Al menos una de cada 200 personas en Reino Unido –uno de los países más ricos que jamás haya existido– no tiene hogar. El año pasado, la pobreza infantil tuvo su mayor aumento en tres décadas. A muchas personas se les ha quitado las ayudas del Estado –les han “multado”– por ir a un funeral, por no asistir a una cita en una oficina de empleo tras ser atropellados por un coche, y –en el caso de un veterano del ejército de 60 años–, por vender flores para la Legión Real, ya que supuestamente eso demostraba que no estaba intentando de verdad encontrar empleo.
Una mujer que conocí tuvo que pagar una multa tras la muerte de su hija, ya que vivía en un piso social y consideraron que ahora tenía una habitación vacía. Estos son solo algunos ejemplos de la crueldad institucional de la austeridad en Reino Unido. Es imposible comprender la agitación política que sufrimos sin comprender estas injusticias. Esto no quiere decir que todos aquellos golpeados por la austeridad hayan votado a favor del Brexit –desde luego que no–, pero como concluyó un estudio académico este año, su impacto fue decisivo a la hora de captar votos a favor de abandonar la UE.
Y con esto llego a la cuestión de los conservadores favorables a permanecer en la UE que ahora son vitoreados en mitines anti-Brexit y defendidos por analistas “de centro”. Todo lo que estamos pasando, absolutamente todo, es culpa de ellos. Pensad, por ejemplo, en Jo Johnson, que llegó recientemente a los titulares cuando intentó nombrar a Toby Young (muy cercano a su hermano mayor) para un cargo en un organismo paraestatal. Johnson fue el arquitecto del manifiesto conservador de 2015 que se comprometía a pedir un referéndum, el cual todavía defiende desde un punto de vista partidista como algo “esencial para la gestión del partido” y para neutralizar la amenaza electoral del Ukip.
En un mitin anti-Brexit, Johnson declaró: “Podemos lograr un futuro mejor y más promisorio para todos nosotros y nuestros hijos”. Sin embargo, aquí tenemos a un político que votó y defendió el programa de austeridad de George Osborne, que ha provocado la peor pérdida de salarios desde las guerras napoleónicas y que ha hecho que los niños vivan en condiciones mucho peores que sus padres. Fueron justamente sus decisiones políticas las que le han robado a los niños la posibilidad de un futuro mejor.
Luego tenemos a Ken Clarke, a menudo considerado un conservador a favor de la UE, progresista y con sentido común. Me causa bastante gracia que este amable señor –que mercantilizó la Sanidad pública y que se ha beneficiado muchísimo del negocio de las grandes tabacaleras– sea considerado un héroe anti-Brexit, aunque ahora se haya comprometido a respaldar el acuerdo “del peor escenario posible” que ha presentado Theresa May.
También podemos pensar en Anna Soubry, quizá la conservadora más aclamada por el bando “de centro” del movimiento anti-Brexit. La he entrevistado: fue muy cordial, incluso podría decir encantadora, mientras charlábamos con un cuadro de Margaret Thatcher colgado en la pared. Esta semana, Soubry tuiteó sobre el caso de una joven mujer que nació con daño cerebral, que corre peligro de quedarse sin hogar junto a su abuela por un recorte de las ayudas que reciben: “No hay excusas. Esto es una vergüenza y NO es lo que yo voté cuando apoyé la reforma de beneficios sociales”. Pero en realidad esto es exactamente lo que Soubry votó una y otra vez.
En los últimos años, Soubry ha votado todas y cada una de las embestidas contra el Estado de bienestar: la multa a quienes tengan una habitación vacía en una vivienda social, el crédito universal, la congelación de subvenciones y el recorte de las ayudas a la dependencia. Ella es responsable directa de haber llevado a algunos de los sectores más vulnerables de la sociedad a la miseria. Les ha obligado a pagar el precio de una crisis provocada por los intereses económicos que respaldan a su partido. Y muchos de sus votantes, que habían sido arrastrados a la inseguridad económica y a las adversidades, fueron a votar el referéndum en 2016 –algunos yendo a votar por primera vez–, entendiendo que les pedían que eligieran si aceptaban o rechazaban el statu quo, y votaron en consecuencia.
Este año, Soubry lanzó un pasional y aclamado ataque contra los conservadores del Bréxit, apuntando contra la Cámara Baja: “Nadie votó para ser más pobre, y nadie votó a favor del Bréxit pensando en que alguien con una pensión millonaria y una fortuna heredada le quitaría su empleo”. Allí estaba una conservadora acusando a sus colegas de provocar una guerra de clases. Y sin embargo, ¿no podríamos acusarla a ella de lo mismo? ¿No es ella una legisladora viviendo una vida cómoda, con una pensión millonaria, que ha utilizado su poder para llevar a sus propios votantes a la pobreza?
Cuando esta semana John McDonnell declaró que no podría ser amigo de un ministro conservador a causa de lo que ha visto sufrir a sus votantes, incluyendo personas que intentaron suicidarse, generó una indignación previsible. El físico Brian Cox incluso sugirió que esto demostraba el apoyo a la creación de “un Estado con un único partido”. Es llamativo que una violación al protocolo social –en este caso, elegir con quién socializas– se considera más ofensivo que utilizar tu poder para hacer sufrir a otras personas. Puedes estar integrado en los círculos de la alta sociedad si haces lo segundo, pero no lo primero.
Y es por esto que el movimiento anti-Brexit ha tomado una decisión. Algunos, como por ejemplo la campaña Otra Europa es Posible, equiparan detener el Brexit con luchar contra las injusticias que llevaron al resultado del referéndum. Otros ven el Reino Unido previo a 2016 como una suerte de nirvana que fue interrumpida por un espantoso error administrativo que simplemente hay que corregir. Pero fueron los legisladores conservadores los que juntos han hundido a Reino Unido en la miseria. Vitorear a políticos conservadores que siguen comprometidos con políticas desastrosas como si fueran héroes progresistas solo porque se opusieron al Brexit es no comprender por qué Reino Unido está en crisis. Los conservadores ya han lanzado la guerra de clases que describe Soubry, y con consecuencias catastróficas. Y deben ser derrotados, hayan votado a favor o en contra del Brexit, si queremos que Reino Unido tenga alguna esperanza de salir adelante.