documental (al que el título de este post hace honor) es ”¡Copiad, Malditos!“ de Stéphane M. Grueso, contribuyente de este blog).
De dicha asunción nacieron las licencias Creative Commons, que permiten al autor elegir si su obra podía o no ser modificada, si podía o no ser utilizada comercialmente por terceros y si quería poner la condición de usar una misma licencia a terceros. En ninguna de las licencias Creative Commons se plantea la no cita del autor. Hay quien como el colectivo de escritores anónimos Wu Ming piensa que todo se basa en facilitar el código fuente (metáfora en la que se basa en Software Libre): “El código fuente de una narración es un texto anotado, un hipertexto con referencias, ventanas, imágenes, citas, señales […] Un mapa con el cual partir en dirección a ulteriores exploraciones y recorridos. Si no es así, estoy enseñando sólo una porción del territorio: sin indicaciones sobre el recorrido, sin estrellas” (Wu Ming 1, “Mitología, épica y creación pop en tiempos de la Red”, 2007). En definitiva, facilitar el código fuente es una responsabilidad de quién decide crear críticamente en el siglo XXI.
Pero hay una versión todavía más radical (que atenta directamente a la noción romántica de autoría) y es como la artista e investigadora Nina Paley dice que “toda obra es derivada”. Asumir que todo es una remezcla (tal y como dice en esta magnífica serie documental Kirby Ferguson también) pasa por entender que tanto el profesor de Universidad como el DJ crean continuamente a partir de obras que a su vez se basan en otras obras precedentes y así sucesivamente. La creación es indiscutiblemente un proceso colectivo. Y de nuevo, esto no niega por completo la autoría. Simplemente la contextualiza y explica que creamos por repetición, imitación, versión, copia mejorada, etc.
De hecho, hay una bella coincidencia entre Foucault y 4Chan: uno teorizó sobre la muerte del autor mientras que otros la practican. Decía Foucault en “¿Qué es un autor?” que “Dicha noción de autor constituye el momento fuerte de individuación en la historia de las ideas, de los conocimientos, de la literaturas, también en la historia de la filosofía y en el de las ciencias. Incluso hoy, cuando se hace historia de un concepto, o de un género literario, o de un tipo de filosofía, creo que en ella no se consideran menos tales unidades como las escansiones relativamente débiles, secundarias y sobrepuestas en la relación con la unidad primera, sólida y fundamental, que es la de autor y de la obra (...) Tomo de Beckett la formulación del tema del que quisiera partir: ”Qué importa quién habla, dijo alguien, qué importa quién habla“. En esta indiferencia, creo que hay que reconocer como uno de los principios éticos fundamentales de la escritura contemporánea”. Digo “ética”, porque esta indiferencia no es tanto un rasgo que caracteriza la manera en que se habla o en que se escribe; es más bien una especie de regla inmanente, retomada sin cesar, nunca aplicada completamente, un principio que no marca la escritura como resultado sino como práctica“.
“Qué importa quién habla (...) como principio ético de la escritura contemporánea” es prácticamente el encabezado de “Las reglas de Internet” creadas en 4Chan. Tal y como cita Jaron Rowan en “Memes: Inteligencia idiota, politica rara y folclore digital”: “pese a tratarse de una serie de enunciados jocosos nos pueden ayudar a entender el tipo de sociabilidad que acontece en este sitio (de forma específica en el canal /b/ de la plataforma; es el canal aleatorio en el que puede acontecer cualquier conversación sobre cualquier tema. Apenas está moderado y es uno de los sitios más salvajes e increíbles de Internet). La regla 3 es «somos anónimos». La 13, «cualquier cosa que digas puede ser convertida en otra cosa». La 20, «nada se debe tomar en serio». La 21, «los contenidos originales solo lo son
durante unos segundos, antes de hacerse viejos». La 22, «el copy-paste se ha
diseñado para arruinar cualquier principio de originalidad». La 23 dice exactamente lo mismo que 4chan para lanzar una hipótesis que nos ayude a comprender los memes: parte de su estética viene definida no tanto por decisiones de diseño sino por las posibilidades materiales (affordances) del medio en el que nacen y prosperan“.
Este ecosistema mediático en el que proliferan los memes, los GIFs, los mashups y las manipulaciones es en realidad un sistema operativo que fagocita continuamente la remezcla de contenidos y es en el que ya vivimos. Y ahí se plagia todo el rato o como mínimo se tiene una noción de autoría muy laxa. Por tanto, más que negar esta realidad (que no es futurible, es presente) legalmente hay que plantear una regulación acorde y culturalmente hay que preguntarse, cuando se plagia, ¿se hace a favor de los poderosos o por el bien común? Ese debate puede ser mucho más productivo que lamentarse por la piratería o el plagio. Lo que está en decadencia no es la cultura, es un modelo de industria cultural.