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De la “alegría” al “miedo” a Trump: la sombra de la derrota de Hillary Clinton se asoma mientras Kamala Harris hace guiños a la derecha

La vicepresidenta de EEUU y candidata demócrata, Kamala Harris, con la excongresista republicana Liz Cheney, durante un acto de campaña en Malvern, Pensilvania, el 21 de octubre de 2024.

Andrés Gil

Washington —

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Nadie sabe qué va a pasar el 5 de noviembre en Estados Unidos. Analistas, expertos, directores de campañas, encuestadores... Todos vaticinan un resultado muy ajustado que puede inclinarse por cualquiera de los dos candidatos.

En ello también es clave el sistema electoral estadounidense: el que gana en un estado, se lleva todos los votos electorales correspondientes, y la mayoría de los estados están garantizados para cada partido, salvo un puñado de ellos en los que se juega el todo o nada: Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Carolina del Norte, Georgia, Arizona... Son lugares donde muy poquitos votos pueden decidir el futuro de EEUU y, por ende, de buena parte del planeta.

La carrera presidencial dio un giro dramático con la retirada de Joe Biden por sus problemas de salud relacionados con su avanzada edad. Y, de un día para otro, Donald Trump pasó de ser el candidato vigoroso al candidato en edad de jubilación que se enfrenta a la vicepresidenta, Kamala Harris. Harris logró la designación demócrata en agosto con la bandera de la esperanza, la alegría y la libertad: representaba un alivio frente al hundimiento demoscópico de Biden.

Trump tuvo que improvisar un cambio en su estrategia electoral y pasó del barro sobre la salud mental de Biden al barro sobre el comunismo de la camarada Kamala. Y Harris, por su parte, ha ido mudando el discurso de la ilusión y las sonrisas por el de la alerta antifascista frente a Trump...

Eso sí, apareciendo rodeada de excolaboradores de Biden y antiguas figuras relevantes del Partido Republicano, como el vicepresidente Dick Cheney, quien participó desde la Casa Blanca como número dos de George Bush en aquella invasión de Irak en 2003 justificada por las mentiras de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein.

En paralelo, mientras se codea con quienes montaron guerras contra los países árabes, se muestra impermeable a las peticiones de las bases más progresistas del partido en favor de un embargo de armas a Israel para detener el genocidio en Gaza.

El abrazo republicano

“Yo temo que lleguemos al mismo resultado que en 2016, cuando Hillary Clinton perdió ante Donald Trump contra todo pronóstico”, reflexiona un asesor legislativo demócrata que prefiere permanecer en el anonimato. “Para mí es una apuesta muy arriesgada. Ellos deben tener encuestas propias, porque están marginando mucho a la comunidad árabe, musulmana, la juventud.... con este genocidio que se está produciendo y sin una respuesta válida. Y, por otro lado, se están enfocando mucho en Liz Cheney y en el respaldo de su padre”.

¿Y cómo reacciona Trump ante eso? Pues se está reivindicando como el candidato de la paz, por mucho que resulte chocante, y se rodea de personas musulmanas en los actos mientras que Harris huye de ellos para aparecer en la foto con antiguas figuras republicanas.

“Es posible que ellos tengan datos que muestran que sí hay una base sólida que está a favor del viejo republicanismo clásico de Liz Cheney y Dick Cheney, y que haya gente que necesita ese visto bueno para poder votar a los demócratas”, continúa el asesor legislativo demócrata.

“Pero en vez de entusiasmar a la base, movilizar a las comunidades claves y a los jóvenes como pasó con Biden en 2020, ellos están buscando una candidatura con semejanzas a lo que hizo Hillary Clinton, y eso me preocupa. Porque, aunque gane con esta coalición, puede ser más difícil aún para nosotros cambiar la política hacia Gaza, Oriente Medio y otras muchas cosas en política interior”.

Carlo Invernizzi, profesor de Ciencias Políticas en el City College de Nueva York (CUNY), también duda de la eficacia del abrazo republicano: “Esta idea de que de alguna manera el tipo de republicanos que iniciaron la guerra de Irak, como Cheyney, les ayudaría a ganar votos en Pensilvania, donde muchas personas tal vez se han alistado en el Ejército, es discutible: el ala moderada del Partido Republicano, los never trumpers, es muy débil. Percibo entre mis amigos demócratas preocupación, desesperación incluso, no parece como si estuvieran a punto de ganar unas elecciones, sino como si estuvieran a punto de perderlas”.

“Un gran lastre de Kamala es que no transmite claridad”, prosigue Invernizzi. “Ella quiere distanciarse de Biden, pero ¿cuáles son las diferencias?. Sí, ella es alegre, pero eso no es suficiente. La verdad es que hay lecciones más profundas que aprender, en mi opinión, de la experiencia de Biden –que creo que también es el caso de España ahora mismo– y es que se puede tener una economía bastante buena con un desempleo muy bajo, altas tasas de crecimiento y atajar la inflación... Pero ahora 'no es la economía, estúpido'. Este es un país muy dividido, fragmentado, en el que gente diferente quiere cosas diferentes. Y los pocos votantes que realmente decidirán estas elecciones no son los más bajos del rango socioeconómico, sino descontentos, gente de clase media que sienten que su estatus y prestigio está decayendo”.

¿Las encuestas son fiables?

Las encuestas dibujan un panorama tan ajustado que se saca la lupa para intentar infundir ánimos a cada una de las partes.

“La única esperanza”, dice Invernizzi, “es que en general en las encuestas los votantes de Trump no informan tan sinceramente como los votantes demócratas de sus intenciones. Así que el voto de Trump ha sido subestimado por las encuestas en el pasado, como ocurrió en 2016. Y ahora los encuestadores, en cierto modo, están intentando corregir ese voto oculto y la cuestión es que no sabemos por cuánto hay que corregir eso, y la esperanza reside en que se esté corrigiendo al alza”.

El politólogo Roger Senserrich, director de Comunicaciones del Working Families Party –partido progresista que forma parte del ecosistema que conforma el Partido Demócrata en sentido amplio– y autor del libro ‘Por qué se rompió Estados Unidos’, explica: “Depende mucho de qué teoría del electorado tienes y qué modelo están utilizando los encuestadores. En 2016, pillaron a todos por sorpresa; había mucho votante sin educación universitaria que no estaba cogiendo el teléfono a los encuestadores y luego fue a votar a Trump. Y se subestimó la participación de hombres blancos, no universitarios. En el 2020 el problema que tuvieron fue que no se dieron cuenta de que los demócratas eran mucho más propensos a quedarse en casa porque fue durante la pandemia y se lo estaban tomando más en serio. Y cuando hacían llamadas a gente en casa, era mucho más probable que encontraran a demócratas. Y eso se les escapó a los modelos y no tuvieron en cuenta que había un sesgo de respuesta. Y eso hizo que se subestimara a Trump tres o cuatro puntos”.

“La duda ahora”, prosigue Senserrich, “es si han corregido, si han aprendido, si el error del 2020 fue realmente la pandemia o no, porque los sondeos en las midterms en el 2022 fueron precisos, no hubo demasiado error. Pero hay mucha gente que solo vota en las presidenciales y no vota en años de legislativas, así que tienes que estimar quién demonios está yendo a votar de forma distinta. El resultado nos va a pillar a todos por sorpresa. También me parece que si ajustas por recuerdo de voto, que es lo que están haciendo la mayoría de encuestadores, estás mirando las elecciones de 2020, que fueron anteriores al 6 de enero, y habrá un porcentaje relevante de republicanos que en 2020 podrían haber votado por Trump, pero el 6 de enero les cambió el voto”.

“Campaña bipolar”

El profesor de Ciencias Políticas en CUNY describe la campaña de Harris como “una campaña bipolar”. ¿Por qué? “Empezaron reclamando el concepto de libertad, reinyectando alegría en la campaña, y pensé que era interesante y estaba dando resultados en las encuestas. Y ahora, desde hace unos días, un par de semanas, se han replegado en el miedo y la amenaza a la democracia, la amenaza del fascismo. Han intensificado estos ataques contra Trump, que es una campaña mucho más defensiva y mucho más similar a cómo Biden estaba llevando la suya: que Trump es una amenaza para la democracia”.

Ese recurso del miedo a Trump también fue utilizado por Hillary Clinton en 2016. Como decía un reportaje de The New York Times Magazine de octubre de 2016, hace ocho años: “Al final resultó que Clinton, quien comenzó su campaña con la intención de romper la última barrera —el techo de cristal—, encontró su posición más convincente en su propio papel de barrera, de baluarte contra la alternativa imposible. Cuando me disponía a salir de nuestra entrevista, sonrió, me miró a los ojos y me recordó: 'Como le he dicho a la gente, soy lo último que se interpone entre vosotros y el apocalipsis'”.

De acuerdo con Invernizzi, el uso del término “fascista” referido a Trump “resuena muy mal en Estados Unidos, porque no hay mucha gente que tenga eso presente en los seis estados indecisos que importan. El país está muy dividido, entre las costas y el interior; lo urbano y lo rural; el norte y el sur... Pero es una elección muy apretada y se reducirá a seis estados”.

“Si algo hemos aprendido estos años”, argumenta el profesor, “es que esta estrategia de atacar las vulnerabilidades de Trump, como ser un acosador sexual, que lo es; como alguien que participó en la insurrección contra el Gobierno estadounidense, que lo hizo; y como alguien que no paga sus impuestos, que cometió fraude electoral... Todas estas cosas son ciertas, pero no importan porque las causas de su apoyo son más profundas. Y tienen que ver con estas profundas divisiones sociales del país. Y no creo que llamarle fascista sirva de mucho”.

Invernizzi añade: “La campaña de Kamala perdió lo que yo pensaba que era una estrategia más emocionante e interesante, y arriesgada: tratar de dar un mensaje positivo centrado en la reivindicación de la libertad. El concepto de libertad estaba estrechamente ligado a la cuestión de los derechos reproductivos y el aborto y, en última instancia, los derechos de las mujeres. Pero no he oído mucho sobre la libertad reproductiva en los últimos días, todo es fascismo, fascismo, fascismo, racismo, racismo, racismo. Y eso me preocupa”.

Una mujer que no hace campaña de eso

Kamala Harris podría convertirse en la primera mujer presidenta de EEUU. Pero eso, a diferencia de lo que ocurrió con Hillary Clinton en 2016, no está siendo un eje en su campaña. “Tanto Trump como Kamala aprendieron de 2016 que es mejor para él no presentarse contra una mujer, y que es mejor para ella no presentarse como mujer”, reflexiona el profesor de CUNY.

“Puedo estar equivocado, y estoy seguro de que si pierde todo el mundo dirá que es imposible que una mujer gane. Pero no he visto que esto haya sido una parte central de la campaña. Entre los trumpistas con los que hablo prevalece mucho más la percepción de que es una izquierdista radical, una socialista, sea lo que sea lo que eso signifique aquí, más allá de la percepción de que es una mujer. Y, si te fijas en las campañas de Trump, todo gira en torno a que es una radical. Y, por supuesto, también puede haber alguna dimensión de género en acusar a alguien de ser radical. Pero no lo veo como algo central. La primera mujer presidente iba a ser Hillary Clinton, y no sucedió, ella se postuló sobre eso. Pero Harris no está haciendo eso”.

¿'Malmenorismo'? 

Connor Mulhern, estratega político estadounidense e investigador principal del Reactionary International Project, reflexiona: “La justificación para los progresistas es que Kamala Harris va a ser mejor que Trump, que es retrógrado con los derechos laborales, con los derechos de los migrantes... Esa es la cuestión. Es fundamentalmente injusto votar a alguien que está apoyando el genocidio. Van a votar, pero no con una sonrisa. Pero la alternativa es Trump y es difícil de justificar, porque va a tener la misma política de apoyo al genocidio y también va a nombrar más jueces de derechas que están quitando derechos sociales y laborales”. 

El politólogo Roger Senserrich explica que “la apuesta de Kamala es que las bases demócratas odian tanto a Trump que básicamente votarían a cualquier cosa, literalmente. Y es una apuesta un poco arriesgada, porque con Palestina quizás se lleven un disgusto, pero en el fondo esa es la apuesta que está haciendo: por el flanco izquierdo no voy a perder votos porque mi oponente es completamente radioactivo”.

Senserrich añade: “También es importante tener en cuenta que lo que dice el candidato y el mensaje de la campaña no siempre es el mismo. O sea, la mayoría de gente lo que ve de la campaña es la publicidad en YouTube, en Facebook, la publicidad que ve en televisión, la que escucha en radio... Y eso es muy distinto de lo que se discute en CNN, en MSNBC, en Fox y en el Times. Si viste el discurso de Kamala en DC, habló 40 minutos, de los cuales 35 minutos fueron economía y cinco minutos fueron sobre fascismo, y los medios cubren el fascismo”.

Mulhern considera que “está dañando a Kamala”, pero también afirma: “No es que haya muchas personas que vayan a cambiar su voto hacia Trump por su posición sobre Israel, es que quizás no vayan a ir a votar por un tercer partido. Este es el riesgo de su estrategia, porque su base no apoya a Israel en la manera que Biden lo está apoyando. Si ella no cambia en su política respecto a Israel en su primer día en el cargo, la izquierda nunca va a estar contenta. El asunto es que la alternativa es Trump”.

“Por supuesto que es una locura que los musulmanes, en mi opinión, apoyen a Trump porque promete paz en Oriente Medio”, explica Invernizzi. “Lo que significa la paz para él es la aniquilación de Gaza, en todo caso; la campaña de Harris ni siquiera ha tirado un hueso a ese electorado, y podrían pagarlo caro”.

Harris y las minorías

Connor Mulhern señala que Harris “se está enfocando en los hombres negros”, que han ido despegándose del Partido Demócrata desde los máximos en tiempos de Barack Obama: “Hay que ver también las tendencias globales, porque hay muchas democracias que están mudando hacia la polarización muy fuerte de género. Yo creo que esta es la primera indicación que eso está pasando en Estados Unidos”.

Según Mulhern, en “Estados Unidos hay un 40% de la población que siempre va a votar demócrata y un 40% de la población que siempre va a votar republicano. Y la gran mayoría de la población no está prestando atención a las noticias”.

“Biden tenía el voto negro de una forma que ni siquiera Kamala tiene”, recuerda Invernizzi: “Los demócratas dan por sentadas a las minorías musulmanas, asiáticas, negras, latinas, y no tiene mucho sentido. Curiosamente, los que más podrían contar en este caso son los musulmanes de Michigan; como son claves los hombres afroamericanos de Georgia y los latinos de Arizona... Pero es demasiado simple suponer que los antiguos migrantes son pro-migración. De hecho, son aquellos entre los que la competencia laboral es más fuerte y, si eres un migrante reciente, no eres necesariamente pro-migración porque los otros migrantes son tu competencia directa en el mercado laboral; y es demasiado simple asumir que son socialmente progresistas. Muchos de ellos son socialmente conservadores y, de hecho, cristianos y católicos”. 

En efecto, algunas fuentes consultadas insisten en que durante mucho tiempo los demócratas han dado por sentado que los hombres latinos y negros siempre votarán demócrata, pero esta vez votarán por Trump porque lo prefieren a una mujer negra como presidenta: “Obviamente, del 70 al 80% de los votantes negros votarán demócrata, pero no el 90 o 100%”.

El Partido Republicano como secta

“El Partido Republicano es ya básicamente una secta”, dice Mulhern. “Aunque en cierto sentido los dos partidos en Estados Unidos pueden funcionar un poco como un grupo de fans de un club deportivo, pero en el caso de Trump va más allá: nadie puede criticar a Trump, nadie puede hablar sobre su estrategia en el partido o será pulverizado por los trumpistas. Si él pierde en 2024 no es impensable que quiera repetir en 2028, porque es una secta y va a ser muy difícil cambiar las opiniones, especialmente porque ellos creen que Trump ha ganado en las elecciones de 2020 y probablemente ellos van a creer que ha ganado en 2024 también, aunque pierda”.

“Si eres un republicano moderado”, explica el politólogo Senserrich, “el resultado ideal de unas elecciones es que pierda Trump y los republicanos controlen una de las dos cámaras o las dos cámaras. Así que si Harris gana por el voto de republicanos moderados, los demócratas lo tienen muy difícil para recuperar el Congreso y el Senado es esencialmente imposible, a no ser que haya errores sistemáticos en muchos sondeos”.

Mulhern, en este sentido, alerta de que “si Kamala Harris gana la Presidencia, es muy probable que los demócratas pierdan el Senado” y, si eso ocurre, “va a ser muy difícil cambiar cualquier ley, porque no tendrán el control de las Cámaras y la Presidencia al mismo tiempo, lo que dificultaría la Presidencia de Harris muchísimo”.

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