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Por qué en EEUU es tan difícil votar y contar votos

Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

Carlos Hernández-Echevarría

Este martes se cumple una semana de las elecciones en EEUU. Tiempo suficiente para que Trump haya tuiteado más de cuarenta veces, despedido a un ministro y expulsado de la Casa Blanca a un corresponsal de CNN. Pero en todo ese tiempo, EEUU no ha conseguido tener el resultado oficial de las elecciones. Aún no tenemos ganador en diez escaños de la Cámara de Representantes y otros dos del Senado. Eso además de no saber quién será el gobernador de dos estados.

Schadenfreude es una palabra alemana infernal que se ha puesto muy de moda en el periodismo estadounidense y que significa algo así como “la alegría que recibimos por la desgracia de los otros”. Eso es exactamente lo que muchos europeos sienten cuando ven que los casi todopoderosos estadounidenses, con sus aires de superpotencia y su Silicon Valley, hacen el ridículo una y otra vez tras sus elecciones cuando son incapaces de contar votos. Es verdad que llevamos tiempo sin alcanzar las cotas de bochorno del año 2000, cuando el Tribunal Supremo declaró ganador a Bush frente a Gore 35 días después de la elección, pero todos los años hay ejemplos nuevos. Nos preguntamos: ¿por qué?

En EEUU es muy difícil votar

Una de las explicaciones más directas de por qué contar los votos es tan difícil es, simplemente, que votar también es muy difícil. Resulta irónico que una democracia tan antigua se lo ponga tan complicado a sus ciudadanos para ejercer el más democrático de sus derechos. Para empezar, en EEUU las elecciones son un martes, día de diario. Tienes que abandonar el trabajo para votar, eso suponiendo que estés registrado para hacerlo. En casi ninguno de los estados puedes votar 'a la española', presentándote en el colegio electoral que se te ha indicado por carta. No, la normalidad en EEUU es tener que registrarte previamente como votante.

Eso además de todo lo demás: en lugares como Nueva York, no existe el voto por correo. En Texas pierdes el derecho a votar si has tenido cualquier encontronazo con la ley. En varios estados conservadores se impide a los estudiantes universitarios de fuera del estado que se registren para votar. También hay proyectos de ley en muchos de estos estados para recortar el horario de apertura de los colegios. Todas estas dificultades tienen consecuencias. En la elección ganada por Trump en 2016 votaron aproximadamente la mitad de los que tenían derecho a hacerlo. En España, por poner el ejemplo de las últimas generales, la participación quedó por encima del 70%.

¿Y por qué es tan difícil votar? La respuesta, como casi siempre, es porque a alguien le interesa que sea así. Los republicanos están en una cruzada para que se exija una identificación con foto para poder votar. ¡Qué menos que pedir el DNI! Lo que tendría mucha lógica si no fuera porque en EEUU no hay DNI, así que se usa el carné de conducir o el pasaporte. ¿Sabes quién no tiene coche ni viaja al extranjero? Exacto, los pobres. ¿Y sabes quién no suele tener dirección fija o cambia mucho de residencia? Exactamente, los pobres. ¿Y quién lo tiene peor para dejar el trabajo un par de horas para votar, precisamente porque cobra por horas? ¡Premio, los pobres! Y una última pregunta: ¿sabes a quién suelen votar los pobres? A los demócratas.

Otro buen ejemplo es el de las leyes ‘estrictas’ de identificación de votantes. En Colorado, por poner sólo un ejemplo, un tribunal ha tenido que obligar al estado a dejar de ser tan puntilloso con los listados de votantes. Hasta ahora, si había una variación de una letra o un apóstrofe de tu nombre en algún documento oficial, te podían negar el voto. Hagamos de nuevo un ejercicio: ¿quién tiene más probabilidades de que el tipo del registro escriba mal su nombre? ¿John Johnson o Antonio Pedro Martínez Goiceaga? Pues los Antonio Pedros también suele votar a un partido concreto.

El infierno del recuento

Tanta complicación para votar y tanta disputa por ver quién tiene derecho a hacerlo complica el conteo de las papeletas. Por poner un ejemplo, varios estados te permiten votar aunque no salgas en la lista del censo con tal de que a los días demuestres que sí estabas inscrito. Esos votos “provisionales” son contabilizados en el escrutinio de la noche electoral, pero luego hay que sacarlos de las urnas si no se ajustan a la normativa. Todo muy funcional y práctico.

Además de esto, hay mil problemas derivados de los sistemas de votación. El país que en el 2000 asombró al mundo con aquellas “papeletas mariposa” que fallaban más que una escopeta de feria, hoy se las ve con papeletas sábana donde hay que elegir 30 nombres para diferentes puestos y que resultan muy difíciles de descifrar. Y aunque se consiga votar y contar, luego está la costumbre de volver a contar de nuevo. En muchas partes del país, si el margen es estrecho, la ley ordena que se vuelvan a contar los votos o se declara automáticamente una segunda vuelta. Y hay varios tipos diferentes de recuentos: manual, a máquina, papeleta a papeleta, solo en un condado, solo en una mesa...

En el fondo el problema central es que las elecciones están reguladas por los 50 estados y no por el Gobierno federal. Y en la mayoría de los casos, quien decide sobre los detalles del proceso no son ni siquiera los estados, sino los condados. Para que nos hagamos idea, solamente en Florida hay 67, cada uno con su propia autoridad electoral y particularidades. Con semejantes complicaciones y votando un martes, a veces resulta sorprendente que haya quien se acerque a votar y que las autoridades sean capaces de ofrecer un resultado.

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