“No nos rompáis el corazón”: si alguien pasó por la calle Olmo del madrileño barrio de Lavapiés el fin de semana del 5-6 de marzo, tal vez pudo leer ese lema en una pancarta escrita con letra infantil y depositada en una ventana del viejo edificio que acoge al colegio de primaria Antonio Moreno Rosales. ¿De qué historia nos habla esa pancarta?
La noticia del cierre
La noticia del cierreViernes 4 de marzo. Agitación y revuelo en el Moreno Rosales, el único colegio público de Lavapiés. En la última reunión de padres, días antes del periodo de matriculación para el curso que viene, la Comunidad de Madrid, a través de la dirección del centro, propone como punto de discusión un “estudio de viabilidad del centro”.
En la reunión se anuncia que las instalaciones del colegio no son adecuadas, se dice que los niños se merecen algo mejor y se propone la fusión con el colegio Menéndez Pelayo a partir de septiembre. En realidad, no hay información. No se presenta ningún estudio de viabilidad. No hay espacio para debate alguno. La decisión parece tomada. Lo que se hace es abrir un sondeo de opinión en torno a la fusión: “¿Con el Menéndez Pelayo? ¿Y, si no, adónde?”
La noticia cae como una bomba entre las familias allí presentes (que no son todas), pero la reacción es inmediata y unánime: nadie se quiere ir del barrio, todo el mundo quiere permanecer en el Antonio Moreno Rosales. Obra sí, cierre no.
En movimiento
En movimientoConozco a Ana Useros y a Gema Sanz desde hace muchos años. Sé que dieron muchas vueltas para encontrar un buen colegio para su hija Juana. Al principio, buscaban uno más alternativo y que ofreciese una educación menos tradicional, donde el alumno no se considerase principalmente como un vaso vacío en el que verter el conocimiento. Finalmente, optaron por el Antonio Moreno Rosales: un colegio público, a cinco minutos de su casa, con un porcentaje muy alto de familias de origen extranjero. Juana tendrá, así, las mismas opciones y los mismos problemas que cualquier niño de su entorno.
Ambas están decididas a dar la pelea por el colegio y, enredadas con otras padres y madres, empiezan a moverse enseguida. El mismo viernes se dedican a informar a los familiares que no se habían enterado de la decisión. A las 12 de la mañana, a las 4 de la tarde, conversan en la puerta del colegio con todos los que pueden: a algunos no les ha llegado la notificación con la información, los hay también que no manejan con desenvoltura el castellano. El sábado redactan una petición en change.org y empiezan a recoger firmas.
“[Esta decisión] es un grave perjuicio, no solo para las familias actuales, sino para los cientos de familias que vivan en el barrio en los próximos años y para el tejido social y económico de Lavapiés, una zona de alta densidad de población y, en concreto, de población infantil, con colegios ya saturados (…) La merma en la calidad de vida para estos niños y familias será grave (una hora de camino a pie diario, o necesidad de pagar todos los días transporte), pero, además, el cierre de un centro educativo es una pérdida para el barrio y para el conjunto de la enseñanza pública (…) ¡El cole es vida, la vida es barrio!”.
Los vínculos en el barrio se activan. Antiguos alumnos firman la petición en change.org y se acercan en persona al colegio para preguntar qué pueden hacer. Los vecinos se llevan las hojas para firmar y las distribuyen. Otros colegios se ponen en contacto con el Antonio Moreno Rosales interesándose por su situación. Los numerosos colectivos y asociaciones de Lavapiés difunden y colaboran. La amenaza despierta lo común.
El lunes 7 todo el mundo se ha enterado ya de la decisión. Comisiones Obreras la pública en su web, también Madridiario. Se manda un escrito y las firmas a la Comunidad de Madrid. Han firmado más de 35 grupos y organizaciones de lo más diversas: el club de fútbol los Dragones de Lavapiés, el PSOE Madrid, la Bangladesh Association, las parroquias del barrio, etc. La Comunidad responde: “no hay comunicación oficial de cierre”. No la hay, en efecto, pero la fusión implica el cierre.
El modelo del colegio de proximidad
El modelo del colegio de proximidadEl edificio del colegio Antonio Moreno Rosales es viejo y tiene muchos problemas. Tal vez los niños podrían ir a otro centro con mejores instalaciones. ¿Qué es lo que se pierde si se cierra el Moreno? “En primer lugar, se pierden 200 plazas públicas”, me responde Ana. “No hay más colegios con plazas en el área. Están saturados”.
En efecto, el Antonio Moreno Rosales es el único colegio público del distrito 28012, el triángulo que da forma al barrio de Lavapiés. El colegio Emilia Pardo Bazán, el más cercano, pertenece ya a Embajadores. “Si se cierra el cole, nos sacan del barrio”, remacha Ana.
Pérdida de plazas públicas en el barrio. “Eso para empezar”, continúa Gema, “pero no solo eso. Es como si se cierra una tienda de barrio o un centro de salud. Lo que se pierde son todos los elementos positivos que implica para la vida individual y colectiva el modelo de los colegios de proximidad”. ¿Y cuáles son esos elementos positivos?
La tienda de barrio y el centro comercial
La tienda de barrio y el centro comercial“Un colegio de proximidad tiene que ser pequeño”, explica Ana. “No para 1.000 personas, sino necesariamente pequeño. Hay pocos niños, se conocen todos, el director y los tutores se saben el nombre de todos los niños y de muchos padres. Así se genera un espacio seguro”.
“Hay que tener en cuenta que son niños pequeños”, Gema sigue tirando del hilo, “tienen 4, 5 o 6 años. Son niños chicos y necesitan un entorno de seguridad y confianza. No llegar el primer día y perderse en un espacio de 1.000 personas, como si estuvieran en un centro comercial”.
La tienda de barrio y el centro de salud. El centro comercial. Imágenes de lo que está aquí en juego. La confianza de la cercanía, la hostilidad y la extrañeza de un espacio poco habitable.
El colegio como red
El colegio como redLa proximidad no implica necesariamente un método pedagógico particular, pero sí favorece un respeto, una apertura al otro y ciertos apegos. En la puerta del colegio, a las 12 de la mañana, hablo con algunos otros padres y madres que esperan la salida de sus niños. Mohammed, Sevil, Maherun... todos ellos me insisten en que el colegio es “muy familiar”. El colegio les da una confianza que no saben si tendrían con otros colegios de la zona. Es un colegio que acoge. La preocupación por el bienestar físico de los niños se lleva al extremo. Las familias con dificultades para desenvolverse -por el idioma, por la cultura- encuentran en el colegio mucho apoyo: ayuda con cuestiones burocráticas, consejos sobre servicios sociales básicos, mediación con las administraciones, etc. El colegio hace un poco de red para la gente que ha llegado hace poco y que aún carece de ella.
Marea infantil
Marea infantilUn colegio construye un mundo, pero puede ser un mundo desconocido para los que no lo viven desde dentro. En la conversación, Ana y Gema desenredan dimensiones muy bellas y valiosas de ese mundo que pasan seguramente desapercibidas. Por ejemplo, me describen las escenas cotidianas de esas riadas de niños de camino al colegio que se forman todas las mañanas en Lavapiés. “Nada de esto es baladí, los niños aprenden así a conocer el barrio, pero también los padres. Eso es socializar. Eso es calidad de vida. Todo esto se pierde si obligamos a los niños a ir al colegio enlatados en los medios de transporte a un lugar lejano”, afirma Gema.
Me pregunto si desde los despachos donde se diseñan las “políticas estratégicas” sobre educación se advierten y se hacen cargo de lo que supone cortar todos esos lazos tan importantes. Entre las familias y el colegio cercano, entre el colegio y el barrio, entre un niño y su mejor amigo que de pronto vive lejísimos. “No nos rompáis el corazón”. ¿Se ven y se valoran todas esas dimensiones de la experiencia cotidiana o son detalles insignificantes vistos desde lo alto y desde lejos? ¿Se escuchan o se sobrevuelan los territorios de vida sobre los que se decide? El carácter de una administración depende enteramente de esta sensibilidad.
Convivencia entre diferentes
Convivencia entre diferentesEn la puerta del colegio hablo con familias chinas, turcas, kurdas, marroquíes, bangladeshíes, etc. ¿Qué implica este alto porcentaje de migración? “Hay una comprensión y un respeto enorme”, me explica Gema. “Por ejemplo, la cuestión de la comida no es en absoluto irrelevante: construye o erosiona la convivencia entre diferentes. Aquí [en el Antonio Moreno Rosales] hay opción de no comer cerdo. ¿Será igual si nos llevan a otro sitio? Muchas familias se lo preguntan. Es en los pequeños detalles donde se pone a prueba de verdad el respeto, donde se construye y se juega la convivencia. Este es un colegio en el que no te preguntan ni te ponen una falta si no vas el día de la fiesta del Cordero”.
“Pero no solo eso”, ahora es Ana quien habla. “Se habla de ‘migración’ como si eso definiera por sí solo la identidad de un colegio. Pero hay muchos perfiles de migración. La diferencia no solo está en la nacionalidad. También entre el recién llegado y el asentado, entre distintas clases sociales, entre los que ya tienen una red social y los que solo empiezan a tejerse una”.
En el Antonio Moreno están presentes todas las capas y eso construye sociedad. Un cole de mayoría española-española en Lavapiés tendría un perfil mucho más sesgado, no solo porque hubiera una nacionalidad única, sino porque, en la actualidad, la mayoría de las parejas españolas con hijos que viven en el centro tienen un determinado corte económico y social muy homogéneo. Las familias de origen extranjero aportan más variedad y, por tanto, más realidad. Entre los migrantes de Lavapiés, antiguos o recientes, hay de todo: gente que tiene un negocio o una tienda y que les va muy bien, personas que están en proceso de regularización y en precario, mujeres que no trabajan y cuidan la casa, etc.
¿Buenas noticias?
¿Buenas noticias?Justo el día en que quedo para hablar con Ana y Gema llegan buenas noticias. El director del Antonio Moreno Rosales comunica que la campaña a favor del centro ha sensibilizado a la administración sobre la singularidad y el valor del colegio. No se cierra. “Hemos aprendido que no se manda a la gente a un colegio más allá de una barrera urbanística como la estación de Atocha”, parece ser que ha dicho alguien de la administración en esa reunión. En efecto, un kilómetro en el barrio de Lavapiés no es lo mismo que un kilómetro en otro barrio de configuración espacial y social diferente: sentir esas diferencias distingue a una administración que gobierna escuchando los territorios de vida sobre los que decide de otra que gobierna desde cálculos exteriores y abstractos.
Por tanto, las últimas noticias son positivas para el Antonio Moreno: se abre matrícula, se abre el cole, se acometerá la obra necesaria, pero sin cierre ni traslado (o, en todo caso, un traslado temporal). El Ayuntamiento, que ha estado muy pendiente del proceso y ha mirado a favor del Antonio Moreno Rosales en todo momento, acepta costear parte de la obra. La Comunidad de Madrid se muestra dispuesta a firmar un convenio para ello.
Un redescubrimiento
Un redescubrimiento¿Y ahora qué? En el mejor de los casos, si la administración cumple su palabra, se vuelve a la normalidad, pero se vuelve de modo distinto. “Todo este proceso ha supuesto un redescubrimiento maravilloso del colegio, un colegio que está medio escondido en el barrio y desde hace la tira de años, donde han estudiado ya cuatro generaciones de vecinos”, me dice Ana.
Un redescubrimiento del colegio en primer lugar para las familias. “En general andamos con poco tiempo para dedicarle al cole y con la sensación de no ser muy escuchados. Esto ha sido un chute de energía”, dice Gema. Para los mismos profesores, la reacción de los padres ha sido una gran y alegre sorpresa.
Gema es ahora presidenta del AMPA del colegio y me explica que con ese “chute de energía” han sacado el primer boletín (sobre el cierre) y están preparando ahora el número 1. Hay que difundir que el colegio no se cierra por si acaso se ha corrido el rumor contrario y la gente no se matricula. Para el futuro, la idea es que los padres, las madres y los niños se animen a escribir ese boletín ellos mismos. Dar más voz a padres y madres. Quizá hacer una radio.
“Este proceso ha supuesto además una experiencia de esas que permiten superar los reductos de la multiculturalidad [existencia estanca de las diferencias]. No solo es una experiencia de interculturalidad [convivencia sin choque entre diferencias], sino de ‘co-culturalidad’, es decir de cooperación en torno a un problema común, creando y aportando con vistas a una solución colectiva. Cada uno ha puesto lo que podía poner. Todo el mundo estaba dispuesto”.
Pero también ha supuesto un redescubrimiento del colegio para el barrio. Y se han activado sinergias muy fuertes entre ambos. “Todo el barrio se ha movilizado”, cuenta Ana. “Cuando alguien se refiere a 'todo el barrio' suele referirse a su barrio. Es decir, a la gente con la que comparte su estrato de edad, su clase social, sus gustos culturales, etc. Lo curioso de lo que ha pasado aquí es que cada familia decía 'todo el barrio se ha levantado'. Es decir: han sido todos los diferentes barrios los que se han puesto en pie. Todos esos pequeños barrios que hay dentro del barrio. Un padre me dice: ‘ha firmado el electricista, el fontanero, el de la chatarra, todo el mundo’. Una mujer me dice: ‘nos apoya el de la tienda de frutos secos y el peluquero’ o lo que sea. Nadie ha pedido firmas a las mismas personas, pero cada uno hablaba de 'todo el barrio'. Ha sido algo realmente transversal y común”.
Ana y Gema hoy están de celebración, pero piensan estar bien atentas a que el convenio se firme y se planifiquen las obras con la participación de las familias. Nosotros pasamos por los colegios, pero los colegios se quedan. El Antonio Moreno Rosales no es un colegio más. Encarna ese modelo de enseñanza de proximidad. Es posible, deseable y necesario que siga y que dure.
Mil gracias a Marta, Miriam y Susana por la ayuda con esta crónica.
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